El final del camino.

Desde el tren que nos lleva a la estación se puede ver claramente que clase de lugar es. Ramos de flores colgados de las paredes, edificios serenos y robustos, pérgolas amplias y espaciosas donde se erigen estatuas de piedad y misericordia. Antes de entrar al recinto hay una gran verja con una tapia de unos cuatro metros de alto, se ve que es un muro macizo que rodea todo el complejo. No hay mucha gente, todavía es temprano para que alguien llegue al camposanto. El edificio de oficinas se encuentra justo a la derecha de la entrada. Cuando acabemos con la inhumación iremos allí ya que tenemos que cerrar ciertos asuntos. Con paso sereno comenzamos a andar por la senda que nos lleva hasta el lugar dónde todos acabamos el camino.

Pocos metros después de comenzar a caminar encontramos un vehículo con un ataúd dentro, justo al lado del crematorio. Tiene la puerta trasera abierta, el ataúd es de color marrón claro. Al pasar al lado del conductor nos damos los buenos días casi susurrando con una enorme solemnidad. El crematorio ruge como un dragón furioso, es estremecedor. Llegando al final de la pequeña senda ante nuestros ojos se abre una enorme explanada, son los panteones del cementerio. En este lugar la gente de bien reposa sus restos, nosotros de familia modesta reposamos en nichos. Nos desviamos a la derecha y seguimos el camino, andamos tranquilamente sin prisa. Mi madre como siempre me empieza a contar anécdotas sobre los conocidos de ella que están enterrados en ese cementerio, apenas la hago caso. Como siempre me fijo en los panteones y tumbas de esas familias. Algunas tumbas tienen flores recientes y se las ve bien cuidadas, algunas otras se nota el paso del tiempo y apenas se leen los nombres en las letras desgastadas de la lápida de mármol. Doblamos a la izquierda y comenzamos a subir una pequeña pendiente, mi madre empieza a quedarse a atrás y yo tengo que bajar el ritmo para que me alcance. A la derecha empiezan las filas de los nichos, como con las tumbas las hay mejor cuidadas y otras más abandonadas. Nunca sabré si es que ya no tienen familia o simplemente ya nadie se acuerda de ellos.

Cementerio de Derio - Vizcaya.

Seguimos el camino, y me quedo quieto mirando una de las tumbas. Tiene la lápida rota y partida por la mitad, las letras son ilegibles y la cruz está deteriorada. ¿Venganza contra ellos quién quiera que sean? ¿Falta de mantenimiento? ¿O simplemente ya no se acuerda nadie? Al fin y al cabo hay que pagar por tener esos túmulos. Casi al lado de esta hay otra cripta a la que simplemente la han retirado todo y tan solo tiene una modesta lápida justo a ras de suelo, por lo visto cuando las familias se vienen a menos no hay dinero para todo incluido los sepulcros. Lanzo un pequeño suspiro y sigo caminando cuándo mi madre me alcanza, se la ve nerviosa y emocionada. No es la primera vez que voy a este cementerio, y alcanzando la zona de ciertos nichos me estremezco, siempre me pasa. Una pared entera de nichos aparece desgastada, olvidada, erosionada. Algunas lápidas simplemente están en blanco por el deterioro del paso del tiempo, las pocas lápidas que se pueden leer miro las fechas de defunción, 1939, 1943, 1925, 1938. Si estas personas tienen familia nadie se acuerda de ellos, podrían ser nichos de mis tatarabuelos. Ni siquiera tienen una argolla para poder colgar un misero ramo de flores, con cierta tristeza continuo caminando y observando.

La hierba está bien cuidada y algunos mirlos revolotean juguetones entre las tumbas, los insectos zumban alrededor. Como siempre me atacan los oídos, caminando y ya agarrado a mi madre llegamos al último lugar de reposo de cualquier ser humano. Me fijo en el nicho familiar y me percato que la lápida está retirada, se encuentra en el suelo. Tan solo se ve una especie de poliespán de color amarillo que tapa el interior del nicho. Tiene una incisión en la parte inferior haciendo de abertura para poder introducir la urna con las cenizas de mi padre No tenemos que esperar mucho, primero aparecen los trabajadores del camposanto, poco después aparece el vehículo funerario con dos personas. Se bajan el conductor y el capellán del cementerio, me entregan las cenizas de mi padre en una urna que sujeto con una mano, siento una profunda congoja y respeto, y firmo el papel de recibido. Poco después entrego los restos a mi madre para que los sujete mientras el capellán inicia el pequeño responso que pedí. Cuándo acaba el responso el capellán se despide de nosotros amablemente, entregamos la urna con las cenizas de mi padre a los operarios que con todo el respeto que se pueda tener finalmente la introducen en el interior del nicho. Mientras tanto el coche funerario se va muy despacio con las dos personas que llegaron como no queriendo romper el silencio de la ceremonia, apenas se oyen el roce de los neumáticos con el suelo de gravilla. Los operarios cierran el nicho con la lápida, aplican abundante silicona en las juntas y … … … se acabó. Cuando los operarios retiran todo el pequeño andamiaje que necesitaban para su trabajo mi madre y yo nos acercamos un poco mirando el nicho durante unos momentos, reacción típicamente humana. Mi madre rompe a llorar, a mi se me escapan las lágrimas. No hay nada más qué decir ni qué hacer. Todo está hecho y dicho. Poco después deshacemos el camino andado alejándonos de nuestros seres queridos, los dos juntos volvemos a nuestras vidas.

Por fin hemos podido dar descanso a mi padre, y a nosotros mismos. Debido al estado de alarma por la pandemia el cementerio no aceptaba inhumar cenizas, más que nada para evitar aglomeraciones innecesarias. Tuvimos que esperar a que se levantara el estado de alarma decretado por el gobierno central y que nos dieran cita previa para poder inhumar los restos de mi padre. Mes y medio después de la muerte de mi padre sus cenizas reposan dónde él quería estar, al lado de los restos de su madre. Que así se escriba, y así se cumpla.

Este es el final del viaje que todos emprendemos cuando abrimos los ojos. Tantas lágrimas, sufrimientos, alegrías, esperanzas, se resumen en unas cenizas en una urna o unos restos en una caja de madera; un sencillo responso; tierra u hormigón; una lápida y silicona; los lloros de los seres queridos, no hay más. El recuerdo queda para los que se quedan aquí, alguien dijo que uno no muere mientras halla gente que le recuerde en este mundo. No sé de quién es la cita. Es de perogrullo decir que debemos de aprovechar el tiempo que se nos ha dado, carpe diem tempus fugit, aprovecha el momento el tiempo vuela. Cuando vives estos momentos te das cuenta de lo efímera e insignificante que es la vida de un ser humano, lo que ocurre es que poco después lo olvidamos.

Por hoy esto es todo, hasta la siguiente entrada.

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