Enajenación mental.

La sala de los acusados era una sala de forma rectangular no demasiado grande. Baldosas negras sin dibujo adornaban el suelo, madera veteada de color marrón oscuro revestían las paredes, bancadas con asientos de color negro pegados a cada una de las paredes de la estancia atornillados al suelo servían para que acusados y abogados se sentasen a la espera de la llamada de la sala del Tribunal. Había dos puertas, una de ellas era por donde entraban los acusados acompañados de sus abogados, Jaime había atravesado ya esa puerta con su abogado. La otra era la que llevaba a la sala del Tribunal. La estancia estaba perfectamente iluminada y se respiraba bien, la temperatura era la adecuada.

Jaime se había sentado recostado sobre uno de los asientos con las piernas estiradas y los brazos sobre el pecho, tenía los ojos cerrados y la cara relajada. Se encontraba tranquilo y respiraba pausadamente. Estaba sentado junto con su abogado que tenía una cara de seriedad muy grave.

La locura.

-No comprendo cómo puedes estar así, tan tranquilo, Jaime –comentó el abogado-. Las acusaciones formuladas contra ti son muy graves.

Jaime resopló, sin cambiar de postura abrió los ojos, giró la cabeza hacia su abogado y le miró con toda la relajación que pudo

-No es para tanto Roberto, tú limítate a hacer tu trabajo sin más -habló a su abogado.
-El castigo que te pueden imponer puede ser muy duro –respondió el abogado-. La corte penal puede que quiera dar un ejemplo contigo por lo que hiciste.

El abogado intranquilo sacó un pañuelo quitándose el sudor de la cabeza en la que no había ni el más mínimo atisbo de vello capilar. La temperatura era perfectamente soportable en esa estancia pero la obesidad era un inconveniente para Roberto.

-Si por lo menos me harías caso y te declarases culpable, demostrases arrepentimiento y pidieses perdón la condena podía ser menor -comentó el abogado guardándose el pañuelo en el bolsillo de la chaqueta.
-No pienso hacer nada de éso, no me arrepiento de nada y además no soy culpable de nada …
-¡Las pruebas son inequívocas y totalmente contundentes! –le cortó el abogado-. No tienes defensa posible. Si estoy aquí es por mi amistad hacia ti y a tu familia.

Jaime le cortó el discurso con un gesto de su mano derecha pidiendo que parase y dando por zanjada la charla, después volvió a cruzarse de brazos manteniéndose en silencio.

Minutos después la puerta que daba acceso a la sala del Tribunal se abrió apareciendo el ujier del Tribunal ataviado con su indumentaria habitual. Vestía un abrigo que le llegaba hasta media pantorrilla cerrado en el pecho con unos corchetes; las mangas le tapaban las manos; y los leotardos rojos que hacían las veces de pantalón acompañado de unos zapatos de época hacían de perneras, la cabeza estaba adornada por una peluca de color amarillo.

-Jaime Butrón, puede entrar en la sala del Tribunal si así lo desea -habló el ujier con gran solemnidad.

El ujier extendiendo el brazo con la mano abierta invitó a entrar en la sala. Jaime abrió los ojos y miró al ujier, desperezándose se puso de pie y se dirigió hacía la puerta. El abogado se llevó la mano derecha al bolsillo de la chaqueta comprobando si lo tenía todo, se levantó no sin cierta dificultad y siguió a Jaime. Los tres pasaron la puerta accediendo a un corredor bien iluminado, la puerta se cerró tras ellos automáticamente. El ujier iba encabezando la pequeña comitiva a través del pequeño corredor que acababa en otra puerta, los laterales del corredor estaban ocupados por otras tantas puertas que daban acceso a otras tantas estancias ocupadas por distinto personal preparado para el juicio. La estancia de los acusados solo podía ser ocupada por los acusados y sus abogados aunque en este caso solo fuese Jaime el único acusado de la causa. El ujier andaba pausadamente con gran solemnidad, totalmente erguido y con la barbilla levantada aunque no los viese nadie. Jaime y Roberto le seguían lentamente detrás sin decir una sola palabra. Al llegar a la puerta del final del corredor los tres se detuvieron, el ujier pulsó un botón que había en la pared y la puerta se abrió siseando deslizándose hacía un lado, entraron los tres en la sala del Tribunal. Un murmullo se escuchó por toda la sala cuando Jaime y su abogado entraron.

El ujier acompañó a Jaime y a su abogado hasta la mesa que debían ocupar, señalando los dos asientos con la mano extendida les invitó a sentarse.

-Pueden sentarse –dijo el ujier-. ¿Hace falta que les comente el protocolo?
-No, no …  no es necesario –contestó Roberto con una sonrisa de circunstancias-. Ya lo conocemos. Se lo he contado todo a mi defendido, gracias.

El ujier haciendo un leve gesto de asentimiento y sin perder la compostura se retiró dirigiéndose hacia la puerta por la que habían accedido. Atravesó dicha puerta que permanecía abierta despareciendo por el corredor cerrándose la puerta tras él. Jaime y Roberto se sentaron, Roberto sacó del bolsillo derecho un dispositivo rectangular donde guardaba todo lo referente al juicio y su defensa conectándolo a una ranura de la mesa. La pantalla que había en la mesa se iluminó empezando Roberto a teclear las instrucciones correspondientes. Jaime le observaba con las manos entrelazadas encima de la mesa con gesto despreocupado. Cuando Roberto acabó con el trabajo apagó la pantalla, Jaime dirigió su mirada al resto de la sala.

Jaime podía observar toda la sala desde donde estaba sentado, a su izquierda se situaba una imponente mesa, la mesa del Tribunal, que será ocupada por los jueces designados para este juicio. En frente de Jaime había otra mesa del mismo tamaño que la suya donde se sientan los fiscales y acusaciones particulares si las hubiere. A su derecha había una bancada de asientos disponibles para los interrogatorios de acusados, testigos, peritos y demás. Jaime dirigió su mirada más allá de estos asientos pudiendo ver una pequeña barandilla de madera que separaba la zona del público de la zona del juicio. Ese día la zona destinada al público estaba totalmente abarrotada, ojos inquisidores y de acusación le observaban, murmullos de desaprobación seguían oyéndose por toda la audiencia, gestos de reproche se dirigían hacía él. Jaime ni se inmutó por todas estas miradas y palabras. Roberto viendo la situación le dio un ligero codazo para que no se despistara indicándole con un gesto que mirase al frente.

Un par de minutos después la puerta que daba acceso a la sala del Tribunal se abrió de nuevo apareciendo el ujier seguido de la fiscal y del resto de ayudantes de la fiscal, en este juicio no habría acusación particular. Se dirigió a la mesa de enfrente realizando con ellos el mismo protocolo que con Jaime. Momentos después observando que todo el personal estaba en su sitio se retiró poniéndose al lado de la bancada de asientos quedándose de pie mirando de frente a la mesa del Tribunal, la puerta de acceso a la sala se cerró.

Todo el mundo en la sala estaba expectante, el runrún era incesante. Al transcurrir unos diez minutos el ujier levantó la mano derecha a la altura de la cabeza enseñando la palma de la mano enguantada en blanco, la solemnidad que no faltase. Sonó el ruido de una campanilla durante unos segundos, y un silencio sepulcral cayó sobre toda la sala. De seguido la campanilla sonó dos veces más, y todas las personas que se encontraban en la sala se pusieron de pie a la vez. El ujier todavía con la mano levantada agachó la cabeza, y una puerta situada detrás de la mesa del Tribunal se abrió entrando los jueces uno a uno. Nueve jueces fueron entrando en la sala, seis mujeres y tres hombres. Todos ellos llevaban una toga judicial completamente negra de cuello cerrado con mangas muy anchas que les tapaba del cuello a los pies. Iban entrando despacio con parsimonia, y uno a uno fueron ocupando los lugares que les correspondían en la mesa del Tribunal. El último en situarse fue el Presidente de dicho Tribunal en el centro de la mesa, era un hombre que llevaba una peluca blanca. Después de estar unos instantes de pie se sentaron todos los jueces en sus respectivos asientos, al instante el ujier levantó la cabeza y bajó su mano derecha. Dirigió sus pasos a un asiento designado para él en la sala y se sentó con toda la solemnidad que le permitía el protocolo. El resto de las personas de la sala se sentaron regresando el murmullo a la sala, no respetar el protocolo llevaría consigo la acusación de desacato al tribunal.

Jaime seguía observando todo el proceso desde su asiento, seguidamente el Presidente del Tribunal se levantó para iniciar su plática, pero el incesante murmullo por parte del público que incluso iba en aumento por momentos evitaba que éste empezase. El presidente con su mano izquierda cogió el mazo que tenía encima de la mesa golpeando la mesa levemente. En vez de oírse la típica orden de pedir silencio y el sonido del mazo al chocar con la madera lo que se escuchó por toda la sala fue un sonido agudo e hiriente que duró apenas cinco segundos, todos callaron en el acto.

-La Federación de Países de la Tierra contra Jaime Butrón –recitó el presidente del Tribunal-. Póngase el acusado de pie.

Jaime así lo hizo.

-Jaime Butrón se le acusa de atentado contra el planeta, acoso sobre seres humanos, desacato a la autoridad, ¿cómo se considera el acusado de todos los cargos? -preguntó el Presidente.
 -Inocente, Señoría -respondió Jaime con toda serenidad.

Los miembros del tribunal y la fiscal le miraban desconcertados mientras un murmullo de desaprobación surgió de la zona del público, incluso se escucharon algunos gritos.

-¡Cara dura! ¡Sin vergüenza! ¡Asesino! ¡Criminal! -se llegó a escuchar en la sala. 

De nuevo un sonido agudo volvió a escucharse por toda la sala, de inmediato todos callaron.

-Puede sentarse el acusado -ordenó el Presidente.

Jaime así lo hizo, mientras el abogado defensor con las manos entrelazadas encima de la mesa y la cabeza ligeramente agachaba realizaba gestos de desaprobación.

 El Presidente todavía en pie miró a la mesa de la fiscalía.

-La fiscalía tiene la palabra -dijo el Presidente del Tribunal sentándose.

La fiscal poniéndose en pie miró al Presidente.

 -Con la anuencia del Tribunal -dijo la fiscal.

Seguidamente con paso solemne se dirigió al centro de la sala, un espacio situado entre las tres mesas y la bancada, mientras la sala permanecía en un sepulcral silencio. La fiscal estaba vestida con la misma toga de color negro que los jueces pero con una gran corbata blanca anudada al cuello, sostenía entre sus manos un bastón de color negro, todos los ojos de la sala la observaban expectante.

-Hoy en esta sala demostraremos que el acusado cometió unos hechos infames, execrables e indignos de toda condición humana -comenzó a hablar la fiscal pausadamente y con mucha calma mientras sostenía el bastón desde cada uno de los extremos con las palmas de las manos abiertas, tenia la cabeza ligeramente levantada con la vista perdida en el fondo de la sala en un claro gesto teatral.
-El acusado aquí presente, lo primero que hizo fue elegir a su victima humana, ¡una indefensa mujer! -la voz fue se fue elevando-. Lo segundo, y no por ello menos grave, cometió conscientemente unos de los actos más abominables que se puedan realizar contra el planeta, y no contento con ello mandó el acto de su abominación con una nota guardada en un sobre … … Lo tercero y para acabar –siguió hablando bajando el tono de su voz-, lejos de arrepentirse y entregarse a las autoridades tuvieron que ir a buscarle a su domicilio y prenderle. ¡Solo una mente corrompida y retorcida como la del acusado puede cometer estos hechos y negarlos! -concluyó la fiscal gritando y señalando con la vara a Jaime.

Jaime que sostuvo la mirada a la fiscal no se inmutó lo más mínimo por sus palabras. El público de la sala prorrumpió en una sonora ovación que se prolongo un par de minutos, la fiscal se retiró con la vara en una de las manos hacia su sitio y se sentó. El Presidente del Tribunal se puso en pie recuperando la sala el silencio.

-La defensa tiene la palabra -dijo el Presidente mirando a la bancada de la defensa.

Siguiendo el mismo protocolo que tuvo con la fiscalía se sentó. Roberto, el abogado de Jaime, se levantó.

-Con la anuencia del tribunal –dijo Roberto.

Encaminó sus pasos hacia el centro de la sala y empezó a disertar.

-Mi defendido aquí presente es un ciudadano ejemplar, jamás ha causado problema alguno. No tuvo en ningún momento la más mínima intención de cometer los actos que se le imputan en esta sala. Lejos de actuar con maldad o premeditadamente estos actos fueron realizados por un impulso humano, probablemente el más básico de los impulsos que poseemos, el amor. Mi defendido dejándose llevar por ese impulso tan básico declaró su amor a una mujer que no supo, no quiso o no pudo aceptarle. Él demostró su amor a esta persona mediante el modo más antiguo que existe, no hay nada malo en ello. Probablemente su mente se sintiese perturbada por causa de su enamoramiento que podríamos definir como una enajenación mental transitoria, un estado donde la mente no se encuentra en condiciones de discernir entre el bien y el mal dejándose llevar por esa esperanza de sentirse amado.

Jaime que tenia la cabeza ligeramente inclinada y la vista perdida en la mesa parecía no escuchar.

-Por esta situación vivida y que podemos definir como acto romántico y sin menosprecio a las tesis del Tribunal y fiscal pido la libre absolución de mi defendido -concluyó Roberto.

Un murmullo de desaprobación volvió a surgir de la zona del público, había personas que incluso negaban con la cabeza ostensiblemente. Roberto se retiró rápidamente del centro de la sala y se sentó junto a Jaime. Jaime con una media sonrisa le agarró del brazo en un gesto de agradecimiento asintiendo con la cabeza, Roberto le miró con cara de pocos amigos rechazando ese gesto.

-No me lo agradezcas, cumplo con mi trabajo como me lo pediste -le comentó Roberto aunque Jaime siguiera sonriendo.
-Ya sabes lo que viene ahora, sigue así lo estás bordando -comentó Jaime.
-No tienes remedio –dijo Roberto-, no me haces ni el más mínimo caso. Tú veras lo que quieres lograr con todo ésto.

Roberto encendió la pantalla de la mesa y empezó a teclear dando por concluida la charla, Jaime suspiró y esperó. Los jueces empezaron a deliberar entre ellos mediante las pantallas que tenían encima de la mesa del Tribunal, todo lo que decían o escribían quedaba registrado aunque nadie en la sala se enterase de lo que hablaban. Pasados unos minutos el Presidente del Tribunal se volvió al levantar regresando el silencio a la sala.

-Jaime Butrón, diríjase a la bancada de interrogatorio, por favor -habló el Presidente mirando a la bancada de la acusación.

Jaime no miró al Presidente, ni siquiera se movió. Tenía la mirada perdida en el suelo de la sala, en cambio, su abogado se puso en pie.

-Mi defendido se reitera en su inocencia y se niega a responder a ninguna pregunta del Tribunal, fiscal y defensa -Roberto se sentó.
-¡Que así sea! Y que conste en el acta del juicio -respondió el Presidente del Tribunal-. La fiscalía puede empezar con las pruebas si así lo desea.

El presidente se sentó.  Esta vez la fiscal no se movió de su asiento, simplemente empezó a hablar.

-Empiezo a exponer los hechos que acontecieron el día 20 de agosto del año 2.239 a las 12:25 hora local –hablaba pausadamente la fiscal mientras miraba la pantalla de su mesa-. El acusado, Jaime Butrón aquí presente, se dirigió al Parque de la Victoria situado en el centro de la ciudad. Allí premeditadamente y escogiendo el lugar accedió a un jardín acotado pisando diversas flores situadas en el césped de dicho jardín. Arrancó deliberadamente doce rosas, doce tulipanes y otros tantos lirios todos de color rojo matando instantáneamente dichas plantas. El acusado, que se niega a aceptar los hechos, hizo con ellos un ramo de flores que luego ofreció a una mujer con una nota.
Mientras la fiscal hablaba una enorme pantalla empezó a descender del techo, cuando llegó al suelo la luz de la sala se atenuó encendiéndose la pantalla.

-Como se va a poder ver en el siguiente vídeo que les mostramos en esta pantalla. –La fiscal señaló la pantalla que empezó a mostrar un vídeo- Veremos al acusado entrar deliberadamente en el jardín y arrancar de cuajo dichas plantas. Como se puede ver, se observa la figura del acusado sin ningún género de dudas que con toda tranquilidad e impunidad va eligiendo las flores, una a una. Las cuales las va arrancando y colocándolas en un papel para ir dando forma a un ramo de flores. Una vez que acaba con su fechoría se escapa sin ningún atisbo de arrepentimiento del lugar.

La imagen del vídeo se congelo con la cara de Jaime y su ramo de flores, Jaime observaba el vídeo con una absoluta indiferencia. El abogado defensor alternaba su mirada de la pantalla de su mesa a la pantalla de la sala y viceversa. Una vez acabada la proyección la pantalla empezó a elevarse regresando al techo de la sala, la luminosidad de la sala volvió a la normalidad. Entre el público había rostros de incredulidad y miedo, algunos incluso miraban a Jaime con cara de ira. 

-Estos hechos son absolutamente contundentes y presento este vídeo como prueba de acusación al Tribunal -acabó sentenciando el fiscal.
 -El Tribunal acepta la prueba –habló el Presidente-. ¿Pone la defensa alguna objeción?.
 -No, ninguna -respondió Roberto.
 -Siguiente acusación –habló seguidamente el Presidente-. Este tribunal llama a declarar a Silvia Zotuk.

El ujier que había estado absolutamente quieto en su asiento sin perder la compostura se levantó dirigiéndose hacía la puerta de entrada de la sala, abrió la puerta y entró en el corredor, la puerta se cerró tras él. Unos momentos  después se abrió la puerta apareciendo el ujier con paso solemne y la barbilla levantada, detrás de él le seguía una mujer acongojada con el rostro asustado. El ujier invitó con el brazo extendido a sentarse a la mujer en los asientos de la bancada, la mujer así lo hizo dándole muy tímidamente las gracias. El ujier se dirigió a su sitio en la sala sentándose. La Fiscal se puso de pie y dirigió su inquisitoria mirada a la mujer.

-¿Puede decirnos su nombre y profesión? -preguntó a la mujer.
-Mi nombre es Silvia Zotuk –hablaba con congoja y con un hilillo de voz-. Trabajo de técnico de instalación de protovac.
-¿Conoce usted al acusado? -preguntó la fiscal señalando a Jaime con la vara.

Silvia miró a Jaime y se puso a temblar, Jaime la miraba con todo el cariño y la ternura que le eran posibles, Silvia desvió su mirada

-Sí, sí, le conozco -respondió Silvia-. Mi equipo de trabajo y yo nos encargábamos de instalar la protovac en su domicilio. Todo iba muy bien y era una persona muy correcta hasta que aquel día …

Silvia interrumpió su relato llevándose la mano al pecho, unas lágrimas cayeron por su rostro. Se quitó las lágrimas con una mano, los jueces y la fiscal la miraban con severidad sin apiadarse lo más mínimo de ella. El único que la miraba con ojos de compasión era Jaime.

-Aquel día -comentó entre sollozos–, apareció este hombre en la calle cerca de mi domicilio con esas flores muertas, y con un sobre que tenía unas líneas donde hablaba de obscenidades, de tenerme para él, estar solos, ¡formar una familia!

La mujer se puso a llorar desconsoladamente, la temblaba todo el cuerpo. Pasaron los segundos entre sollozos.

-Le dije que cómo podía haber matado a esas plantas, que estaba prohibido hacer eso. Le pedí que se marchara, que no quería nada de él … … Me puso las plantas muertas en mis manos y ese papel, y se fue tranquilamente como si no habría hecho nada. Yo tiré las plantas al suelo y el sobre, estaba muy asustada. Al poco tiempo aparecieron las autoridades, les conté lo que había ocurrido, lo recogieron todo, las plantas, el sobre con la nota.
-¿Usted le dio en algún momento la dirección de su domicilio o de su centro de trabajo? -preguntó la fiscal sin pestañear y sin el más mínimo atisbo de piedad mientras Jaime la miraba con desprecio.
-No, nunca le di ningún contacto para que me viniese a visitar –respondió esta vez con más calma–, y menos aún para que me llevase esas cosas, ¡por favor! Flores muertas, ¿a qué mente retorcida se le ocurre hacer éso? Además saltándose todo los protocolos de comportamiento social. Venir a buscarme a mi domicilio sin mi consentimiento, me sentí violentada. Silvia seguía alterada. La fiscal levantando la mano enseñó un sobre, sacó un papel con mucha teatralidad y leyó unas líneas.

-¿Reconoce usted este sobre y lo que contiene? -preguntó la fiscal a Silvia.
-¡Sí! -respondió secamente sollozando sentada en el asiento balanceándose levemente hacía delante y hacía atrás.
-No hay más preguntas -acabó la fiscal en una sala que permanecía en el más absoluto de los silencios.

Silvia seguía sollozando en su asiento cuando el Presidente del Tribunal se levantó.

-La defensa tiene la palabra -habló el Presidente sentándose seguidamente.
-Señorita Zotuk, ¿desde cuándo conoce usted al acusado?, preguntó Roberto muy severamente poniéndose de pie.
-Desde que le fuimos a instalar a su casa la protovac, hará unos nueve meses -respondió Silvia mirando a Jaime  acongojada.
-¿Se conocían con anterioridad?, volvió a preguntar el abogado defensor.
-No.
-¿Invitó usted alguna vez al acusado a alguna actividad social lúdica? -Silvia tardó en responder.
-La testigo debe de responder a la pregunta –interrumpió el Presidente del Tribunal-, y decir la verdad, añado.

Silvia miraba con los ojos perdidos al suelo. 

-Sí. Alguna vez le invité a tomar un refresco pero jamás le invité a mi domicilio -respondió finalmente.
-¿Y no llego a creer que el acusado podía tener cierto interés en usted?, preguntó Roberto.
-¡Protesto! -gritó la fiscal interrumpiendo- La testigo no está aquí para dar opiniones o pareceres sino para relatar hechos.
-Se admite la protesta –respondió el Presidente-. Abogado defensor no pida opiniones a la testigo.

Roberto asintió con un gesto y siguió mirando a la testigo impertérrito.
-Antes de que ocurriesen los hechos ¿cuándo y dónde fue la última vez que vio usted al acusado?
-Dos días antes, le invité a ver una película en el vídeo-cine más cercano a mi domicilio -respondió con mucha calma.
-No hay más preguntas -acabó por decir Roberto y se sentó.
-Puede retirarse la testigo -dijo con voz autoritaria el Presidente.

El ujier se levantó y con un gesto le indicó a Silvia que le acompañase. Ambos se dirigieron a la puerta de la sala, el ujier abrió la puerta atravesándola primero, Silvia sollozando le siguió perdiéndose los dos por el corredor, la puerta se cerró tras ellos. La sala se volvió a llenar de comentarios y rumores, todos hablaban con todos y miraban al acusado desconcertados.

Jaime estaba triste y cariacontecido.

-Has sido duro con ella –comentó a su abogado-, creo que te has pasado un poco.

Roberto le miró con esa cara con la que se mira a las personas que no tienen remedio.

-Hago mi trabajo –respondió secamente-, me importa más mi defendido que los testigos. Cuanta menos carga de pruebas tengas tanto mejor. Además ella te rechazó así que nos da igual como se sienta, ¿o no?

Jaime suspiró y se quedó con la mirada perdida unos instantes hacía un lugar de la sala.

-Sí, supongo que tienes razón – le comentó en voz baja –, pero sigo sin arrepentirme de nada y además lo volvería a hacer con ésta u otra mujer.

Jaime miró con firmeza a su abogado y este le observó unos instantes, Roberto inspiró profundamente, desvió la mirada y siguió atendiendo a las lineas que salían en su pantalla. Minutos después de este pequeño receso la puerta de sala se volvió a abrir entrando solamente el ujier, caminó hacía su asiento y se sentó sin perder un ápice de solemnidad y sin el menor atisbo de cansancio o aburrimiento. Los jueces entre tanto deliberaban entre ellos tras las últimas pruebas y testimonios, finalmente el Presidente del Tribunal se levantó.

-Llamamos a declarar a las autoridades de la ciudad. –Pulsó un botón en la mesa- La declaración se realizará en directo y vía conferencia mediante la pantalla de esta sala.

Acto seguido se sentó. La pantalla de la sala empezó a bajar en silencio ocupando casi toda la estancia, era una pantalla doble que se podía ver desde el Tribunal y desde la zona designada para el público, las pantallas de las mesas también mostraban lo que salía en la pantalla de la sala. Cuando la pantalla llegó abajo hizo un pequeño sonido de parada que evitó tocar el suelo. Un momento después la pantalla se activó mostrando a un hombre que se encontraba de pie con ambas manos situadas en la hebilla del pantalón, corpulento, ataviado con el uniforme oficial de la Autoridad de la ciudad, rostro severo, barba de varios días, mirada fija e inquisidora. Tenía una cicatriz que le atravesaba parte del rostro que iba desde la parte inferior del ojo derecho hasta la mandíbula lo que le daba un aspecto más fiero, era un oficial que atemorizaba e impresionaba.

-Puede empezar la fiscal -habló el Presidente.
-Puede decirnos cuál es su cargo? -preguntó la fiscal mirando al hombre de la pantalla.
-Sargento de Policía -respondió el hombre con voz muy grave y autoritaria.
-¿Puede decirnos qué fue lo que ocurrió el día 20 de agosto del año 2.239?

 El sargento se quitó las manos de la hebilla del cinturón y poniéndoselas entrelazadas a la espalda, comenzó a hablar.

-Ese día a las 12:30 horas recibimos varias llamadas de ciudadanos anónimos denunciando que un hombres de raza blanca estaba en el Jardín de la Victoria de la ciudad arrancando plantas. Dimos el aviso y varios compañeros se dirigieron hacia allí. Cuando llegaron no le encontraron, pero pudieron observar como diversas plantas estaban arrancadas y cómo partes del césped y del jardín se encontraban pisoteadas. Montamos un dispositivo de búsqueda y captura, pero no logramos localizarlo.

Jaime que no hacía demasiado caso a lo expuesto por el sargento estaba recostado en su asiento con los brazos cruzados y con la mirada perdida en el techo.

-¿Qué hicieron entonces? -preguntó la fiscal.
-Nuestro rastreo, como he comento hace un momento, no nos dio ningún resultado así que de una manera más discreta seguimos con la búsqueda del sospechoso – continuó el sargento -. Varias horas después recibimos varias llamadas de distintos ciudadanos que denunciaban un altercado en la calle entre un hombre y una mujer. Mandamos una patrulla de agentes que se hicieron cargo de la denuncia, cuando llegaron encontraron a una mujer de raza blanca con un gran nerviosismo y con una serie de objetos en el suelo. Llamaron a los servicios médicos para que atendieran al mujer ya que se encontraba en un estado de gran histeria. A pesar de su situación la mujer nos dio la descripción y la dirección del sospechoso. Primero fuimos directamente a su domicilio, no lo encontramos allí, así que montamos un dispositivo de detención que se realizó sobre el domicilio del sospechoso. A eso de las once de la noche el sospechoso apareció queriendo acceder a su domicilio, nosotros le paramos y procedimos con el protocolo que se usa en estos casos - concluyó el sargento.
-¿Presentó alguna clase de resistencia el acusado? -preguntó la fiscal.
-Sí. No quiso acceder a nuestras peticiones de entregarse voluntariamente y tuvimos que detenerle, seguidamente nos dirigimos a la delegación. Después en la delegación nos dimos cuenta que este hombre era el que causó los destrozos en el jardín. Reconoció los hechos pero no la culpa, un día después le entregamos a la judicatura -acabó el sargento.
-No hay más preguntas afirmó la fiscal.
-La defensa puede proceder -requirió el Presidente del Tribunal.

Roberto desde su mesa miró a la pantalla.

-El acusado aquí presente ¿causó alguna clase de lesión a los agentes desplazados a su detención? -preguntó el abogado defensor.
-No, ninguna -respondió el sargento.
-No hay más preguntas -resolvió Roberto mirando al Tribunal.
-El testigo puede retirase -dijo extrañamente el Presidente del Tribunal. Pulsó otro botón y la pantalla se apagó ascendiendo paulatinamente al techo de la sala.

El rumor volvió con más fuerza aún si cabe a la sala por parte del público, Jaime se encontraba tranquilo sentado en su sitio mirando a la mesa con la vista perdida. Los jueces detallaban los últimos aconteceres en sus respectivas pantallas y dialogaban entre ellos, pasaron varios minutos. Finalmente el Presidente del Tribunal se levantó.

-Conclusiones finales de la fiscalía -habló mirando a la fiscal.

La fiscal se puso de pie y desplazándose al centro de las sala comenzó

-Hemos demostrado con pruebas y testimonios  la culpabilidad del acusado – habló a toda la sala con un tono de voz elevado-. Elaboró con total premeditación un plan de actuación que consistía en dirigirse a un jardín de la ciudad en pleno día, y con total alevosía arrancar unas plantas con las que conformar un ramo de flores que luego y acompañándolo con una nota entregó a una mujer víctima de su acoso. Lejos de arrepentirse y entregarse a las autoridades siguió con su vida habitual para posteriormente ser arrestado en las puertas de su domicilio. Además he de añadir las reiteradas muestras de falta de remordimiento y reconocimiento del daño causado por parte del acusado que hacen sus actos todavía más repulsivos. Por todas estas pruebas y testimonios solicitamos el veredicto de culpabilidad a todos los cargos anteriormente mencionados -concluyó la fiscal.

La fiscal volvió a su sitio sentándose mientras la sala permanecía en un profundo silencio.

-La defensa tiene la palabra -habló el Presidente mirando a la mesa de los acusados.

Roberto se levantó y se dirigió al centro de la sala

-El acusado aquí presente es solo culpable de una cosa, de haberse enamorado, es decir, de amar –hablaba con voz firme-. Simple y llanamente por demostrar el más básico de nuestros sentimientos este hombre es considerado sospechoso de haber cometido todos estos actos: acoso, delito contra el planeta y desacato a la autoridad, tres delitos muy graves. No cometió acoso porque con la mujer a la que supuestamente acosaba tenía una pequeña relación. No se resistió a la autoridad ya que colaboró todo lo que pudo con las autoridades, y finalmente debido a su estado de enajenación mental por causa de su enamoramiento no era consciente de sus actos. Por este motivo arrancó las plantas del jardín, y he de añadir que tampoco hubo ninguna clase de premeditación ya que actuaba por impulsos sin un plan establecido. Por ello solicito de mi acusado la libre absolución de todos los delitos de los que se le imputan ya que no es responsable de nada, y vuelvo a reiterar que tan solo es culpable de una cosa … de amar -acabó de hablar el abogado defensor mirando a los jueces.

Roberto volvió a su asiento y se relajó, Jaime le miró con agradecimiento, el abogado defensor ni siquiera le devolvió el gesto. El Presidente del Tribunal miró a Jaime.

-Como el acusado no ha querido responder a ninguna pregunta, no se le concede el derecho a tener la última palabra -explicó el Presidente.

Jaime no hizo ningún gesto, acto seguido volvió el rumor y los comentarios a la sala. Los jueces volvieron a deliberar entre ellos desde ese mismo momento, las conclusiones de sus debates las tecleaban en las pantallas de sus mesas mientras el público se hacía cábalas sobre el destino del acusado, Jaime estaba sentado tranquilo mientras esperaba sentencia. Después de treinta minutos de espera se levantó el Presidente del Tribunal, había una gran expectación en la sala por conocerse el veredicto.
 -Póngase en pie el acusado. –Jaime así lo hizo - Consideramos al acusado …

Diez años después del juicio Jaime seguía cumpliendo condena, se encontraba casi a la mitad de la pena impuesta por el Tribunal. A pesar de los años transcurridos y de la condena impuesta seguía sin arrepentirse de nada. En su presidio respiraba aire puro, bebía agua cristalina, estaba más delgado debido a la extensa dieta de verduras, hortalizas y frutas que tomaba, y más moreno por trabajar todo el día al aire libre. Con el paso de los años se había convertido en todo un experto horticultor y jardinero, sus flores estaban en todos los jardines de todas las ciudades del mundo. En esta era las cárceles no son edificios cerrados donde las personas languidecen durante años sin hacer nada. Ahora los presos viven en pequeñas villas esparcidas por todo el planeta donde cumplen las condenas acorde con el mal realizado trabajando para reparar el daño causado. Lo que no le gustaba a Jaime era la falta de comodidades que tenía que soportar, la villa era una estancia muy austera. Además lo habían llevado a una zona donde apenas tenia contacto humano, tan solo las autoridades conectaban con él para tener bajo su control sus actividades y además había que añadir que sus movimientos estaban totalmente restringidos. Solo podía moverse por una pequeña parte del planeta, la parte designada como zona de cría, cultivo y alimentación para los seres humanos. Las grandes orbes y los viajes al espacio estaban totalmente prohibidos para él mientras cumpliese condena.

Mientras tanto los días iban pasando y Jaime como de costumbre se levantaba temprano antes del amanecer esperando la salida del Sol para empezar su jornada de trabajo.

Publicado el 13 de febrero del 2019.

Revisado el 29 de enero del 2021.

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