El crimen perfecto. Capítulo 1 - Los hechos

El crimen perfecto.

Capítulo 1 – Los hechos.

Emilio iba andando por la calle con aspecto desgarbado dirigiéndose hacía su oficina. Eran las seis y veinte de la mañana y el Sol estaba despuntando por detrás de los montes que veía al fondo de la alameda. Solo escuchaba el sonido de sus zapatos al andar tal era la quietud que había a esas horas en la ciudad. Llevaba las manos en los bolsillos de la gabardina, y tenía la cabeza ligeramente agachada mirando al suelo ensimismado en sus pensamientos. Sin previo aviso escuchó el chirrido de unos neumáticos de un vehículo que aceleraba inesperadamente. Inconscientemente su mente salió de sus pensamientos, se detuvo, levantó la cabeza y observó con esos ojos incisivos de dónde venía ese ruido. Descubrió un vehículo, un coche, que pasando rápido y furtivo por la calzada al lado de él se fue alejando a lo lejos por la alameda. Guardó en su portentosa mente el número de la matrícula, color del coche, modelo e incluso pudo ver quién lo conducía. Gracias a estas aptitudes y a otras sirvió durante toda su juventud en el cuerpo de policía como detective realizando cierta clase de trabajos para el ejercito como espía. Todo este trabajo durante años le hizo ser un hombre cauteloso y desconfiado, observador de los movimientos de cada uno y de todos. No sabía de la existencia de ningún enemigo personal, al fin y al cabo él realizaba su trabajo, pero gente resentida siempre dejaba por el mundo, y más él que se dedicaba a destapar trapos sucios. Sacándose las manos de los bolsillos agarró las solapas de la gabardina colocándolas verticalmente para taparse un poco más el cuello y la cara.

La mansión.

-Las mañanas todavía son frías a pesar de la época del año -pensó para sí.

Se volvió a introducir las manos en los bolsillos de la gabardina y continuó andando. Caminó durante varios minutos llegando al portal dónde estaba su lugar de trabajo. Se colocó delante de la puerta de acceso al edificio, y en un pequeño tablero colocado en la pared al lado de la puerta pulsó la combinación numérica correspondiente para acceder al interior. Se encendió una pequeña luz verde en el tablero aceptando la combinación abriéndose la puerta ligeramente, Emilio empujó la puerta abriéndola del todo accediendo al interior del vestíbulo.

-Buenos días, señor Muñoz -escuchó Emilio nada más pisar el interior del portal.

La voz provenía desde la mesa de la conserjería que había dentro.

-Aquí tiene su correo señor Muñoz. Se le ha acumulado mucho, últimamente no viene demasiado por aquí -habló el conserje mientras la puerta de acceso se cerraba.

Emilio torciendo el gesto sin decir ni la más mínima palabra y sin mirar al conserje recogió el paquete de correos. Se lo introdujo en uno de los bolsillos de la gabardina dirigiéndose a los elevadores situados al fondo del vestíbulo.

-¡Que pase un excelente día, señor Muñoz! -escuchó Emilio a sus espaldas no haciendo ni el menor de los casos.

Cuando llegó al fondo del vestíbulo Emilio pulsó el timbre de llamada de los elevadores, dio un paso atrás y esperó a que alguna de las cuatro puertas se abriera. Finalmente una de las puertas se abrió accediendo al interior, pulsó el piso de su oficina y las puertas del elevador se cerraron. El elevador comenzó suavemente a ascender.

-¡Malditas máquinas del demonio! Están por todas partes, ya casi no hay trabajo para las personas. No me acostumbraré nunca a ellas -habló entre dientes enfadado en referencia al robot-conserje mientras el elevador ascendía hacía su piso.

El elevador se detuvo en su piso, las puertas se abrieron accediendo al pasillo del interior.

-Buenos días, señor -escuchó nada más ponerse a andar en su camino a la puerta de su oficina, un robot realizando labores de limpieza le saludó.

Emilio prosiguió hacía su oficina como si no existiera. Cuando llegó a su puerta sacó su tarjeta personal pasándola por el lector que estaba colocado en la puerta a modo de llave. Observó el rótulo de la puerta por enésima vez más.

Emilio Muñoz.

Detective privado.

N.º de licencia: 005689-A.

Siempre que accedía a su oficina leía el rótulo entrándole cierta nostalgia de tiempos pasados, y desde luego mejores. La puerta se abrió entrando con paso calmado al interior de la oficina guardándose la tarjeta en el mismo bolsillo de la gabardina. Una vez dentro cerró la puerta con una de sus manos de un portazo, pasó al despacho observando que estaba todo limpio. El cristal de la ventana se fue aclarando poco a poco iluminando el interior, se metió la mano al bolsillo de la gabardina donde llevaba el correo dejando el paquete encima de la mesa del bufete. Observó el bufete, ordenador, pantalla para llamadas, mueble archivador, butacas, todo estaba correcto, todo seguía en su sitio tal y cómo lo dejó hace algunas semanas cuándo se fue para trabajar en cierto asunto. Se quitó la gabardina dejándola en el perchero después se dirigió al baño. Cuando salió del baño se sentó en la butaca de su despacho encendiendo el ordenador, agarró el paquete del correo abriéndolo empezando a mirar carta por carta. Podía recibir las cartas por correo electrónico pero no le gustaba demasiado ver sus notificaciones por pantalla, lo consideraba algo impersonal. Durante un buen rato siguió ordenando el correo. Cuando acabó con todas las cartas se recostó sobre la butaca y miró por la ventana, solo vio edificios acristalados, impersonales, anodinos, monótonos.

Pasados unos minutos sonó el video-teléfono de llamadas de la mesa, le llamaban a la puerta del despacho. Toco la pantalla del teléfono mientras sonaba y la pantalla se encendió. Apareció un hombre calvo ya maduro, ciertamente grueso lo que no tapaba su gran corpulencia física flanqueado a sus espaldas por dos funcionarios de la policía con su uniforme de oficial, eran muy jóvenes.

-¡Pero será posible! -exclamó Emilio en voz alta.

Seguidamente pulsó un botón en el teléfono abriéndose automáticamente la puerta, los tres hombres del pasillo entraron. El hombre grueso que fue el primero en entrar se dirigió a Emilio con una enorme sonrisa y a grandes zancadas mientras el suelo retumbaba a su paso por su enorme peso.

-¡Emilio! -gritó el hombre grueso-. ¡Grandísimo hijo de perra, pero dónde te metes cabronazo!

Emilio se levantó de su asiento y extendiéndole la mano se dieron un fortísimo apretón de manos, los dos tenían los ojos húmedos de la emoción. Los jóvenes policías que se habían quitado los gorros al entrar se miraban con cara de sorpresa como no entendiendo nada.

-¡Ricardo! Pero que pierna se te ha roto, sinvergüenza. Siéntate, siéntate, ponte cómodo hombre -respondió Emilio ciertamente emocionado.

Ricardo se sentó crujiendo la butaca.

-Y estos dos pipiolos, ¿qué pintan por aquí? ¿Llevas escolta? ¿Te estás haciendo viejo? -preguntó Emilio con cierta sorna mirando a los jóvenes policías mientras se sentaba.

-No me seas capullo, Emilio –respondió Ricardo-. Ahora que me han ascendido a alguacil de la ciudad debo de llevar escolta. Así lo requiere el alcalde.

-Salgan fuera y espérenme -ordenó Ricardo a los dos policías cambiando el semblante a uno más serio.

Los policías no dijeron nada, se dieron media vuelta y salieron de la oficina. La puerta del despacho se cerró tras ellos.

-Bueno, bueno … ja, ja ,ja, ja -habló Emilio mientras los dos reían a la par a carcajada limpia ya que más que compañeros de profesión eran hermanos de sangre aunque no los hubiese parido la misma madre.

-Hace tiempo que no nos vemos –habló Emilio ya calmado de las risotadas-. Muchas misiones juntos, muchas investigaciones, tiroteos, persecuciones … y aquí seguimos. Con mucha barriga, canas y calvas pero seguimos vivos ¡Joder!

-Sí, así es cabrón. Vivitos y coleando, no como otros hijos de la gran puta que ya no lo pueden contar -respondió Ricardo con ese tono de voz grave que tienen los fumadores y bebedores empedernidos.

-¿Y qué tal te va en este nuevo trabajo? -preguntó Ricardo–. Llevas ya unos cuantos años por tu cuenta, tienes muy buen aspecto aunque tú siempre fuiste de los que se cuidaban. Nada de alcohol, tabaco o drogas, pero sí te cepillabas a todas las mujeres que se te ponían por delante ¡so mamón! Estabas hecho todo un Valentino y creo que todavía sigues con eso … ¿o no? - Ricardo miraba a Emilio entre divertido y emocionado.

-La edad no perdona a nadie Ricardo, ni a mi tampoco –respondió Emilio-. Ahora mi trabajo consiste en hacerme cargo de infidelidades, niños de papá y de mamá que escapan de sus casas, algún robo, investigación a particulares, …

-Para ti eso es pecata minuta Emilio –le interrumpió Ricardo-. Debiste seguir en el cuerpo de policía, nunca debiste de dejarlo … .

-Sabes que la política no me interesa, y una vez acabado mi servicio tuve que buscarme la vida. Mientras esas malditas máquinas no hagan nuestro trabajo aquí seguiré.

Se quedaron unos momentos en silencio.

-Bueno Ricardo –habló Emilio más serio y formal-. Coméntame qué es lo que te trae por aquí, no creo que sea una visita de cortesía.

Ricardo bajó un poco la cabeza pasándose la mano por la frente, tenia un gesto de preocupación y agobio.

-¿Algún problema personal, Ricardo? Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, sin problemas.

Ricardo levantó la cabeza mirando a Emilio.

-No, no, no es nada personal -habló Ricardo pausadamente-. Es algo que atañe a las altas esferas de esta ciudad y del país.

Se detuvo un breve momento para tomar aliento.

-Ayer sobre el medio día recibimos una llamada de emergencia de una familia muy influyente, la familia Haro. Mandamos allí una patrulla y encontraron a los dos miembros principales de la familia muertos.

-Te refieres a Isabel Haro la única heredera de todos los bienes de la familia Haro y a su esposo Marcelo -habló Emilio sin inmutarse-. ¿Y qué pensáis que sucedió?

-Mira Emilio no lo tenemos nada claro -respondió Ricardo con un evidente tono de agobio-. No sabemos si fue un suicidio o un asesinato.

Emilio hizo un rictus de sorpresa cuando oyó esa afirmación, se llevó la mano a la garganta en un gesto reflexivo

-No te puedo dar más detalles de la investigación a menos que la aceptes, para eso he venido-dijo Ricardo-. Solo te informo que eres de las pocas personas que saben de este suceso. Estamos llevando el asunto con toda la discreción que podemos.

Ricardo se detuvo un momento carraspeando un poco.

-¿Quieres un poco de agua? Te veo nervioso -habló Emilio.

Emilio sin esperar respuesta alguna se levantó de la butaca dirigiéndose hacía la pequeña nevera que tenía en el bufete, abrió la puerta de la nevera extrayendo una botella de agua, se la ofreció a Ricardo. Luego se sentó en su butaca, y siguió escuchando a Ricardo.

Ricardo cogió la botella, la abrió y se la bebió de un trago, tiró el recipiente a la papelera del despacho, esperó un momento cogiendo aire.

-Gracias, Emilio. No es para menos. Tú no entiendes los tejemanejes de la política ni de la alta sociedad de este país. Si esta noticia llegase a la prensa antes de que tuviésemos las cosas claras las consecuencias podrían ser catastróficas. Se podría provocar un gran desequilibrio de mercado entre las multinacionales lo que llevaría a la bolsa a un crac financiero y a una gran recesión; se producirían grandes movimientos de poder y dinero entre las grandes fortunas; aparecerían políticos que querrán parte del pastel; enfrentamientos económicos entre países; ¡por no hablar de la escabechina que cierta clase de periodismo puede llegar a hacer de este asunto! -acabó gritando Ricardo visiblemente nervioso y alterado.

-Pero ¿tan solo con la muerte de esas personas? –preguntó Emilio visiblemente extrañado-. Ya se encargarán los herederos de llevarlo todo adelante, ¡no creo que sea para tanto!

Quiso Emilio zanjar así el problema levantando las palmas de las manos dando a entender que se desentendía del asunto, o eso creía.

-¡Ahí está el problema! No hay herederos formales, Isabel Haro ha fallecido sin hijos a pesar de ser una mujer que estaba en edad de criar, y sin testamento he de añadir, y son muchos los familiares indirectos que querrán sacar tajada del pastel. A parte de que dicha familia maneja la mayor empresa multinacional de fabricación de androides, lo cual complica más el asunto.

Hubo un momento de silencio entre ambos, Ricardo nerviosamente se quitaba el sudor de la frente con un pañuelo que había sacado del abrigo, mientras Emilio tenia la mirada perdida mirando a través de la ventana reflexionando en su cabeza los hechos que Ricardo le acababa de comentar.

-A ver, pensemos con calma –habló Emilio en voz alta– Tenemos por el momento como posibles sospechosos a probables herederos; políticos que quieren su parte de poder y votos; empresarios rivales que verían con buenos ojos que la principal empresa del mundo de fabricación de robots se disolviese o debilitase; enfrentamientos entre las familias de los dos muertos; y para acabar o continuar posibles y más que probables actuaciones ilícitas de agrupaciones anti-robots.

Ricardo guardándose el pañuelo en uno de los bolsillos de su abrigo iba afirmando con la cabeza todo lo que Emilio hablaba.

-Bueno, pues lo tenéis bastante crudo. Todos es cuestión de que os toméis vuestro tiempo y …

-¡Precisamente eso es lo que no tenemos! -exclamó Ricardo por sorpresa saltando de su asiento y abalanzándose sobre la mesa dando un manotazo encima de ella-. Solo disponemos de cincuenta horas más o menos.

Emilio no se alteró lo más mínimo por la respuesta de su amigo y antiguo compañero.

¿Por qué precisamente cincuenta horas? -preguntó Emilio.

-La Ley nos permite tres días, setenta y dos horas, de silencio administrativo en casos de sucesos violentos, y este caso lo es. Ya han pasado veinte horas más o menos, y el tiempo vuela. He venido para ofrecerte el caso para que lo resuelvas, pero si quieres hacerte cargo del caso deberá de ser ahora. Emilio se quedó pensativo unos segundos.

-Bien, de acuerdo. Pero la tarifa será el doble, por las prisas más que nada.

-Muy bien como quieras, no hay problema. –habló Ricardo más aliviado-. Venga, salgamos de aquí y vayamos a la mansión, no tenemos el más mínimo tiempo que perder. Para aprovechar el tiempo al máximo durante el viaje te daré todos los informes de los hechos, un coche nos espera.  -¿Por qué a la mansión? Allí ya no estarán los cadáveres, supongo.

-Así es, Emilio. Se encuentran en la morgue, pero las respuestas si las hay estarán allí.

Los dos se levantaron de sus butacas, Emilio con mucha tranquilidad y parsimonia cogió su gabardina poniéndosela. Se dirigieron hacía la puerta de la oficina, Emilio abrió la puerta dejando pasar a Ricardo en un gesto de cortesía y los dos salieron al pasillo donde esperaban los dos policías. La puerta de la oficina se cerró detrás de ellos dos apagándose todo en el interior de ésta, Ricardo indicó con un gesto a los dos policías que se colocasen detrás, seguidamente se dirigieron hacía el elevador. Cuando el elevador llegó a la planta entraron los cuatro, Ricardo y Emilio entraron primero los policías después. Cuando Emilio iba a pulsar el botón del vestíbulo Ricardo le apartó la mano, introdujo una llave en una ranura haciendo contacto, las puertas se cerraron y fueron bajando paulatinamente. Cuando pasaron del piso del vestíbulo el elevador siguió descendiendo aunque el indicador del elevador indicase el cero.

-Ahora ya sé para que sirve esa ranura -comentó Emilio socarrón.

-Casos de emergencia -respondió Ricardo.

El elevador se detuvo suavemente, se abrieron las puertas saliendo primero los dos policías después Emilio y Ricardo. Se encontraban en un sótano aparentemente vacío bien iluminado y ventilado. Anduvieron los cuatro varios pasos, finalmente se detuvieron. Emilio se encontraba expectante. De una curva ciega salieron dos coches que se acercaron silenciosamente, se pararon delante de ellos. Los policías entraron en el coche de delante, Emilio y Ricardo en el de detrás. Los coches se pusieron en marcha saliendo del sótano entrando en un pasillo largo y oscuro.

-Te paso todos los informes que tenemos.

Ricardo sacó unas carpetas de la guantera lateral del coche pasándoselas a Emilio.

-Ahí tienes todo lo que hemos conseguido de la investigación. Tienes tiempo de sobra para leerlo hasta que lleguemos a la mansión.

Finalmente los coches salieron a la calle por la salida de un garaje de otro edificio alejado varias manzanas del edificio dónde trabajaba Emilio, una vez en la rúe se dirigieron hacía la mansión. Durante el viaje a la mansión Emilio se leyó de golpe todo el informe memorizándolo todo hasta el más mínimo detalle, imágenes y fotografías incluidas. Se sorprendió mucho de todo lo que rodeaba al crimen.

-Muy extraño todo –comentó a Ricardo-, muy extraño.

Ricardo sin mirar a Emilio asintió con la cabeza. Cada vez que leía más del informe y se adentraba más en ciertos detalle sobre los hechos menos entendía. Se hizo una idea mental de la situación personal, económica y social de los fallecidos. Los Señores de Haro eran dos personas jóvenes, sanas, con aficiones muy similares. Ella, Isabel Haro, era la heredera y dueña de una de las más grandes fortunas del planeta y principal accionista de la multinacional Manufacturas Robóticas S.A., principal fabricante de robots del mundo. Él, Marcelo Trietse, era un ingeniero de prestigio diseñador de los principales modelos de robots que se usaban en el planeta, se trataba de una persona adinerada. Tenían una situación económica más que envidiable, profesionalmente a los dos les iba de fábula. No tenían hijos como le indicó Ricardo, y no habían dejado hecho el testamento ya que debido a su juventud no lo creyeron oportuno. Aunque esta fue una conclusión que se sacaron los investigadores.

Lo más extraño fueron los hechos. Los dos cadáveres fueron encontrados en una de las salas de la mansión por la secretaria de ambos ya que ella tenía una cita de trabajo para ese día, ella misma dio el avisó a la policía de lo ocurrido. Los fallecidos estaban sentados cada uno en un diván, tenían una postura relajada como si se habrían quedado dormidos. La autopsia reveló que habían muerto envenenados por la ingesta de alguna clase de veneno de última generación. Ya no se usaban los venenos clásicos como el arsénico o el cianuro, esa clase de venenos eran cosa del pasado. Los venenos de última generación eran difíciles de adquirir y peligrosos de manejar ya que eran bastante inestables incluso para el envenenador. Se hablaba incluso de que la nanotecnología había desarrollado alguna clase de nanorobot que mataba al ser humano sin dejar rastro, pero nunca se encontraron compuestos de ese tipo. El único rastro que dejaban estos venenos era los restos de su metabolización en el organismo, eran rápidos y limpios. Eso daba la pista al investigador de cómo había muerto la persona, pero no quién lo había hecho o con qué. No encontraron recipientes ni restos de veneno de ningún tipo en la mansión, ni siquiera había restos en las ropas o en la misma sala. Otro de los detalles que llamó poderosamente la atención a Emilio fue que cuando encontraron los cadáveres llevaban muertos aproximadamente diez días. Por lo demás, los dos vivían solos en la mansión. Emilio fue haciendo sus cábalas sobre el caso, y la verdad no tenía demasiado por dónde empezar. No comentó nada a Ricardo y esperó llegar a la mansión.

Una hora después de un viaje bastante cómodo los dos coches se detuvieron delante de un gran muro que tenia una no menos imponente y sobre adornada verja.

-Ya hemos llegado –habló Ricardo sin perder ojo de la verja–. Ahora esperemos a que nos abran las puertas para entrar.

Segundos después tal y como Ricardo explicó la gran verja se abrió por las dos hojas dejando pasar a los dos vehículos. La pequeña comitiva entró en un camino bien asfaltado que acababa en una mansión que se veía al fondo.

-¡Menuda pedazo casona tienen! -exclamó Emilio–. Parece más un castillo medieval que una mansión, demasiado grande para que dos personas vivan solas ahí.

Emilio empezó a memorizarlo todo, camino, jardines, puertas incluso los robots que realizaban labores de mantenimiento por la zona aunque él los mirase con mala cara. Finalmente los dos vehículos entrando en una pequeña plaza donde se detuvieron delante de la puerta principal de acceso a la mansión. Ricardo haciendo una señal a Emilio le indicó que bajase, Emilio así lo hizo y salieron los dos del vehículo casi a la vez. Emilio cuando bajó del coche estiró un poco las piernas dando unos pasos observando el imponente edificio que tenia delante, Ricardo se incorporó a su lado.

-Venga vamos, el tiempo apremia -dijo Ricardo ansioso.

Nada más dar unos pasos lo dos coches arrancaron sigilosamente, dieron la vuelta por la plaza y deshicieron el camino saliendo del lugar, Emilio giró la cabeza mientras andaba observando a los vehículos.

-¿Y tus muchachos no vienen? -preguntó Emilio.

-Si se ven por aquí personas uniformadas llamaremos demasiado la atención, esperarán en sitios resguardados. -respondió Ricardo-. Toda discreción en este caso es poca.

Continuaron con su breve caminata hacía la puerta de la mansión. Cuándo llegaron a la puerta no llamaron a ningún timbre, la puerta automáticamente se abrió asomándose un robot del servicio doméstico.

-Buenos días caballeros -habló el androide con un convincente tono humano-. Les comunico que los señores no están en estos momentos en la casa, y desconocemos cuando volverán. Si lo …

-¡Sebastián!

Se escuchó una voz femenina desde el interior de la mansión cortando la palabra al robot, el robot se quedó mudo y quieto.

-Deja pasar a esos caballeros, ya me encargo yo de las visitas -ordenó la mujer.

-Como quiera señora Goribar -respondió el robot.

Acto seguido el robot se apartó de la puerta dejándola totalmente abierta despareciendo por una de las puertas interiores del vestíbulo. Ricardo y Emilio se acercaron a la puerta viendo en el interior del vestíbulo de la entrada de la mansión a una mujer madura, pelo blanco, arrugas en la cara, ojos marrones, tez pálida, vestía muy recatadamente.

-Pasen, pasen caballeros, pueden entrar -habló la mujer-. Señor Zabala ¿ya ha regresado? Espero que traiga algunas respuestas.

Los dos detectives entraron en la mansión.

-Todavía no tenemos demasiadas pistas señorita Goribar. Permítame señorita, este señor es el detective privado y antiguo miembro de la policía Emilio Muñoz.

-Emilio esta señorita es Beatriz Goribar la secretaria personal de los señores de Haro.

Emilio extendió la mano a modo de saludo pero Beatriz Goribar solo agachó la cabeza en un gesto cortante, Emilio retiró la mano. Una vez dentro del vestíbulo y mientras se cerraba la puerta principal Emilio lo observó todo.

-Tengo entendido que usted encontró los dos cuerpos. ¿Puede decirme como sucedió? -preguntó Emilio mirando a Beatriz.

-Sí, sí. No hay problema alguno, pero antes pasemos a una de las salas estaremos más cómodos. ¡Sebastián! -llamó Beatriz al servicio.

Acto seguido apareció un androide similar al que se fue deteniéndose enfrente a unos pasos de la secretaria.

-Sí, señora -habló el androide.

-Recoja los abrigos de los caballeros, por favor -ordenó Beatriz.

El androide se quedó quieto esperando a que Ricardo y Emilio se quitaran los abrigos. Ricardo fue el primero en hacerlo entregándoselo al robot con toda soltura, en cambio Emilio estaba un poco despistado. Miraba al robot y éste le observaba sin la más mínima expresión.

-Emilio, quítate el abrigo y dáselo, hombre -le dijo Ricardo.

Emilio torpemente se quitó la gabardina y se la dio de cualquier manera al androide.

-Gracias caballeros, que su estancia en la mansión sea de su agrado -dijo el androide y pausadamente se retiró con las prendas.

-Y ahora caballeros, si son tan amables de seguirme -comentó Beatriz.

 Beatriz seguida por Emilio y Ricardo se dirigió a una de las puertas que había en el vestíbulo. La puerta se abrió por si sola, pasaron al interior entrando en un largo pasillo donde había otras tantas puertas que daban acceso a otras tantas habitaciones.

-Que lugar tan enorme –comentó Emilio-. Cuanto lujo.

Hacía la mitad del pasillo se encontraron con un robot también similar al anterior. Llegados a la altura del robot Beatriz se detuvo delante de la puerta que esta máquina flanqueaba, la puerta de doble hoja se abrió de par en par por si sola, los tres entraron.

-Siéntense dónde gusten –habló Beatriz en un tono cordial-. Pónganse cómodos están en su casa. ¿Quieren algo para beber? El viaje hasta aquí es un poco largo.

-Para mi agua, por favor -respondió Emilio casi sin pensar mientras miraba toda la estancia como buen detective.

-Yo prefiero una cerveza bien fresca -habló Ricardo que ya se había acomodado en uno de los divanes.

Emilio cuando acabó de verlo todo se sentó en una butaca bastante cómoda y grande. Beatriz recatadamente se sentó en una silla más discreta.

-¡Sebastián! -llamó Beatriz.

El androide que estaba en la puerta entró con total sigilo quedándose a unos pasos delante de Beatriz como el anterior androide.

-Sí, señora -habló la máquina.

-Una botella de agua y una cerveza bien fría para los caballeros. Para mi un té como de costumbre, por favor -mandó Beatriz.

-Sí, señora -respondió el androide que dándose la media vuelta salió de la sala.

Beatriz se dispuso mejor las gafas en su cara para poder ver mejor a los detectives

¿Qué es lo que quiere saber usted, señor Muñoz? -preguntó mirando a Emilio.

Emilio estaba sentado en la butaca totalmente relajado mirando con atención a la secretaria, no perdía de vista ningún gesto de la mujer.

-Antes de empezar -comenzó a hablar Emilio-, le comunico que a partir de este momento toda las investigaciones que realicemos mi compañero y yo serán grabadas para posteriores informes policiales.

Beatriz asintió con la cabeza dando su conformidad.

-Primero dígame su nombre, profesión y descríbame su trabajo, señorita -preguntó Emilio.

-Mi nombre es Beatriz Goribar y soy la secretaria personal de los señores de Haro … o era … -habló con cierto tono de angustia-. Mi trabajo consiste en preparar la agenda de los señores de Haro tanto personal, familiar como laboral. Trabajo; celebraciones; citas y entrevistas de lo que corresponda entre otros eventos.

-Descríbame con sus palabras lo que ocurrió el día que acontecieron los hechos, y tómese el tiempo que quiera para contarlo -volvió a inquirir Emilio con tono cordial.

Ricardo sin perder ojo de nada observaba a uno y a otro alternativamente. Beatriz se puso erguida sobre el asiento, se quitó las gafas colocándolas encima de la mesa de cristal que les separaba mirando a su interlocutor.

-Yo llegué puntual a mi cita que tenía con los señores de Haro ese día a las once de la mañana -relató Beatriz-. Llamé a la puerta principal, y me abrió uno de los androides. Ya sabían de mi llegada, después el androide me acompañó dónde estaban los señores. Cuando se abrieron las puertas de la sala un olor pestilente y nauseabundo salió de allí. No pude entrar del olor, tuve que alejarme de allí porque creía que me desmayaba -detuvo el relato un momento llevándose la mano a la boca-. Al rato y cuándo el olor fue más soportable pude entrar en la sala, y allí estaban …

Beatriz se puso la mano en la boca soltando un par de arcadas recordando los hechos, ni Emilio ni Ricardo movieron un solo músculo, ni siquiera pestañearon. Tan solo dejaron que Beatriz siguiera con su relato.

-Perdón, perdón -dijo Beatriz recomponiéndose levemente-. Totalmente mareada llamé a la policía, tardaron en venir. Luego se llevaron a los señores e hicieron todas esas pruebas que hacen ustedes, y también me interrogaron.

Beatriz interrumpió su relato cuando el robot entró con las bebidas en la sala. Dejó la bandeja en la mesa, y sin peguntar nada a nadie repartió las bebidas en el orden correcto. Acto seguido retiró la bandeja.

-¿Desea algo más la señora? -preguntó el robot.

-No, puedes marcharte. Gracias -respondió Beatriz, y el robot se marchó.

-Y eso es todo, poco o nada puedo añadir sobre lo ocurrido al fin y al cabo no me encontraba aquí cuando murieron.

-¿Vivían solos los señores? -preguntó Emilio.

-Sí, totalmente solos. Ellos dos, sin ninguna otra compañía.

Ricardo empezó a beber de su vaso.

-¿Recibieron visitas los días anteriores a su cita?

-No, ninguna.

-¿Ni siquiera por sorpresa algún familiar, amigo, operario de mantenimiento?

-Los señores eran muy estrictos con las visitas –empezó a responder Beatriz-. No admitían a nadie que no estuviese invitado o tuviese cita, ni siquiera familiares. Rechazaban muchas visitas porque no les interesaban los charlatanes y advenedizos que lo único que buscan es prestigio personal. Si no hay cita no se les abre la puerta de la verja, y punto.

Emilio se quedó muy pensativo intentando entender la situación. Cogió la botella de agua y la abrió echando un trago. Viendo que no había más preguntas Beatriz cogió la taza de té, y con una enorme compostura y educación, sorbo a sorbo se fue tomando el té. Pasaron un par de minutos.

Emilio y Ricardo cruzaron una mirada, después de tantos años de trabajo juntos no tenían que decirse nada para saber que paso debían de dar. Emilio dejó la botella encima de la mesa mirando a Beatriz.

-Señorita Goribar, debo comunicarla que los señores de Haro fueron envenenados. Éso es lo que nos dice la autopsia, lo que coloca estos hechos en un acto muy grave … asesinato …-dijo Emilio marcando intencionadamente cada sílaba.

Beatriz se le quedó descompuesta mirando muy sorprendida con la taza de té en los labios.

También la comunico que los hechos ocurrieron unos diez días antes de que usted encontrase a los señores, y que todo lo que rodea a este asunto es tremendamente extraño.

Beatriz dejó la taza encima de la mesa rompiendo a llorar.

-¿Quién pudo hacer eso? ¿Por qué? ¿Para qué? -se preguntaba entre sollozos y lloros.

Emilio y Ricardo totalmente impertérritos dejaron que llorase mientras poco a poco apuraban sus bebidas. Beatriz se fue calmando pausadamente, Emilio seguía pensando.

-Además, ¿qué va a ser de mi? -habló Beatriz con angustia.

-Perdone, pero no la entiendo -dijo Emilio.

Beatriz alzó la cara llena de lágrimas mirando a Emilio.

-Este trabajo es lo único que tengo, cuando la noticia se sepa simplemente me quedaré sin empleo, y no creo que consiga otro por mi edad. Además, no sé hacer otra cosa -explicó Beatriz.

Emilio siguió pensando, Ricardo rompió el silencio.

-Señorita Goribar, nos gustaría visitar toda la mansión y los exteriores para hacernos una idea de la situación de la hacienda.

-Sí claro. Lo que deseen -respondió Beatriz mientras se limpiaba las lágrimas con un pañuelo.

Beatriz se levantó del asiento dirigiéndose a un panel con una pantalla que había en la sala, pulsó un botón y esperó. Apenas pasado medio minuto apareció un robot distinto a los anteriores.

-Sí, señora -dijo el robot.

-Sebastián, acompañe a los caballeros y enseñe absolutamente todo lo que quieran ver de la mansión de los señores -ordenó Beatriz al robot.

Beatriz suspiró sumida en la pena.

-Encuentren a los asesinos, por favor, se lo suplico. Aparte de ser mis jefes también eran grandes amigos y buenas personas -habló Beatriz mirando a Emilio.

Beatriz ciertamente descompuesta y acongojada por el dolor recogió sus gafas saliendo de la sala sollozando. El androide giró sobre sus pies mirando a Emilio y Ricardo, inclinó levemente la cabeza a modo de saludo.

-Caballeros soy su androide-guía. Les voy a enseñar todo lo que quieran conocer de la mansión y de la hacienda, por favor síganme -habló el androide con cierto tono femenino.

Emilio y Ricardo dejando sus bebidas encima de la mesa se pusieron de pie, el androide se dio la media vuelta empezando a caminar pausadamente, Emilio y Ricardo le siguieron.

Las campana de un enorme reloj de péndulo que estaba en la sala sonaron, eran las 11.00 horas de la mañana. Habían pasado veinticuatro horas desde que encontraron los cadáveres, quedaban solo dos días o tan solo cuarenta y ocho horas.

Publicado el 3 de abril del 2021.

Revisado el 17 de febrero del 2021.

Lo más visto del mes