La locura.

La luz entraba en el apartamento a través de las rendijas de una persiana que hacía tiempo que no se habría. Era una luminosidad muy deficiente para observar lo que ocurría en su interior, pero eso a Jorge no le importaba. Un olor acre a espacio cerrado y sin ventilar se esparcía por el alojamiento. Jorge permanecía dormido totalmente agotado por tantos meses de trabajo incesante. Se había aislado del mundo exterior, no contestaba a ninguna llamada fuese de quién fuese, hacía tiempo que no mantenía una conversación con nadie ni tampoco quería. La estancia permanecía cerrada a cal y canto, tan solo abría la puerta para recibir la comida que encargaba por Internet, pizza, hamburguesas, bocadillos, le daba igual con tal de no perder el tiempo cocinando, pagaba con tarjeta o con bitcoins. El aspecto del apartamento era deplorable, la suciedad campaba por doquier, cajas y envases de comida vacía se acumulaban en la cocina en cualquier sitio, tiempo hacia que no tiraba la basura. Las camas de las habitaciones permanecían sin hacer con las mismas sábanas desde hacia meses. El polvo, la suciedad, la mugre se acumulaban por las estancias, el cuarto de baño hacia tiempo que no se limpiaba. La vivienda era un espacio cerrado con un olor hediondo y nauseabundo, y tenía un aspecto de abandono que producía rechazo nada más entrar aunque no entrase nadie.

Urania, musa de la astronomía.

El ordenador permanecía encendido junto al portátil durante todo el día. Jorge en ese preciso momento dormía en el sofá aunque solía dormir allí dónde le pillase, cama, sofá, suelo, bañera, le daba igual. Cuando le vencía el sueño se acomodaba, cerraba los ojos y se echaba en los brazos de Morfeo. Tenía un sueño agitado, movía las piernas y decía palabras inconexas, braceaba de vez en cuando. En un momento determinado abrió los ojos y se desperezó colocándose boca arriba con la extremidad derecha del brazo y de la pierna colgando, tal era su postura, y la mano izquierda sobre el pecho. Estaba absorto en sus pensamientos con la mirada perdida en el techo. No era consciente del olor del apartamento ni de la situación en la que vivía, una pequeña lágrima rodó por la mejilla de Jorge cayendo al suelo tal era su estado mental.

Permaneció así durante varios minutos hasta que se levantó como un auténtico autómata dirigiéndose al baño. Por todo ropaje tenia un pijama sucio y maloliente, lleno de manchas y con agujeros, no tenia ropa interior. Cuando salió del baño se dirigió a la cocina y comió los restos de la comida anterior ya que había perdido el ritmo natural de los días. Le daba igual el día o la noche, estaba muy delgado ya que había perdido mucho peso. Jorge se había abandonado totalmente; el aseo personal era cosa del pasado; tenia una barba totalmente descuidada de varios meses; el olor corporal era una mezcla de sudor, orina, humedad y falta de higiene. Una vez ingerido lo que él suponía que era el desayuno se dirigió descalzo hacía la silla que estaba enfrente del ordenador.

El teléfono empezó a sonar, pero Jorge no hizo el más mínimo caso. Se sentó delante del ordenador y siguió trabajando en lo que él denominaba su venganza, el teléfono siguió sonando durante un buen rato hasta que finalmente cesó de sonar. A pesar de su estado mental estaba totalmente inmerso en lo que iba ha hacer. Ya quedaba poco tiempo, o eso él creía, para finalizar lo que él dentro de su perturbada mente definía como su obra maestra.

-Todo el planeta me va a pagar por lo que me han hecho –repetía incesantemente dentro de su cabeza-, se van a enterar.

Con los ojos totalmente fijos en la pantalla y con una cara totalmente demacrada tecleaba sin cesar las instrucciones necesarias para completar el programa que iba a dejar sin servidores a todos las computadoras del planeta.

-Yo puedo hacer esto –pensó-. Soy él único que puede hacerlo.

Dentro de su desquiciada mente hacía cábalas sobre lo que podía ocurrir al mundo.

-Mía es la venganza, yo pagaré -se repetía incesantemente en su cabeza.

Esa frase la había leído en algún libro, pero no recordaba cuál, y se había quedado con esa idea en su mente si es que se podía llamar así a lo que le rondaba por la cabeza. Miraba de vez en cuando la foto que estaba situada encima de la mesa del computador para recordar todos los días por qué hacía ésto.

Todo comenzó hará dos años cuando realizando una visita turística a una ciudad. Entró en un local y se fijo en ello. Su blancura le sedujo, sus curvas sensuales activaron su libido, sus formas amorfas le fascinaron, su mirada a todas partes y a ninguna le volvieron loco, desde entonces supo lo que era el amor. Se quedó durante horas dando vueltas y mirándolo, cada vez que recordaba ese primer momento, su primer encuentro, lloraba allí dónde se encontrase. Lloraba solo como los enamorados que pierden a su gran amor saben hacerlo, lágrimas de su tristeza y su nostalgia le resbalaban por la cara. Desde ese preciso momento no tenia otra cosa en la cabeza, se trasladó de ciudad para estar allí todos los días. Alquiló un piso enfrente del local para poder vigilar de cerca y se cambió de trabajo para disponer de más tiempo. Todos los días realizaba la pertinente visita, y además todos los sábados llevaba flores que las ponía a sus pies. El día que se atrevió a tocarlo sintió el frio de su tacto, la suavidad del jaspe y la firmeza del alabastro. Quedó prendado por su absoluta indiferencia a todo y a todos. Todos los que le observaban se reían de él, le tildaban de loco, desequilibrado y libidinoso.

-¡Qué sabrán ellos! ¡No saben lo que es el amor! ¡Moriría por su vida! -chilló delante de la pantalla del computador mientras seguía tecleando instrucciones con absoluto frenesí.

Empezó a rondarlo desde el primer día, primero se acercó con timidez dando vueltas alrededor. Pasados unos mese se atrevió a hablarle obteniendo la callada por respuesta. Eso fue algo que no entendía, le extrañó mucho sacándolo totalmente de sus casillas. ¿Por qué no respondía a sus ruegos? ¿Por qué ese silencio? Él lo amaba. Su mente inició una cuesta abajo de comportamientos desquiciantes que solo él dentro de lo que empezaba a ser su desequilibrada mente entendía. Insistió en comunicarse con él, recitaba poemas en los cuales declaraba su amor inquebrantable, escribía cartas que entregaba dejándolas a sus pies, incluso algunas veces escribía notas que se le ocurrían durante sus visitas que las dejaba en el suelo a sus pies.

Pasado algún mes más, seguía compilando y descompilando el programa que iba a acabar con todo en este mundo, haciendo y deshaciendo líneas de código. Pasaban los días, y su estado físico y mental cada vez era más lamentable. Su apartamento no era un apartamento era un compendio de basura, mugre, malos olores y falta de limpieza total. Escribía ya casi semi desnudo porque el pijama que llevó en su día eran unos simples jirones de tela. El pelo era una melena grasienta sin forma que se lo atusaba hacía atrás para que no se le cayera por la cara y no le molestara en su trabajo. La barba abundante y poblada podía albergar varios nidos de pájaros.

-Hacerme lo que me hicieron –habló para sí-. No tenían ningún derecho a echarme y alejarme de allí. Condenarme por amar, están todos locos. No, no, no, no …

Una y otra vez se repetía esa obsesión enfermiza en su cabeza. Cada vez que le llegaban a la mente las imágenes del alejamiento y de la prohibición lloraba sin consuelo.

Siempre rememoraba ese fatídico día. Se había quedado sin trabajo ya que faltaba con gran asiduidad a la empresa, pero eso ya no le importaba. Así tendría más tiempo para estar allí. Cierto día por alguna extraña razón el local estaba vacío, solo él se encontraba en la sala, él y la obra que tanto amaba. Creyendo que no estaba siendo observado, había cámaras de seguridad aunque nunca se diera cuenta de ello, se desnudó completamente lanzándose hacía la obra de marfil. Estaba dispuesto a provechar su oportunidad, y a demostrar su amor a dicha estatua porque de ello se trataba de una estatua. Acarició y beso cada sitio de la efigie con todo el cariño con el que se pudiese realizar, se restregó por todas partes. Feliz y dichoso dio rienda suelta a su libido, estaba con su amado y se lo estaba demostrando. Dentro de su desquiciamiento se creyó correspondido cuando unas manos le sujetaban y agarraban con firmeza. Tardó tiempo en darse cuenta que eran las manos de los policías que con una risa muy socarrona le estaban sacando del local por la fuerza, y alejándole de su amor. Fue detenido en ese mismo instante, lo introdujeron tal cual en el coche de la policía llevándoselo a los calabozos. Jorge se sintió incomprendido, derrotado, desesperado. Él amaba aquella talla, era toda su vida para él y ahora sin motivo ni razón le alejaban de ella.

Fue condenado por escándalo público aunque no se percató de las risas sarcásticas, las bromas y chanzas que sufrió. La pena de cárcel que le impusieron no le importaba lo más mínimo, pero lo que más le dolió fue la orden de alejamiento que le impusieron evitando que de por vida se pudiese acercar a ningún museo.

-Me obligaron a alejarme de mi amado -razonaba, si es que se pudiese llamar razonamiento a lo que a estas alturas de la vida pensaba.

Las lágrimas caían por su rostro mientras acababa con su programa. Se quedó absorto unos minutos mirando la foto de la efigie que tenía sobre la mesa. Se levantó empezando a andar nerviosamente por la estancia pisando cartones, restos de comida y suciedad. Se frotaba sus mugrientas manos con ansiedad, y con los ojos saltones de un loco miraba nerviosamente a todas partes. Estaba ultimando su gran venganza, ahora debía de mandar el programa a los servidores.

-Sí, ya son míos – habló en voz alta-. Esto no se lo esperan. ¡Sí quieren seguir con este mundo tendrán que plegarse a mis exigencias!

Deambulaba por la estancia con el puño levantado por encima de su cabeza mirando al techo. Imaginaba a todas las naciones del planeta aterradas ante el colapso que había creado, empezó a cavilar la vida con su amor mientras bailaba abrazado a alguien imaginario por lo que en otro tiempo era una sala ordenada. Daba vueltas … y vueltas … y vueltas … con una sonrisa que solo los locos tenían, mantenía los ojos cerrados ensimismado en su victoria. Él pondría las condiciones para que el colapso se detuviera, viviría con su amor hasta la muerte. Los dos juntos en la misma vivienda, no permitiría ninguna clase de broma, chiste o mofa. Se casaría con ella. Sí, se casaría con él. Irían a todas partes juntos, nadie impediría que dieran rienda suelta a su amor, nadie les pondría ninguna barrera. Más tranquilo se sentó en una de las butacas que se encontraba totalmente roída en la sala. Se encontraba excitado, ya iba a dar el paso. Esperó pacientemente a que el computador compilase el programa y le diese el visto bueno. Sin darse cuenta fue dando cabezazos cerrando cada vez más los ojos hasta quedarse dormido, el computador acabó el trabajo.

Horas después Jorge abrió los ojos desperezándose lentamente, no sabía si era de noche o de día. Su cuerpo estaba totalmente en los huesos, y su organismo reaccionaba con lentitud. Le costó situarse, unos minutos después se dio cuenta de su situación y precipitadamente se sentó delante del ordenador. Observó la pantalla con frenesí, y unas lagrimas empezaron a caer por su rostro mientras miraba todos los rincones de la pantalla.

-El programa ya está completado, después de tanto tiempo lo he conseguido –susurró-. Ahora lo mandaré a todas partes y comprobarán lo que es el dolor

Limpió la mesa de hojas y lapiceros tirándolos al suelo de un manotazo, colocó el teclado encima de la mesa, tecleó las instrucciones necesarias y le dio al tecla “Intro”. Se quedó unos minutos mirando la pantalla hipnotizado por las lineas de código que se listaban. Poco después se levantó de la silla dirigiéndose al sofá tumbándose allí mismo. Al poco se quedó quieto, profundamente dormido, como si todas sus pesadillas habrían desaparecido de golpe, se había quitado un gran peso de la cabeza.

Cuando abrió los ojos se encontró en una habitación blanca con las paredes acolchadas, tenia un inodoro, la cama y una mesa plegable contra la pared. Vestía una bata blanca que le tapaba el cuerpo. Se encontraba aturdido y con un gran insomnio ya que le hacían tomar mucha y muy fuerte medicación para tranquilizarle. El tratamiento era muy duro ya que el mal mental que sufría era muy severo, y el deterioro físico con él que llegó casi le lleva a la tumba. No recibía visitas, nadie respondía por él. Se incorporó sentándose en el borde de la cama doblándose el cuerpo hacia adelante ligeramente con la mirada perdida a la pared totalmente alelado. Estaba sin pelo en la cabeza y sin barba, perfectamente limpio. Los servicios del sanatorio mental se encargaban de él. Había ganado algo de peso, pero no lo suficiente. Fuera de la habitación desde un monitor era observado por el médico jefe de psicología y psiquiatría del centro acompañado por unos quince alumnos.

-El paciente 123-B que tenéis en pantalla tiene un síndrome denominado como “Síndrome de Pigmalión” -habló el doctor a los alumnos que allí se encontraban-. Se enamoró perdidamente de una estatua.

El doctor pulsando una serie de teclas listó una lineas en la pantalla mientras los alumnos reían.

-Por favor, señores. Nada de risas -comentó el doctor-. En este listado pueden ver las veces que fue detenido por alterar el orden público por su desequilibrio. Finalmente realizó un programa que según sus palabras estaba hecho para acabar con el mundo. Naturalmente, no logró nada.

Siguieron observándole en silencio, Jorge se balanceaba ligeramente hacia adelante y hacia atrás sentado encima de la cama con la boca abierta y babeando.

-Cuando le detuvieron andaba por la escalera de la vivienda totalmente desnudo y empuñando una espada de madera amenazando a todo el que se encontraba con él -comentó el doctor-. Fue inmediatamente ingresado en este centro, y su casa fue limpiada y puesta en cuarentena tal era el estado de la vivienda. Todavía sigue sufriendo ciertos ataques de ansiedad qué tenemos que controlar inyectándole tranquilizantes. Por expresarlo de una manera mundana, todavía echa de menos a su efigie. Las risitas volvieron al recinto, el doctor girándose y con un gesto de severidad las cortó.

Siguieron observando en silencio a Jorge mientras lagrimas de amor le resbalaban por el rostro.

Publicado en Bilbao el 6 de febrero del 2019

Revisado en Bilbao 27 de enero del 2021.

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