Ojos color miel. Novela completa.

-¡Nos hemos perdido, ¿verdad?! ¿Estás segura de por dónde vamos? -preguntó Elena con cara de enfado mientras miraba por el cristal del vehículo.
-No, no estamos perdidas. Vamos en la dirección correcta, para algo tenemos los mapas y la señal del satélite. Ten un poco más de confianza, mujer -respondió Lorena con tranquilidad.

El vehículo todo terreno circulaba no a demasiada velocidad dando pequeños botes por un camino de tierra sin ninguna clase de asfaltado ni señalización que atravesaba un bosque. A medida que avanzaba iba dejando una nube de polvo por detrás de lo seca que estaba la vereda. Era un día de sol y calor, no había ninguna nube en un cielo por lo demás completamente azul. No se escuchaba el sonido de ningún insecto ni de ninguna clase de animal, no corría ni una sola brizna de un aire que sofocaba y asfixiaba, aunque ellas no pudiesen notarlo desde dentro del vehículo.

-Pero, ¿quién puede vivir en este olvidado lugar? -habló Elena en tono de protesta-. Desde que nos metimos en este endemoniado camino no nos hemos encontrado con ninguna persona. La carretera principal la hemos dejado atrás a casi unos cincuenta kilómetros y el centro urbano más cercano está a más de doscientos, y para más fastidio no me gusta demasiado la naturaleza. Prefiero la ciudad -gesticulaba incómoda Elena.
-La Agencia nos ha encomendado este trabajo y tenemos que ir –respondió Lorena con una gran paciencia–, dicen que puede ser algo importante. Así que tranquilízate y disfruta del paisaje.
-Me he leído el informe –siguió hablando Elena-. ¿Tú crees en algo de lo que dice ese informe? Me parece tan rocambolesco. No sé que pensar, la verdad.
-Sí, yo también lo he leído, y ya sabes lo que pienso. Nada es cierto ni falso hasta que no comprobamos la información, en este trabajo si quieres durar no prejuzgues nunca a nada, ni a nadie. Y ahora cállate un poco y deja de protestar, ¡me estás dando dolor de cabeza! -acabó chillando a Elena dando por concluida la charla.

Ojos color miel.

Lorena manejaba el todo terreno con cierta dificultad debido al tipo de camino que atravesaban. Era una mujer madura con experiencia en estas lides, ya empezaba a pintar canas en su corto pelo negro, y era la líder del equipo por edad y por experiencia. En cambio, Elena era mucho más joven y más impetuosa, todavía una inexperta. Su cara de niña, y su comportamiento inmaduro reflejaba su personalidad. Justo cuando atravesaron el bosque observaron que la vereda continuaba unos cientos de metros de lo que se podría llamar la salida. Al final de la vereda se erguía una estructura que las pilló totalmente por sorpresa. Lorena en un primer momento detuvo el vehículo mirando a un lado y a otro a lo largo de la estructura.

-Menuda empalizada tan extraña que tenemos aquí -comentó Elena-, ¿cómo es posible encontrar esta estructura en tierra de nadie? No puedo ver dónde acaba o dónde empieza, tampoco veo ninguna puerta.

El camino se bifurcaba en dos sentidos a izquierda y a derecha. Lorena sin decir ni una sola palabra puso en marcha el vehículo dirigiéndose lentamente a la empalizada. Seguidamente giró el volante a la derecha y siguió avanzando con lentitud mientras las dos observaban la estructura. Cierto tiempo después de circular con la empalizada a un lado Lorena detuvo el vehículo.
-Es un sitio extraño –empezó a comentar Lorena-. La empalizada tiene troncos de madera de casi dos metros y medio de alto, parece muy sólida. La separación entre los postes es lo suficientemente pequeña para que no la atraviese nadie. No se ven que están sujetos por ninguna clase de cable o cuerda. El que realizó esta estructura lo hizo muy laboriosamente. Es una estructura hecha para perdurar.
-¿Llamas tú? -preguntó Elena con mucha sorna sonriendo y mirando a Lorena a través de sus gafas oscuras.
-¡Menos guasa! -respondió Lorena.

Desconectó el coche activándose automáticamente el freno de mano inmovilizando el vehículo, abrió la puerta y un calor sofocante entró.

-¿A dónde demonios vas? -volvió a preguntar Elena-. ¡Hace un calor horroroso!.
-A estirar las piernas y a ver dónde estamos -respondió Lorena saliendo del vehículo.

Sin perder la vista de la estructura que tenía delante empezó a andar un poco para desentumecer las piernas, después de estar tanto tiempo sentada en el vehículo se estaba agarrotando. Poco después se dirigió hacía la empalizada para observarla más de cerca, cuando se acercó empezó a acariciar el material.

-Ummm, no conozco esta clase de madera –habló para sí Lorena-. A la vista parece madera incluso tiene el mismo color, pero al tacto parece más metal que madera.

Dio varios puntapiés a uno de los postes, no observó ni un rasguño. Seguidamente empujó con fuerza a otro de los postes, éste ni se movió. Dio un paso atrás quedándose en jarras mirando la empalizada a un lado y a otro. Elena desde el coche la observaba. Lorena resopló un poco, se arrascó la cabeza como queriendo pensar un poco, y dándose por vencida se dirigió hacía la parte de atrás del vehículo. Abrió la puerta del maletero sacando unas botellas de agua y unos prismáticos. Elena animándose un poco abrió la puerta saliendo del vehículo. Las dos se colocaron recostadas en la puerta del conductor mirando la empalizada disponiéndose a beber de las botellas.

-¿Qué crees que es ésto? -preguntó Elena mientras bebía.
-No lo sé. La empalizada está como si la hubiesen montado esta misma mañana. No hay restos de rasguños, humedades ni desgastes. Ni siquiera la pintura está desconchada, parece perfectamente nueva.

Lorena se quitó las gafas y entre trago y trago miraba por los prismáticos a un lado y a otro de la empalizada con sus ojos negros como el azabache observando con parsimonia.

-¿Qué buscas? -preguntó la rubia mientras se iba quitando el sudor de la frente-. ¡Que calor!
-La entrada de la empalizada -respondió Lorena–, no sé dónde está. No viene en el mapa que nos ha dado la Agencia.
-Pues estamos bien, como no preguntemos a esa lagartija de la empalizada -dijo Elena.

Elena cogió una piedrilla del suelo y la tiró a la lagartija, no acertó pero asustó al animalillo escondiéndose con velocidad.

–Vaya, ya estamos solas otra vez.
Lorena se apartó los prismáticos de la vista y miró a Elena negando levemente con la cabeza con cierto gesto de desaprobación.

-Empieza a madurar un poco, ¡que ya no eres una niña!

El Sol todavía no había alcanzado el medio día, pero se notaba como caía a plomo. Elena con los brazos cruzados esperaba a que Lorena acabase su observación.

-Que hierbas tan altas hay detrás de la verja, este sitio está totalmente abandonado -razonaba Elena en voz alta-. Decir que es una granja es mucho decir, por aquí no ha pasado nadie en años. No se ve ninguna clase de tubería o de canalización sanitaria de ningún tipo, tampoco hay tendido eléctrico por ninguna parte. No observo caminos asfaltados, parece que hemos retrocedido doscientos años. Sí tienen alguna clase de emergencia, ¿cómo se las arreglan para pedir ayuda?
-La verdad es que no tenemos ni idea. La información que poseemos es limitada y no convienen tener ideas preconcebidas -comentó Lorena mientras observaba.

Se incorporó de la puerta del coche dando unos pasos hacía adelante, se enderezó el cuerpo. Sé quitó y se puso los prismáticos varias veces mirando hacía una dirección como queriendo observar con más detenimiento ese lugar. Elena también se incorporó, se puso las manos en los bolsillos del pantalón vaquero que lo llevaba muy ajustado acercándose a Lorena.

-¿Qué? ¿Ya lo has encontrado? -susurró Elena.
-Sí allí está la entrada a la granja, pero es extraño. Tanta empalizada que se pierde a lo lejos, y la puerta la tiene abierta de par en par.
-¡Bueno, pues vamos! -dijo Elena dirigiéndose al coche con prisa, pero Lorena sin inmutarse siguió observando.
-¡Espera un poco! -chilló Lorena- Estoy observando el camino de entrada a la granja, no seas tan impetuosa, no tengas tanta prisa.

Elena se volvió sobre sus pasos apoyándose de nuevo en el capó del coche.

-¡Vaya! Allí está la casa de la granja, ten Elena, mira y observa -habló Lorena ofreciendo los prismáticos a Elena para que pudiera observar.

Elena se movió hacía Lorena quitándose las gafas, y cogiendo los prismáticos se los puso en los ojos observando hacia la dirección que le indicaba Lorena.

-Sí, allí está todo lo que me has dicho. Pero no se ve a nadie, todo ésto es muy extraño -comentó Elena devolviendo los prismáticos.

Seguidamente Elena se puso las gafas de sol oscuras tapándose sus ojos verdes. Cogieron las botellas de agua, dieron unos últimos tragos, y las guardaron en el maletero. Entraron las dos en el vehículo dejando los prismáticos encima del salpicadero y siguieron su camino.

Minutos después llegaron a la entrada de la empalizada, Lorena detuvo el vehículo en frente de la puerta.

-¿Por qué nos detenemos? -preguntó Elena.
-Observa la empalizada –respondió Lorena-. Tanta madera usada en unos postes tan altos, y la entrada sin una puerta que bloquee el acceso a nadie. Simplemente es una apertura en la verja sin más. Puede entrar cualquiera, y con el vehículo que quiera. Además no hay ninguna clase de camino hacía la casa que se ve al fondo, todo son hierbajos, hierba alta, matorrales, y por allí se ve alguna clase de retoño de árbol. Nadie ha cuidado esta granja en décadas, está todo muy abandonado.

Lorena se quitó las gafas y cogiendo los prismáticos se los puso en los ojos empezando a otear el horizonte. Elena con el brazo apoyado en la puerta, y con la mano en la cabeza miraba con cara de aburrimiento.

-¿Qué observas ahora? -preguntó Elena.
-Parece que este lugar no esté tan vacío. Se ve a una persona de pie en el porche mirando hacía nosotras –respondió Lorena sin dejar de mirar por los prismáticos-. Creo que es la señora que estamos buscando, la casa la encuentro también un tanto extraña. Está todo muy descuidado pero la casa parece que está … … está … … está como totalmente nueva como la empalizada. Cuando nos acerquemos la veremos con más detenimiento.

Le pasó los prismáticos a Elena y ésta empezó a mirar también.

-Sí, ya veo a la señora. –Después dirigió la observación hacía todo alrededor.- No veo a nadie ni nada más, ni siquiera un miserable coche. Es un sitio realmente raro, hasta la casa es rara, en fin. Cuándo quieras nos ponemos en movimiento aunque tú eliges el camino, si es que lo encuentras, claro. Ja, ja, ja, ja … … … -rio Elena.
 -Ja, ja, ja, ja … -respondió Lorena con mucha ironía poniendo cara de pocos amigos.

Arrancó el vehículo de golpe sin avisar echando a Elena hacía atrás en el asiento. Elena continuó riendo. A pesar del arranque tan brusco Lorena dirigía el vehículo hacía la casa con mucho cuidado y muy lentamente. Nada más pasar el límite de las empalizadas el camino se difuminaba entre los matojos, malas hierbas, matorrales y demás hierbas altas. Poco a poco, y dando tumbos el vehículo fue avanzando con mucha dificultad hacía una casa que cada vez se hacía más grande e imponente. Después de minutos de más tumbos, frenazos y arranques violentos Lorena detuvo el vehículo a unos cien metros de la casa.

-Vamos hasta allí, ¿por qué vuelves a parar ahora? -volvió a preguntar Elena.
-¡Calla un poco y deja de preguntarlo todo! –respondió con enfado Lorena- ¿Ves a la señora de pies en el porche mirando? No se ha movido de ese lugar desde que entramos. Tiene unas ropas que no parecen estar viejas, ni pasadas de moda, pero a ella ya se la ve bastante mayor. Venga, bajémonos del coche y sigamos a pie el tramo que queda.

Una vez detenido el vehículo Lorena se bajó del coche, el calor era abrasador. Se puso a andar hacía la casa sin esperar a Elena, ésta se quedo quieta en el asiento tardando en reaccionar. Finalmente salió del vehículo que se cerró automáticamente. Aceleró el paso alcanzando a Lorena.

-¿Por qué hacemos ésto así? -repreguntó Elena de nuevo olvidándose del comentario anterior.
-Si llegamos andando desde cierta distancia y mostrándonos sin engaños damos sensación de calma y tranquilidad -explicó Lorena-. Ésto se hace para dar confianza a los sujetos que investigamos, y para que nadie se ponga nervioso.
Iban avanzando con paso firme hacía la casa, las dos observaban el edificio con detenimiento. Era una casa típica de la región de dos plantas con un diseño muy antiguo, aún así tenía un aspecto totalmente nuevo que desentonaba con el lugar al igual que la empalizada. Cuando ya estaban a unos metros de la casa se detuvieron de golpe dándose cuenta que la mujer ya no estaba en el porche.

-¿Dónde se ha metido? -preguntó Lorena-. ¿La has visto moverse del sitio?
-Púes no, no me he fijado mucho. Tendremos que entrar y llamar ¿no?

Las dos reanudaron la marcha hacía la entrada de la casa o lo que eso parecía. Se detuvieron enfrente de las escaleras que llevaban al porche de la puerta de la entrada.

-¡¡Hola!! ¿hay alguien ahí? -preguntó Lorena-. ¡Hola!.

No respondió nadie. Pareciese que la casa se tragaba las palabras de Lorena.

-Tendremos que entrar, ¿no crees? -susurró Elena.

La primera en pisar las escaleras fue Lorena esperando que la madera crujiese ligeramente, pero notó una extraña firmeza en el propio suelo. Siguió subiendo seguida de Elena cruzándose las dos una extraña mirada por lo extraño del piso. Caminaron hasta la puerta de la entrada mirando a través de las ventanas con mucha curiosidad.

-Parece una casa normal por lo menos en el aspecto, y en el interior parece haberse detenido el tiempo –comentó Elena-. Qué, ¿llamamos?
-Habrá que intentarlo aunque veo que no tiene ni timbre ni nada que se le parezca.

Lorena miró en el marco de la puerta buscando algo que hiciese sonar algún timbre, pero no encontró nada. Finalmente con la mano extendida aporreó la puerta con fuerza varias veces.

-¡Hola! -gritó.

Esperó unos instantes volviendo a repetir la misma operación. Pasados unos segundos se empezaron a oír unos pasos en el interior de la vivienda. Elena y Lorena se quitaron las gafas, se miraron y dieron un paso atrás.

Los pasos se detuvieron detrás de la puerta. La cerradura de la puerta empezó a sonar limpiamente como si se habría instalado ayer. Lorena y Elena observaron con curiosidad la cerradura mientras ésta se abría. La puerta se abrió sin ninguna clase de sonido asomándose una mujer de avanzada edad, alta, delgada, pelo canoso revuelto, espalda encorvada, hombros echados hacía adelante. Tenia el pecho ligeramente hundido y cara tremendamente arrugada. Las ropas que vestía desentonaban con su edad ya que lo que llevaba puesto era una clase de ropa destinada para mujeres más jóvenes que ella, y sobre todo lo que llamaba la atención en su rostro eran sus ojos. Unos ojos profundos color miel totalmente vivos que parecían absorber toda la luz que llegaban a ellos, y que no correspondía precisamente con su edad.

-Buenos días, ¿qué desean señoritas? -preguntó la señora sin ningún tipo de titubeo y con voz profunda.
-Buenos días señora, ¿es usted Ana Prado? -preguntó Lorena con toda la dulzura y simpatías posibles.
-Sí, soy la señorita Ana Prado –respondió la señorita-. ¿Para qué han venido hasta aquí? ¿Para qué tantas molestias?
-Perdone señorita –se anticipó Elena bruscamente-. Venimos del Ministerio de la Gobernación, concretamente de la sección del censo con un extraño dato que nos hemos encontrado en nuestros archivos. Resulta que según nuestros registros usted tiene aproximadamente doscientos años, como comprenderá es un dato verdaderamente curioso.

Ana se quedó observado a las dos mujeres alternativamente con esos dulces ojos color miel.

-Pasen, pasen si así lo desean –respondió Ana-. Aquí dentro estaremos más cómodas las tres para poder charlar, ja, ja, ja, ja.

Ana abrió la puerta de la casa de par en par dejando espacio suficiente para que pasasen Elena y Lorena. Ambas se miraron indecisas y Elena encogiéndose de hombros entró por la puerta con total tranquilidad, Lorena la siguió momentos después. Ana, que continuaba riéndose, cerró la puerta con delicadeza.

Cuando entraron observaron que era una casa muy bien iluminada con luz natural, también las llamó la atención el agradable olor a lavanda que se esparcía por el recinto, y el tremendo frescor que había allí. Parecía que alguna clase de máquina de aire acondicionado estuviera en funcionamiento, pero por más que observaron no encontraron nada que se pareciese a ello. No existía ninguna clase de ruido el silencio era total.

-Vayan a la sala, vayan -habló Ana muy solicita-. Miren, es esa puerta de ahí. Pónganse cómodas, están en su casa. Les llevaré alguna bebida fresca, tendrán sed. No tengo visitas desde hace mucho, mucho tiempo -se quedó triste y cariacontecida cómo si estaría recordando algo que la entristeciese profundamente-. El baño si lo necesitan está al fondo del pasillo. La escalera que ven lleva a las habitaciones de arriba, no hace falta que suban.

Las dos mujeres se miraron y entraron rápidas en el excusado. El baño estaba formado por una grifería moderna con su bañera, lavabo, bidé, toallas y los enseres correspondientes. Nada anormal que no perteneciese a la época, salvo que la casa no era de esa época. Cuando salieron del baño Lorena y Elena entraron en la sala acomodándose en unas butacas, no perdieron de vista nada de la vivienda.

-No hay polvo ni restos de suciedad por ningún sitio y el material de la casa es parecido al material de la empalizada –empezó a hablar Elena en voz baja-. El suelo está perfectamente limpio y todo está reluciente, incluso los cristales están sin mácula alguna. El baño estaba impoluto como si nunca nadie habría entrado en ese sitio. Todo parece nuevo, ésto es muy extraño -acabó de hablar con gesto de preocupación.

Ana entró en la sala sujetando una bandeja con ambas manos que dejo encima de la mesa. Colocó los vasos encima de la mesa empezando a escanciar agua fresca de una jarra cristal en los vasos.

-Tengan, tengan, beban, probablemente tendrán mucha sed, habrán tenido un viaje muy largo, ja, ja, ja, ja,ja -acabó riendo sin ton ni son la señora.
-Ejem, gracias señora Ana, muchas gracias -respondió Lorena cogiendo uno de los vasos empezando a beber apurándolo de un solo trago.
-Pues sí de verdad que sí, tenía mucha sed -dijo Lorena dando un soplido.

Elena hizo lo mismo quedándose ambas unos instantes pensativas.

-Siento no tener más en estos momentos, pero dentro de un rato vendrán con unos bocadillos. Como podrán entender no esperaba ninguna visita. Ahora díganme, ¿a qué tanta molestia en llegar e este lugar? -preguntó Ana.

Lorena y Elena se miraron extrañadas por lo que acababa de decir la señora y como no sabiendo por donde empezar finalmente fue Lorena la que empezó a hablar.

-Señora Ana …
-Solamente llámeme Ana, por favor -interrumpió educadamente la señora.
-Muy bien como prefiera … Ana –siguió Lorena sonriendo-. Estamos haciendo un censo nuevo, y poniendo totalmente al día los datos nos hemos encontrado con este lugar … y con usted. Esta casa según nuestros archivos tiene trescientos cincuenta años, y usted según nuestras cuentas debe de tener unos doscientos años … es algo bastante singular -dejó Lorena caer sus palabras como preguntando por este hecho tan extraño.

Elena observaba sin perder detalle a Ana que miraba a Lorena con sus profundo ojos color miel.

-Bueno, sabía que esto era algo que tarde o temprano iba a suceder –empezó a responder Ana con cierto gesto de cansancio-. Demasiado tiempo ha pasado sin que llamase la atención.

Ana había agachado ligeramente la cabeza, lanzó un pequeño suspiro, alzó la cara mirando a las dos mujeres.

-Sí, así es -respondió Ana con firmeza-. Tengo concretamente ciento noventa y tres años, y la casa tendrá la edad que vosotras digáis. Yo no lo sé, no había nacido cuando la construyeron, ja, ja, ja, ja, ja, ja -rió Ana con los ojos abiertos de par en par, el ánimo la cambiaba de un instante a otro.
-Pero Ana, ésto es bastante difícil de creer –interpeló Elena-. Esta casa no aparenta tener ese tiempo, y usted debería estar en otro sitio.
-Muerta, ¿verdad? -respondió bruscamente Ana-. Tranquila señorita, entiendo su incredulidad, pero … -Un pequeño timbre empezó a sonar desde la habitación desde dónde trajo el agua Ana.
-Perdonar chicas, los bocadillos ya han llegado. Un momento.

Ana con una sonrisa cogió los vasos y la jarra poniéndolos en la bandeja, se los llevó desapareciendo por la puerta.

Cuando Ana desapareció por la puerta Lorena y Elena empezaron a discutir atropelladamente entre ellas. En un momento Lorena alzó los dos brazos zanjando aquél dislate, para algo era la jefa del grupo. Respiraron un poco.

-Esta señora no creo que esté bien de la cabeza –empezó a hablar Elena- ¿cómo va a poder tener esa edad? ¿Y la casa cómo se mantiene? Ahora me he percatado del agua del baño, ¿de dónde viene el agua; y la comida; y todo?
-Bueno, bueno no perdamos la calma y sigamos preguntando –respondió Lorena-. Lo estoy grabando todo con la máquina grabadora. Todo ésto es realmente extraño.

Lorena se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta sacando una grabadora que cabía en la palma de la mano enseñándosela a Elena, se la volvió a guardar en el mismo bolsillo. Al de unos minutos Ana regresó con una bandeja más grande con ciertas viandas y bebidas acompañada con una tremenda sonrisa que hacía lucir más todavía sus ojos color miel. Dejó la bandeja encima de la mesa arrimando unos taburetes.

-Vengan, vengan, señoritas. Aquí tienen, ya  casi es la hora del almuerzo y seguro que tendrán apetito. Hace tanto tiempo que nadie pasaba por aquí que ya ni me acordaba de ciertas cosas.

Ana se sentó en uno de los taburetes quedándose pensativa con cierto gesto de nostalgia. Lorena y Elena se incorporaron y se fijaron en la bandeja.

-La verdad Ana es que estás en todo –comentó Elena sentándose en uno de los taburetes-.  Todo tiene una pinta estupenda.

Las dos miraron la bandeja sirviéndose unos bocadillos, empezaron a comer.

Ana las miraba con cara de satisfacción también y con cierta tristeza.

-Gracias hijas, sois muy generosas. -empezó a charlar Ana-. Os voy a contar una historia que me sucedió hará algo más de ciento cincuenta años y que espero que os aclare vuestras dudas. Hace tanto tiempo que nadie viene por aquí … ja, ja, ja, ja, ja, ja -Volvió a reír.

Lorena y Elena se miraron extrañadas.

-Bueno, como os iba diciendo –siguió ya más tranquila-, ocurrió hace casi ciento cincuenta años. Yo era muy joven. Era un mes extrañamente caluroso, como estos días más o menos. Me encontraba fuera de la casa trabajando en el campo y preocupada porque hacia tiempo que no llovía. Cuándo escuché un gran trueno sobre mi cabeza. Miré al cielo y no observé ni una sola nube, me quedé extrañada. Seguidamente escuché otro trueno, y otro, y luego otro. Me asusté mucho dirigiéndome hacía la casa a coger la escopeta. -Cogió un vaso escanciando agua en el recipiente, bebió un sorbo.-
No me miréis con esas caras, eran otros tiempos. Tener armas en casa para la caza o la defensa era algo habitual. Me dirigí con mucho miedo al sótano, cogí la escopeta y algunos cartuchos, otros se me cayeron de los nervios. Después volví afuera de la casa mirando al cielo observando lo que pasaba, y preparada para disparar a lo que viniese. No había una sola nube en el cielo, al poco rato observé un objeto que paulatinamente se hacía más grande. Tenía forma de cilindro redondeado en las esquinas y era de color marrón. Descendía a una gran velocidad, me dio la sensación que iba a  chocar contra el suelo cuando a unos metros frenó de golpe muy bruscamente, se estabilizo y se posó sobre la campa situada fuera de los límites de la hacienda. Levantó una gran cantidad de polvo y arrancó de raíz, árboles, hierbas, matorrales, todo lo que había en el suelo por el golpe. Se se veía humo, mucho humo -detuvo su charla y bebió otro sorbo.

Elena y Lorena se quedaron con la boca abierta no dando crédito a lo que oían.
-Ana, por aquel entonces no había ninguna clase de avión, aeroplano o lo qué sea que volase -observó Elena.
-Tranquila, joven, tranquila ya lo sé o mejor dicho ya lo sabía de ahí mi temor–respondió Ana mirando a las dos-. Después de éso aguardé unos minutos para ver que pasaba, no sé cuánto esperé y haciendo acopio de valor me dirigí hacía el lugar. Por aquel entonces no había empalizada y el paso era libre. Paso a paso y temblorosa fui acercándome apuntando con la escopeta, seguía saliendo mucho humo de ese sitio. Un humo muy negro y espeso.

Se quedó pensativa unos momentos queriendo recordar algo, al poco rato siguió con su relato.

-Cuando llegué a ver del todo ese objeto me coloque a unos cincuenta metros apuntando a ese cilindro enorme de color marrón, o éso recuerdo, caído del cielo. Despedía mucho calor ese extraño objeto cuando desde uno de los extremos empezó a emitir un sonido. Yo me dirigí atropelladamente hacía ese lugar tropezando con todo y apuntando como una loca a todas partes y a ninguna, ja, ja, ja, ja, ja, ja -empezó a reír desaforadamente.
-¿De qué te ríes Ana? -preguntó Lorena.
-Bueno, días después me enteré que no podía haberle hecho ni el más mínimo daño -respondió Ana pausadamente-, pero eso me costó mucho tiempo entenderlo. Como iba diciendo, ja, ja, ja –siguió Ana riendo- corrí hacía el extremo de ese cilindro, y cuando cesó ese sonido el extremo del cilindro se empezó abrir desde una zona que no tenía ranura alguna, estaba aterrada. Una vez abierto completamente se deslizó una rampa, estaba empapada en sudor y me dolían los brazos de tanto sujetar la escopeta. A continuación unos seres que no había visto en mi vida empezaron a descender por la rampa.

Ana paró su relato volviendo a beber agua, se volvió a llenar el vaso. Miró a la bandeja de bocadillos eligiendo uno, se lo sirvió een l plato empezando a comerlo. A pesar de su edad tenía una dentadura en perfecto estado. Lorena y Elena se quedaron estupefactas después de oír lo que decía.

-Ana, ¿estás segura de lo que nos estás contando? -habló Lorena muy sería-. Es un asunto muy peliagudo y extraño, es complicado de creer.

Ana apuró el bocadillo y se sirvió otro más como si no habría escuchado la pregunta de Lorena, siguió comiendo y bebiendo.

-Ana, esto … -quiso intervenir Elena pero Ana la cortó siguiendo el relato.
-Tenéis mucha impaciencia, niñas. Calma, calma, –rogó Ana-. Esperar a que acabe el almuerzo. No recordaba lo bueno que estaban estos bocadillos, cuanto tiempo … 

Siguió apurando el refrigerio mientras Lorena y Elena observaban otras partes de la casa, no era cuestión de mirar como una señora mayor come. Una vez que acabó siguió con el relato.

-¿Dónde me había quedado? -preguntó Ana mirando a las dos chicas totalmente satisfecha.
-Por la rampa bajaban … -comentó Lorena.
-¡Ah sí! -exclamó Ana siguiendo con el relato-. Bajaron cinco de ellos, yo los llamó así, ellos, desconozco que nombre tienen. Todos llevaban el mismo tipo de uniforme solo se diferenciaban por el color. Cuatro de ellos iban de verde de un pieza, uno de ellos concretamente el primero iba de color naranja. No tenían pelo, la piel era de color blanco muy pálido, ojos azules grandes y redondos no tenían iris ni cejas, bocas alargadas en el rostro y unas narices un poco grandes que se movían, eran todos muy altos. Yo seguía apuntando a todos y a ninguno, estaba al borde de un ataque de nervios. No sé como no empecé a disparar –se iba angustiando al rememorar esos recuerdos-. En un momento y sin darme cuenta el ser del uniforme naranja lo tenía justo delante de mi, me había quitado la escopeta. La tenía entre sus manos y me miraba de cerca, los otros cuatro estaban detrás de él.

Ana hizo una interrupción por el nerviosismo del relato.

-Me quedé paralizada de una pieza solo notaba mi respiración, entonces el ser del uniforme naranja empezó a hablar. No entendí nada de ese lenguaje, parecía un pájaro piando. Pero de un aparato que tenía en el hombro empezó hablar en nuestro idioma.
-No tengas miedo, tranquilízate -escuché.
-Los seres tenían unos cables que iban a su nariz y a sus oídos si es que se les puede definir así.
-Hemos tenido problemas de vuelo en nuestra nave, y necesitamos ayuda -continuó hablando-. A pesar de ser un planeta primitivo para nosotros en muchos aspectos seguro que puedes tener algo que nos pueda servir para arreglar la nave -acabó expresándose de esa manera.

Ana bebió un vaso de agua y se sirvió otro.

-Poco a poco me fui tranquilizando –siguió Ana–, aunque me costó mucho tiempo acostumbrarme. Les dije que vivía en esa casa señalándolos el lugar, pero no sabía en qué forma podría ayudar. Seguía temblando casi no podía sostenerme de la impresión.
-Y ellos, ¿cómo te entendían? -preguntó Elena.
-El aparato que llevaban en el hombro les traducía lo que yo hablaba -respondió Ana.

Hubo unos minutos de silencio.

-Bueno, y ¿qué pasó después? -preguntó Lorena con cierta impaciencia.
-Después nos dirigimos a mi casa –respondió Ana-. Yo iba delante, el de naranja detrás mio con la escopeta en una de sus manos de cuatro dedos, y detrás los cuatro de uniforme verde. Cuando llegamos al porche de la casa, la casa no era como es ahora, estaba con el de uniforme naranja, los otros cuatro se habían desperdigado por la granja buscando algo. Hablaban entre ellos y parecían interesados en el terreno. Sacaron unas bolsas y empezaron a recoger piedras, plantas, insectos y cosas así. El de naranja que no me perdía de vista me habló.
-En este planeta tenéis una fauna muy interesante. Pasaremos dentro de lo que tú llamas casa para ver que nos puede ser útil para reparar la nave.
-Seguía con la escopeta en la mano. Yo me quedé en el porche de la casa, no sabía que hacer -se le escapaba alguna lágrima de la ansiedad-. Poco después entraron los otros cuatro empezando a revolverlo todo. Se llevaron todos los alambres de metal que tenía en el sótano, palas, picos y todos los objetos metálicos, las armas, los cartuchos también se lo llevaron, solo me dejaron la comida y los enseres de la casa. ¡No entendía nada!
 -No te preocupes, ahora te protegemos nosotros. No tienes nada de que temer -me dijo el de naranja.
-Por supuesto en ese momento no le creí nada, mucho tiempo después lo entendí todo -paró la narración y se excusó para ir al baño.

-¡Como una regadera está la señora! –comentó Elena cuándo Ana desapareció-. ¿Por qué no nos vamos y la dejamos aquí con todo?
-Tenemos que quedarnos hasta el final para comprobar a ver a dónde llega con su narración –respondió Lorena-, además tenemos que saber como se mantiene ella y la casa.

Momentos después apareció Ana con más tranquilidad y reposo. Se sentó en una butaca que había en la sala, las chicas hicieron lo mismo en las otras dos butacas.

-Luego retiraré los platos –comentó Ana-, ¿necesitáis algo más? -preguntó interesándose por las dos mujeres.
-No, no, gracias estamos muy bien -respondieron las dos casi a la vez.

Ana suspiró y se quedó mirando a unas de las ventanas, al cielo.

-Poco tiempo me queda ya aquí, dentro de poco me marcharé -susurró-. Esa noche no pude dormir nada, venía un sonido amortiguado del cilindro que lo ocupaba todo. Me fue imposible conciliar el sueño, seguía muy intranquila. A la mañana siguiente seguía saliendo humo del cilindro, lo podía ver desde el porche de la casa y ese ruido que no cesaba. Estuvieron cinco días arreglando lo que denominaban su nave o eso supuse. Iban y venían, entraban y salían de la casa cogiendo cosas, solo me hablaba el de naranja.
-No se preocupe se lo restituiremos todo y con creces, nos está usted siendo de gran ayuda -me dijo en cierto momento.
-Al final del quinto día el ruido cesó y el cilindro dejó de echar humo. Pensé que ya se iban, pero no.

-¿No pudiste llamar a nadie, Ana? -preguntó Lorena.
-¿A quién? -respondió Ana-. Por aquel entonces esos cacharros en los que venís no existían, no había teléfono, aunque antes estábamos más cerca los unos de los otros. Lo más rápido que podíamos ir es a caballo, y yo no tenía ninguno. Eran caros de mantener y además ¿qué podían haber hecho? -preguntó encogiéndose de hombros-. No me creéis,¿verdad?

Las chicas seguían mirándola con cara de incredulidad, no supieron que responder.

-Bueno, ésto no lo sabe nadie ni lo he hablado nunca con nadie pero os seguiré contando la historia total dentro de poco me marcharé de aquí –siguió narrando-. Prácticamente me dejaron la casa vacía, estaba desesperada. Vino el del traje naranja, luego me enteré que no era el mismo pero como no los distingo … en fin, vino y me preguntó.
-¿Qué le gustaría hacer? Podemos conseguírselo.
-Viajar -le contesté sin darme cuenta-. Entonces aquel ser se dio la medía vuelta sin decir una sola palabra y se marchó a su cilindro. Una hora después toda la hacienda se llenó de esos seres con los mismos uniformes de distintos colores.
-¿Qué pasó entonces? ¿Se la llevaron a la nave? ¿Vio el interior? ¿Viajó con ellos? -preguntó atropelladamente Elena, Lorena miraba a Elena como no entendiendo a qué venían esas cuestiones.
-No, no, nada de eso, al cilindro nunca me permitieron entrar. Cuando llegaron todos el del uniforme naranja se dirigió hacía mi y me volvió a hablar.
-Vamos a dejar su hacienda nueva y perdurable y a usted la vamos a curar, nos ha salvado la vida a todos, le estaremos siempre eternamente agradecidos.
-Yo, la verdad, no había hecho absolutamente nada y no entendí porque les había salvado la vida, pero no podía hacer otra cosa. Así que les dejé hacer –tosió un momento, bebió un poco de agua y siguió–. Entraron en la casa y la empezaron a reparar entera, sobre todo el sótano, a ese sitio entraban muchos de ellos. No dijeron ni una sola palabra, trajeron paneles y una serie de cacharros que no sabía lo que eran. Empezaron a montar la empalizada, estaban día y noche.
-Y mientras, ¿tú que hacías? -preguntó Lorena.
-Seguir con mis cosas hija, con la cosecha, sacando agua. Nunca me molestaban en mi que hacer diario,salvo un día en el que el de naranja se aproximándose me habló.
-Dentro de poco dejarás de hacer todo ésto, no te servirá para nada.
-Yo le miré extrañada sin entender nada, pero que razón tuvo. Días antes de acabar estuvieron un día entero analizándome. No sé lo que me pusieron, como siempre el de naranja se dirigió a mi.
-Te hemos curado de tu mal y además envejecerás muy lentamente. No podemos engañar a la muerte, pero podemos atrasar su llegada o incluso rejuvenecer el cuerpo o ambas cosas. Antes de nuestra partida te lo dejaremos todo perfectamente realizado.
-Estuve una semana malísima postrada en cama, me dolía todo. No entendía nada de lo que pasaba.
-¿Qué fue lo que te hicieron? -preguntó Lorena-.
-¡No lo sé! -chilló Ana- Lo único que sé es que un día me levanté de la cama sin dolores y como nueva, parecía una chiquilla y con el paso de los años me fui dando cuenta que envejecía lentamente.

Paró su relato brevemente unos minutos, no se oía nada en toda la casa.

-El día que se fueron vino el de uniforme naranja a despedirse.
-Nosotros nos vamos, debemos partir. Nuestro agradecimiento será eterno, en la habitación de debajo de este piso le hemos dejado todo preparado para poder viajar. Se trata de una máquina que puede llevarte a donde quieras. No necesita mantenimiento, solo se puede usar una vez cada 37 días de su planeta, sí durante 370 días deja de usarla la máquina deja de funcionar para siempre. Entonces vendremos a ver que sucede y haremos lo que tengamos que hacer. Está diseñada para que solo tú la puedas usar, no funciona con otros seres de su especie. El funcionamiento es sencillo. Abra la segunda puerta del sótano y póngase en el centro, relájese y viaje. La casa está acondicionada para auto sostenerse, no necesitará mantenerla. La hemos dejado unas instrucciones sobre como ha de vivir dentro de ella. La estaremos vigilando y controlando aunque te olvides de nosotros, cuando regresemos seguiremos con todo. Hasta entonces buen viaje.

-Esas fueron sus últimas palabras -apostilló Ana.

-El ser del uniforme naranja sin esperar ninguna respuesta mía se dio media vuelta y se dirigió al cilindro. Unos minutos después el cilindro despegó del suelo en absoluto silencio, tan solo se oía el aire sisear. Lentamente se fue alejando perdiéndose en el cielo quedándome de nuevo sola.

El silencio era total en la sala, las chicas no sabían que decir, finalmente Lorena habló. 

-Ana, ¿esos seres regresaron alguna vez?
-No -respondió Ana-. Pero me dijeron que iban a volver.
-¿Para qué sirve la empalizada? -preguntó Lorena.
-No lo sé, de verdad que no lo sé –repetía Ana con cierto tono de súplica-. Mirad hijas, no sé lo que me hicieron, no sé como funciona la casa, no sé para qué sirve la empalizada, solo sé como se mantiene la casa por si sola. Lo que sé es que he viajado mucho desde que se fueron, he viajado de una manera que no os podéis llegar ni a imaginar. Desde entonces lo he abandonado todo, al principio salia a comprar alguna cosa pero poco a poco he ido cortando relaciones con el mundo. Ya no salgo de la casa, mi única obsesión en todos estos años ha sido viajar.
-¿Y cómo viajas? -preguntó Elena-. Si no sales de la casa, ¿cómo te mueves fuera de aquí?

Ana se la quedó mirando fijamente.

-Simplemente entro en el sótano y me dejo llevar … -respondió Ana con una sonrisa.

Se quedaron las tres en silencio, momentos después Ana siguió con el relato.

-A los pocos días de marcharse ellos bajé al sótano, abrí la puerta, bajé las escaleras y me encontré con una puerta adicional que ellos habían puesto abajo. La puerta se abre por si sola sin más. Cuando entras al sótano está totalmente iluminado, lo recubrieron por completo del material que tiene la casa. Las paredes y el techo son perfectamente lisos sin ninguna clase de tacha. Cuando entro simplemente me sitúo en el centro del sótano cierro los ojos y … ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja -volvió a reír Ana.

Elena y Lorena la miraban como se mira a mujer trastornada.

-¿A dónde? ¿Por dónde? ¿Cómo? -preguntó atropelladamente Elena, Lorena la miró con cara de desaprobación por la interrupción.

-Simplemente es ponerte en el centro y aparecer en otro sitio y en otra época. Es vivir la vida de otra persona aunque la situación la manejes tú, en el primer viaje no entendí nada. Aparecí en un poblado de una época que se podría decir prehistórica, era hombre y estaba cubierto de pieles, salí con otros hombres del poblado a cazar con unas lanzas, podía ver, sentir, oler. Nos dirigimos a una manada de lo que después supe que eran mamuts, y nos pusimos a cazar a uno de ellos. Yo no sabía que hacer y me aplastó el más grande, me sentí morir. Cuando volví a abrir los ojos seguía de pies en el sótano. Estaba asustada, confundida y salí corriendo a respirar aire afuera de la casa. La verdad que por aquel entonces no entendía nada y me costó bastante aprender  en que consistía viajar para estos seres. A decir verdad, no me explicaron nada sobre el asunto, fui aprendiendo sobre la marcha -respiró Ana profundamente mientras miraba por la ventana con esos ojos melosos.
-Para estos seres viajar consiste en retroceder en el tiempo y experimentar lo ocurrido en épocas pasadas, o eso creo, viviendo la vida de otras personas -razonó Ana-. Experimentar sus miedos, amores, esperanzas y demás, como una persona normal. No puedes elegir lo que quieres ser, ni la época, ni la persona, ni la cultura, ni el lugar, todo es completamente aleatorio. He viajado a cantidad de sitios y épocas y solo me quedan los recuerdos -acabó Ana con congoja.

Quedó un profundo silencio en la sala, los ojos de Ana se empezaron a humedecer resbalando alguna que otra lágrima, de vez en cuando salía algún suspiro. Lorena y Elena la miraban confundida sin poder dar crédito a lo que oían, no tenían palabras.

-¿Podemos ver el sótano, Ana? -preguntó finalmente Lorena.

Ana secándose la lágrimas con un pañuelo la miró y respondió.

-Podéis ir pero no creo que podáis hacer nada, hace mas de quince meses que deje de usarlo y ya no funciona. Si ellos no me engañaron, estarán al llegar -respondió Ana.
Las dos mujeres se levantaron a la vez y fueron al sótano, llegaron abajo y vieron … un clásico sótano de casona lleno de humedad, polvo, suciedad, herramientas roñosas pero nada de nada de lo que la vieja había dicho.

-Como una auténtica regadera, loca como ella sola. Nos ha tomado el pelo -dijo Elena mirando a Lorena.
-Creo que hemos perdido el tiempo con ésto –respondió Lorena-. Vamos a hablar con ella y a acabar con esta tontería. Es una vieja con mucha imaginación.

Subieron a la sala y encontraron de pie a Ana que las miraba fijamente con esos ojos color miel.

 -Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ¿Habéis visto algo? Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja …  -se tronchaba de la risa la vieja.

Lorena y Elena estaban en el pasillo, se quedaron quietas mirándola cómo el que mira a un loco, y en un arranque de ira Lorena cogió del brazo a Elena sacándola fuera de la casa.

-¡Vayámonos! - chilló Lorena cuándo salían por la puerta de la casa.

Seguidamente se fueron al vehículo mientras se oían las risotadas de una vieja que parecía perder la razón por momentos. Entraron en el vehículo, Lorena lo puso en marcha y se fueron por donde vinieron.

-Increíble lo de esta vieja loca, nos ha engatusado con una historia de extraterrestres –hablaba Elena–, y encima se ha reído de nosotros.

Lorena no respondió, pero también se la veía enfadada. Cuando consiguieron salir de la hacienda cogiendo la senda de regreso, se oyó  del cielo el ruido de un trueno. Luego se escuchó otro; y otro; y otro; pero ninguna de las dos hicieron caso de este hecho en un día completamente despejado.

Meses después y habiendo entregado los informes y las grabaciones las llamaron de la oficina. Estaban sentadas delante del supervisor que las miraba con cara muy grave.

-Por eso hemos tenido que mandar a otro equipo de investigadores, tenemos que corroborar la información y han hecho fotos del lugar. Aquí las tenéis.

Entregó un sobre marrón de tamaño folio a Lorena, y ésta abriendo el sobre sacó las fotos. Empezó a mirarlas una a una mientras se las pasaba a Elena.

-Pero, pero, esto no puede ser -habló Lorena-. Os habéis equivocado de lugar, ¿y la grabadora? -preguntó mientras Elena miraba las fotos con cara de sorpresa.

El supervisor sacó del cajón una grabadora similar y la puso en marcha. Tan solo se oía un ruido de estática, nada de conversaciones ni palabras.

-Entenderéis que es un hecho muy grave inventarse todo esto –habló el supervisor-. Tendré que abriros un expediente, y ya veremos qué es lo que pasa -sentenció.

Lorena y Elena se levantaron abatidas saliendo fuera de la oficina.

Días después las dos estaban en la misma hacienda donde estuvieron hablando con Ana. Miraban los alrededores totalmente sorprendidas de lo que había allí. Para empezar la empalizada ya no existía, en su lugar había unos postes de madera quemada con otros que estaban tirados por el suelo. Los matorrales y matojos se habían reducido a cenizas como si un incendio habría arrasado toda la granja. Las dos dirigieron su mirada a la casa o lo que quedaba de ella. Ahora no era más que un conjunto de escombros derruidos que ya no se sostenían en pie. El tejado se había desplomado sobre el interior de la casa y tenía un aspecto de abandono desde hacía mucho tiempo.

-¿Tú habías visto ésto cuando llegamos aquí? No entiendo nada -habló Lorena echándose las manos sobre la cabeza.
-No, la verdad que no – respondió Elena -. Ana Prado 1.848 – 1.911 -leyó Elena en la lápida desgastada que tenían justo en frente a unos metros de la casa. Se quedaron en silencio mirando a su alrededor. El sonido de una llamada al teléfono móvil las sobresaltó.
-¡Joder! -chilló Lorena perdiendo su habitual compostura.

Se echó la mano al bolsillo del pantalón y sacó el móvil mientras sonaba.

-Dígame. Sí soy yo … … bien … … bien … de acuerdo, mañana nos vemos -y colgó, se guardó el móvil en el bolsillo de la chaqueta.
-Han llamado de la Agencia, era el supervisor. Nos quiere ver mañana a las 16:00 horas en el despacho –le dijo a Elena-, y ahora vámonos de aquí. No pintamos nada en este endemoniado lugar.

Las dos mujeres muy cariacontecidas se dirigieron al vehículo yéndose del lugar.

-Bueno -hizo una pausa el supervisor cogiendo un poco de aire-, hemos estado hablando con cierta persona de este asunto, y hemos decidido no tomar medidas contra nadie. Todo quedará como un fallo informático de fechas sin más. Vuestros informes serán destruidos, mejor dicho, ya han sido destruidos y serán los segundos informes que ha realizado una nueva incorporación a la Agencia los que queden finalmente archivados.

Lorena y Elena respiraron aliviadas

-Y ¿ahora qué? -preguntó Lorena.
-Simplemente ir las dos a la oficina y saludar a la nueva compañera, ya os avisaremos cuando tengamos algún trabajo. Es todo -remató el supervisor.

Lorena y Elena se levantaron saliendo fuera del despacho. Cerraron la puerta y se dirigieron a las oficinas que había en la planta baja de la Agencia. Preguntaron por la nueva compañera y se la presentaron, era una mujer alta, rubia, delgada, pelo liso, boca pequeña y labios finos que respondía al nombre de Anne. Extendió la mano a modo de saludo mirando a las dos mujeres.

-Hola, encantada chicas, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja …-y reía, reía , reía, mientras las miraba con sus ojos color miel.

Publicado en Bilbao el 25 de marzo del 2019.
Revisado en Bilbao el 8 de febrero del 2021.

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