Ojos color miel. Capítulo 1.

Capítulo 1.

 -¡Nos hemos perdido, ¿verdad?! ¿Estás segura de por dónde vamos? -preguntó Elena con cara de enfado mientras miraba por el cristal del vehículo.

-No, no estamos perdidas. Vamos en la dirección correcta, para algo tenemos los mapas y la señal del satélite. Ten un poco más de confianza, mujer -respondió Lorena con tranquilidad.

El vehículo todo terreno circulaba no a demasiada velocidad dando pequeños botes por un camino de tierra sin ninguna clase de asfaltado ni señalización que atravesaba un bosque. A medida que avanzaba iba dejando una nube de polvo por detrás de lo seca que estaba la vereda. Era un día de sol y calor, no había ninguna nube en un cielo por lo demás completamente azul. No se escuchaba el sonido de ningún insecto ni de ninguna clase de animal, no corría ni una sola brizna de un aire que sofocaba y asfixiaba, aunque ellas no pudiesen notarlo desde dentro del vehículo.

-Pero, ¿quién puede vivir en este olvidado lugar? -habló Elena en tono de protesta-. Desde que nos metimos en este endemoniado camino no nos hemos encontrado con ninguna persona. La carretera principal la hemos dejado atrás a casi unos cincuenta kilómetros y el centro urbano más cercano está a más de doscientos, y para más fastidio no me gusta demasiado la naturaleza. Prefiero la ciudad -gesticulaba incómoda Elena.

La casa.

-La Agencia nos ha encomendado este trabajo y tenemos que ir –respondió Lorena con una gran paciencia–, dicen que puede ser algo importante. Así que tranquilízate y disfruta del paisaje.

-Me he leído el informe –siguió hablando Elena-. ¿Tú crees en algo de lo que dice ese informe? Me parece tan rocambolesco. No sé que pensar, la verdad.

-Sí, yo también lo he leído, y ya sabes lo que pienso. Nada es cierto ni falso hasta que no comprobamos la información, en este trabajo si quieres durar no prejuzgues nunca a nada, ni a nadie. Y ahora cállate un poco y deja de protestar, ¡me estás dando dolor de cabeza! -acabó chillando a Elena dando por concluida la charla.

Lorena manejaba el todo terreno con cierta dificultad debido al tipo de camino que atravesaban. Era una mujer madura con experiencia en estas lides, ya empezaba a pintar canas en su corto pelo negro, y era la líder del equipo por edad y por experiencia. En cambio, Elena era mucho más joven y más impetuosa, todavía una inexperta. Su cara de niña, y su comportamiento inmaduro reflejaba su personalidad. Justo cuando atravesaron el bosque observaron que la vereda continuaba unos cientos de metros de lo que se podría llamar la salida. Al final de la vereda se erguía una estructura que las pilló totalmente por sorpresa. Lorena en un primer momento detuvo el vehículo mirando a un lado y a otro a lo largo de la estructura.

-Menuda empalizada tan extraña que tenemos aquí -comentó Elena-, ¿cómo es posible encontrar esta estructura en tierra de nadie? No puedo ver dónde acaba o dónde empieza, tampoco veo ninguna puerta.

El camino se bifurcaba en dos sentidos a izquierda y a derecha. Lorena sin decir ni una sola palabra puso en marcha el vehículo dirigiéndose lentamente a la empalizada. Seguidamente giró el volante a la derecha y siguió avanzando con lentitud mientras las dos observaban la estructura. Cierto tiempo después de circular con la empalizada a un lado Lorena detuvo el vehículo.

-Es un sitio extraño –empezó a comentar Lorena-. La empalizada tiene troncos de madera de casi dos metros y medio de alto, parece muy sólida. La separación entre los postes es lo suficientemente pequeña para que no la atraviese nadie. No se ven que están sujetos por ninguna clase de cable o cuerda. El que realizó esta estructura lo hizo muy laboriosamente. Es una estructura hecha para perdurar.

-¿Llamas tú? -preguntó Elena con mucha sorna sonriendo y mirando a Lorena a través de sus gafas oscuras.

-¡Menos guasa! -respondió Lorena.

Desconectó el coche activándose automáticamente el freno de mano inmovilizando el vehículo, abrió la puerta y un calor sofocante entró.

-¿A dónde demonios vas? -volvió a preguntar Elena-. ¡Hace un calor horroroso!.

-A estirar las piernas y a ver dónde estamos -respondió Lorena saliendo del vehículo.

Sin perder la vista de la estructura que tenía delante empezó a andar un poco para desentumecer las piernas, después de estar tanto tiempo sentada en el vehículo se estaba agarrotando. Poco después se dirigió hacía la empalizada para observarla más de cerca, cuando se acercó empezó a acariciar el material.

-Ummm, no conozco esta clase de madera –habló para sí Lorena-. A la vista parece madera incluso tiene el mismo color, pero al tacto parece más metal que madera.

Dio varios puntapiés a uno de los postes, no observó ni un rasguño. Seguidamente empujó con fuerza a otro de los postes, éste ni se movió. Dio un paso atrás quedándose en jarras mirando la empalizada a un lado y a otro. Elena desde el coche la observaba. Lorena resopló un poco, se arrascó la cabeza como queriendo pensar un poco, y dándose por vencida se dirigió hacía la parte de atrás del vehículo. Abrió la puerta del maletero sacando unas botellas de agua y unos prismáticos. Elena animándose un poco abrió la puerta saliendo del vehículo. Las dos se colocaron recostadas en la puerta del conductor mirando la empalizada disponiéndose a beber de las botellas.

-¿Qué crees que es ésto? -preguntó Elena mientras bebía.

-No lo sé. La empalizada está como si la hubiesen montado esta misma mañana. No hay restos de rasguños, humedades ni desgastes. Ni siquiera la pintura está desconchada, parece perfectamente nueva.

Lorena se quitó las gafas y entre trago y trago miraba por los prismáticos a un lado y a otro de la empalizada con sus ojos negros como el azabache observando con parsimonia.

-¿Qué buscas? -preguntó la rubia mientras se iba quitando el sudor de la frente-. ¡Que calor!

-La entrada de la empalizada -respondió Lorena–, no sé dónde está. No viene en el mapa que nos ha dado la Agencia.

-Pues estamos bien, como no preguntemos a esa lagartija de la empalizada -dijo Elena.

Elena cogió una piedrilla del suelo y la tiró a la lagartija, no acertó pero asustó al animalillo escondiéndose con velocidad.

–Vaya, ya estamos solas otra vez.

Lorena se apartó los prismáticos de la vista y miró a Elena negando levemente con la cabeza con cierto gesto de desaprobación.

-Empieza a madurar un poco, ¡que ya no eres una niña!

El Sol todavía no había alcanzado el medio día, pero se notaba como caía a plomo. Elena con los brazos cruzados esperaba a que Lorena acabase su observación.

-Que hierbas tan altas hay detrás de la verja, este sitio está totalmente abandonado -razonaba Elena en voz alta-. Decir que es una granja es mucho decir, por aquí no ha pasado nadie en años. No se ve ninguna clase de tubería o de canalización sanitaria de ningún tipo, tampoco hay tendido eléctrico por ninguna parte. No observo caminos asfaltados, parece que hemos retrocedido doscientos años. Sí tienen alguna clase de emergencia, ¿cómo se las arreglan para pedir ayuda?

-La verdad es que no tenemos ni idea. La información que poseemos es limitada y no convienen tener ideas preconcebidas -comentó Lorena mientras observaba.

Se incorporó de la puerta del coche dando unos pasos hacía adelante, se enderezó el cuerpo. Sé quitó y se puso los prismáticos varias veces mirando hacía una dirección como queriendo observar con más detenimiento ese lugar. Elena también se incorporó, se puso las manos en los bolsillos del pantalón vaquero que lo llevaba muy ajustado acercándose a Lorena.

-¿Qué? ¿Ya lo has encontrado? -susurró Elena.

-Sí allí está la entrada a la granja, pero es extraño. Tanta empalizada que se pierde a lo lejos, y la puerta la tiene abierta de par en par.

-¡Bueno, pues vamos! -dijo Elena dirigiéndose al coche con prisa, pero Lorena sin inmutarse siguió observando.

-¡Espera un poco! -chilló Lorena- Estoy observando el camino de entrada a la granja, no seas tan impetuosa, no tengas tanta prisa.

Elena se volvió sobre sus pasos apoyándose de nuevo en el capó del coche.

-¡Vaya! Allí está la casa de la granja, ten Elena, mira y observa -habló Lorena ofreciendo los prismáticos a Elena para que pudiera observar.

Elena se movió hacía Lorena quitándose las gafas, y cogiendo los prismáticos se los puso en los ojos observando hacia la dirección que le indicaba Lorena.

-Sí, allí está todo lo que me has dicho. Pero no se ve a nadie, todo ésto es muy extraño -comentó Elena devolviendo los prismáticos.

Seguidamente Elena se puso las gafas de sol oscuras tapándose sus ojos verdes. Cogieron las botellas de agua, dieron unos últimos tragos, y las guardaron en el maletero. Entraron las dos en el vehículo dejando los prismáticos encima del salpicadero y siguieron su camino.

Minutos después llegaron a la entrada de la empalizada, Lorena detuvo el vehículo en frente de la puerta.

-¿Por qué nos detenemos? -preguntó Elena.

-Observa la empalizada –respondió Lorena-. Tanta madera usada en unos postes tan altos, y la entrada sin una puerta que bloquee el acceso a nadie. Simplemente es una apertura en la verja sin más. Puede entrar cualquiera, y con el vehículo que quiera. Además no hay ninguna clase de camino hacía la casa que se ve al fondo, todo son hierbajos, hierba alta, matorrales, y por allí se ve alguna clase de retoño de árbol. Nadie ha cuidado esta granja en décadas, está todo muy abandonado.

Lorena se quitó las gafas y cogiendo los prismáticos se los puso en los ojos empezando a otear el horizonte. Elena con el brazo apoyado en la puerta, y con la mano en la cabeza miraba con cara de aburrimiento.

-¿Qué observas ahora? -preguntó Elena.

-Parece que este lugar no esté tan vacío. Se ve a una persona de pie en el porche mirando hacía nosotras –respondió Lorena sin dejar de mirar por los prismáticos-. Creo que es la señora que estamos buscando, la casa la encuentro también un tanto extraña. Está todo muy descuidado pero la casa parece que está … … está … … está como totalmente nueva como la empalizada. Cuando nos acerquemos la veremos con más detenimiento.

Le pasó los prismáticos a Elena y ésta empezó a mirar también.

-Sí, ya veo a la señora. –Después dirigió la observación hacía todo alrededor.- No veo a nadie ni nada más, ni siquiera un miserable coche. Es un sitio realmente raro, hasta la casa es rara, en fin. Cuándo quieras nos ponemos en movimiento aunque tú eliges el camino, si es que lo encuentras, claro. Ja, ja, ja, ja … … … -rio Elena.

 -Ja, ja, ja, ja … -respondió Lorena con mucha ironía poniendo cara de pocos amigos.

Arrancó el vehículo de golpe sin avisar echando a Elena hacía atrás en el asiento. Elena continuó riendo. A pesar del arranque tan brusco Lorena dirigía el vehículo hacía la casa con mucho cuidado y muy lentamente. Nada más pasar el límite de las empalizadas el camino se difuminaba entre los matojos, malas hierbas, matorrales y demás hierbas altas. Poco a poco, y dando tumbos el vehículo fue avanzando con mucha dificultad hacía una casa que cada vez se hacía más grande e imponente. Después de minutos de más tumbos, frenazos y arranques violentos Lorena detuvo el vehículo a unos cien metros de la casa.

-Vamos hasta allí, ¿por qué vuelves a parar ahora? -volvió a preguntar Elena.

-¡Calla un poco y deja de preguntarlo todo! –respondió con enfado Lorena- ¿Ves a la señora de pies en el porche mirando? No se ha movido de ese lugar desde que entramos. Tiene unas ropas que no parecen estar viejas, ni pasadas de moda, pero a ella ya se la ve bastante mayor. Venga, bajémonos del coche y sigamos a pie el tramo que queda.

Una vez detenido el vehículo Lorena se bajó del coche, el calor era abrasador. Se puso a andar hacía la casa sin esperar a Elena, ésta se quedo quieta en el asiento tardando en reaccionar. Finalmente salió del vehículo que se cerró automáticamente. Aceleró el paso alcanzando a Lorena.

-¿Por qué hacemos ésto así? -repreguntó Elena de nuevo olvidándose del comentario anterior.

-Si llegamos andando desde cierta distancia y mostrándonos sin engaños damos sensación de calma y tranquilidad -explicó Lorena-. Ésto se hace para dar confianza a los sujetos que investigamos, y para que nadie se ponga nervioso.

Iban avanzando con paso firme hacía la casa, las dos observaban el edificio con detenimiento. Era una casa típica de la región de dos plantas con un diseño muy antiguo, aún así tenía un aspecto totalmente nuevo que desentonaba con el lugar al igual que la empalizada. Cuando ya estaban a unos metros de la casa se detuvieron de golpe dándose cuenta que la mujer ya no estaba en el porche.

-¿Dónde se ha metido? -preguntó Lorena-. ¿La has visto moverse del sitio?

-Púes no, no me he fijado mucho. Tendremos que entrar y llamar ¿no?

Las dos reanudaron la marcha hacía la entrada de la casa o lo que eso parecía. Se detuvieron enfrente de las escaleras que llevaban al porche de la puerta de la entrada.

-¡¡Hola!! ¿hay alguien ahí? -preguntó Lorena-. ¡Hola!.

No respondió nadie. Pareciese que la casa se tragaba las palabras de Lorena.

-Tendremos que entrar, ¿no crees? -susurró Elena.

La primera en pisar las escaleras fue Lorena esperando que la madera crujiese ligeramente, pero notó una extraña firmeza en el propio suelo. Siguió subiendo seguida de Elena cruzándose las dos una extraña mirada por lo extraño del piso. Caminaron hasta la puerta de la entrada mirando a través de las ventanas con mucha curiosidad.

-Parece una casa normal por lo menos en el aspecto, y en el interior parece haberse detenido el tiempo –comentó Elena-. Qué, ¿llamamos?

-Habrá que intentarlo aunque veo que no tiene ni timbre ni nada que se le parezca.

Lorena miró en el marco de la puerta buscando algo que hiciese sonar algún timbre, pero no encontró nada. Finalmente con la mano extendida aporreó la puerta con fuerza varias veces.

-¡Hola! -gritó.

Esperó unos instantes volviendo a repetir la misma operación. Pasados unos segundos se empezaron a oír unos pasos en el interior de la vivienda. Elena y Lorena se quitaron las gafas, se miraron y dieron un paso atrás.

Los pasos se detuvieron detrás de la puerta. La cerradura de la puerta empezó a sonar limpiamente como si se habría instalado ayer. Lorena y Elena observaron con curiosidad la cerradura mientras ésta se abría. La puerta se abrió sin ninguna clase de sonido asomándose una mujer de avanzada edad, alta, delgada, pelo canoso revuelto, espalda encorvada, hombros echados hacía adelante. Tenia el pecho ligeramente hundido y cara tremendamente arrugada. Las ropas que vestía desentonaban con su edad ya que lo que llevaba puesto era una clase de ropa destinada para mujeres más jóvenes que ella, y sobre todo lo que llamaba la atención en su rostro eran sus ojos. Unos ojos profundos color miel totalmente vivos que parecían absorber toda la luz que llegaban a ellos, y que no correspondía precisamente con su edad.

-Buenos días, ¿qué desean señoritas? -preguntó la señora sin ningún tipo de titubeo y con voz profunda.

-Buenos días señora, ¿es usted Ana Prado? -preguntó Lorena con toda la dulzura y simpatías posibles.

-Sí, soy la señorita Ana Prado –respondió la señorita-. ¿Para qué han venido hasta aquí? ¿Para qué tantas molestias?

-Perdone señorita –se anticipó Elena bruscamente-. Venimos del Ministerio de la Gobernación, concretamente de la sección del censo con un extraño dato que nos hemos encontrado en nuestros archivos. Resulta que según nuestros registros usted tiene aproximadamente doscientos años, como comprenderá es un dato verdaderamente curioso.

Ana se quedó observado a las dos mujeres alternativamente con esos dulces ojos color miel.

-Pasen, pasen si así lo desean –respondió Ana-. Aquí dentro estaremos más cómodas las tres para poder charlar, ja, ja, ja, ja.

Ana abrió la puerta de la casa de par en par dejando espacio suficiente para que pasasen Elena y Lorena. Ambas se miraron indecisas y Elena encogiéndose de hombros entró por la puerta con total tranquilidad, Lorena la siguió momentos después. Ana, que continuaba riéndose, cerró la puerta con delicadeza.

Cuando entraron observaron que era una casa muy bien iluminada con luz natural, también las llamó la atención el agradable olor a lavanda que se esparcía por el recinto, y el tremendo frescor que había allí. Parecía que alguna clase de máquina de aire acondicionado estuviera en funcionamiento, pero por más que observaron no encontraron nada que se pareciese a ello. No existía ninguna clase de ruido el silencio era total.

-Vayan a la sala, vayan -habló Ana muy solicita-. Miren, es esa puerta de ahí. Pónganse cómodas, están en su casa. Les llevaré alguna bebida fresca, tendrán sed. No tengo visitas desde hace mucho, mucho tiempo -se quedó triste y cariacontecida cómo si estaría recordando algo que la entristeciese profundamente-. El baño si lo necesitan está al fondo del pasillo. La escalera que ven lleva a las habitaciones de arriba, no hace falta que suban.

Las dos mujeres se miraron y entraron rápidas en el excusado. El baño estaba formado por una grifería moderna con su bañera, lavabo, bidé, toallas y los enseres correspondientes. Nada anormal que no perteneciese a la época, salvo que la casa no era de esa época. Cuando salieron del baño Lorena y Elena entraron en la sala acomodándose en unas butacas, no perdieron de vista nada de la vivienda.

-No hay polvo ni restos de suciedad por ningún sitio y el material de la casa es parecido al material de la empalizada –empezó a hablar Elena en voz baja-. El suelo está perfectamente limpio y todo está reluciente, incluso los cristales están sin mácula alguna. El baño estaba impoluto como si nunca nadie habría entrado en ese sitio. Todo parece nuevo, ésto es muy extraño -acabó de hablar con gesto de preocupación.

Ana entró en la sala sujetando una bandeja con ambas manos que dejo encima de la mesa. Colocó los vasos encima de la mesa empezando a escanciar agua fresca de una jarra cristal en los vasos.

-Tengan, tengan, beban, probablemente tendrán mucha sed, habrán tenido un viaje muy largo, ja, ja, ja, ja,ja -acabó riendo sin ton ni son la señora.

-Ejem, gracias señora Ana, muchas gracias -respondió Lorena cogiendo uno de los vasos empezando a beber apurándolo de un solo trago.

-Pues sí de verdad que sí, tenía mucha sed -dijo Lorena dando un soplido.

Elena hizo lo mismo quedándose ambas unos instantes pensativas.

-Siento no tener más en estos momentos, pero dentro de un rato vendrán con unos bocadillos. Como podrán entender no esperaba ninguna visita. Ahora díganme, ¿a qué tanta molestia en llegar e este lugar? -preguntó Ana.

Lorena y Elena se miraron extrañadas por lo que acababa de decir la señora y como no sabiendo por donde empezar finalmente fue Lorena la que empezó a hablar.

-Señora Ana …

-Solamente llámeme Ana, por favor -interrumpió educadamente la señora.

-Muy bien como prefiera … Ana –siguió Lorena sonriendo-. Estamos haciendo un censo nuevo, y poniendo totalmente al día los datos nos hemos encontrado con este lugar … y con usted. Esta casa según nuestros archivos tiene trescientos cincuenta años, y usted según nuestras cuentas debe de tener unos doscientos años … es algo bastante singular -dejó Lorena caer sus palabras como preguntando por este hecho tan extraño.

Elena observaba sin perder detalle a Ana que miraba a Lorena con sus profundo ojos color miel.

-Bueno, sabía que esto era algo que tarde o temprano iba a suceder –empezó a responder Ana con cierto gesto de cansancio-. Demasiado tiempo ha pasado sin que llamase la atención.

Ana había agachado ligeramente la cabeza, lanzó un pequeño suspiro, alzó la cara mirando a las dos mujeres.

-Sí, así es -respondió Ana con firmeza-. Tengo concretamente ciento noventa y tres años, y la casa tendrá la edad que vosotras digáis. Yo no lo sé, no había nacido cuando la construyeron, ja, ja, ja, ja, ja, ja -rió Ana con los ojos abiertos de par en par, el ánimo la cambiaba de un instante a otro.

-Pero Ana, ésto es bastante difícil de creer –interpeló Elena-. Esta casa no aparenta tener ese tiempo, y usted debería estar en otro sitio.

-Muerta, ¿verdad? -respondió bruscamente Ana-. Tranquila señorita, entiendo su incredulidad, pero … -Un pequeño timbre empezó a sonar desde la habitación desde dónde trajo el agua Ana.

-Perdonar chicas, los bocadillos ya han llegado. Un momento.

Ana con una sonrisa cogió los vasos y la jarra poniéndolos en la bandeja, se los llevó desapareciendo por la puerta.

Cuando Ana desapareció por la puerta Lorena y Elena empezaron a discutir atropelladamente entre ellas. En un momento Lorena alzó los dos brazos zanjando aquél dislate, para algo era la jefa del grupo. Respiraron un poco.

-Esta señora no creo que esté bien de la cabeza –empezó a hablar Elena- ¿cómo va a poder tener esa edad? ¿Y la casa cómo se mantiene? Ahora me he percatado del agua del baño, ¿de dónde viene el agua; y la comida; y todo?

-Bueno, bueno no perdamos la calma y sigamos preguntando –respondió Lorena-. Lo estoy grabando todo con la máquina grabadora. Todo ésto es realmente extraño.

Lorena se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta sacando una grabadora que cabía en la palma de la mano enseñándosela a Elena, se la volvió a guardar en el mismo bolsillo. Al de unos minutos Ana regresó con una bandeja más grande con ciertas viandas y bebidas acompañada con una tremenda sonrisa que hacía lucir más todavía sus ojos color miel. Dejó la bandeja encima de la mesa arrimando unos taburetes.

-Vengan, vengan, señoritas. Aquí tienen, ya  casi es la hora del almuerzo y seguro que tendrán apetito. Hace tanto tiempo que nadie pasaba por aquí que ya ni me acordaba de ciertas cosas.

Ana se sentó en uno de los taburetes quedándose pensativa con cierto gesto de nostalgia. Lorena y Elena se incorporaron y se fijaron en la bandeja.

-La verdad Ana es que estás en todo –comentó Elena sentándose en uno de los taburetes-.  Todo tiene una pinta estupenda.

Las dos miraron la bandeja sirviéndose unos bocadillos, empezaron a comer.

Publicado en Bilbao el 13 de marzo del 2019.

Revisado en Bilbao el 8 de febrero del 2020.

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