El caminante.

El caminante.

Recogí las llaves de casa de la encimera de la entrada y me dispuse a salir. Observé el resto de la vivienda y lo encontré todo en orden, el televisor apagado tanto como el pc y cualquier otra luz que hubiera por allí. Abrí la puerta de casa, y salí de mi hogar al descansillo de la entrada. Cerré la puerta de casa de un fuerte portazo sin querer. 

-Vaya se me escapó la puerta, espero que los vecinos no se enfaden -pensé. 

Me di la media vuelta, introduje la llave en el cerrojo de la puerta y le di al cerrojo las tres vueltas correspondientes quedando la puerta bien cerrada. Saqué la llave del cerrojo, bajé las siete escaleras al siguiente descansillo dónde está el ascensor, pulsé el botón de llamada del ascensor. Las llaves las guardé en el bolso que llevo en bandolera en el bolsillo correspondiente, siempre llevo cada cosa en su sitio. El móvil con las gafas y el cargador en un bolsillo, la cartera y el monedero en otro, y las llaves solas en otro bolsillo para poder cogerlas bien cuando es necesario. Cuando no encuentro algo en su bolsillo correspondiente pego un brinco aunque casi siempre suele estar en otro bolsillo, otras veces es que se me olvida en casa, las menos. Las puertas del ascensor se abrieron, y accedí al interior. 

-¡Que calor! -comenté en voz baja. 

Es agosto, y cómo se nota la subida de la temperatura. Pulsé el botón de la planta baja, el cero. Segundos después la puertas se cerraron, y el ascensor comenzó a descender. Los breves momentos de descenso los uso para mirarme en el espejo y ver lo precioso que soy, no soy un guaperas pero poco me falta. El ascensor llegó a la planta baja abriéndose la puerta. Salí del ascensor accediendo al portal. Como siempre en el portal hace fresquito, pero por el calor del ascensor sabía lo que me esperaba en la calle. Cuando abrí la puerta del portal fue como si alguien me diese una bofetada en la cara, la sensación de bochorno fue horrorosa. El sol caía a plomo en la calle, y no corría una sola gota de aire. La gente caminaba con esa cara que se tiene cuándo el calor aprieta.

Paseo para caminantes.

-Son las once de la mañana y el calor es agobiante -pensé para mis adentros. 

Me puse las gafas de sol, y haciendo de tripas corazón me puse a andar. Allí por donde caminaba buscaba la sombra, poco a poco me fui acercando al bar dónde habitualmente tomo mi café mañanero antes de iniciar mis otros quehaceres. Era un día entre semana, y siendo verano se notaba el descenso de actividad en la calle. Por fin llegué al bar, no hay demasiada distancia de mi domicilio al bar tan solo un par de minutos. Abrí la puerta y accedí al interior. El bar tiene aire acondicionado así que cuando entré note el fresco relajándome un poco. 

-¡Buenos días! -saludé a todo el mundo nada más entrar en voz alta mientras me quitaba las gafas de sol, como de costumbre nadie me respondió. 

Cogí el periódico del día y me senté en un taburete cercano a la barra del bar, empecé a ojear el periódico. Esperé a que la camarera me atendiera, un par de minutos después Dolores me traía mi café con leche en vaso. 

-¡Hola Manu! ¿Algo más con el café? -me preguntó muy simpática. 

-No, no gracias … hoy no -respondí. 

Dolores guiñándome el ojo siguió atendiendo a la clientela, yo comencé a beber del vaso de café mientra leía alguna que otra noticia. Unos minutos después por la puerta del bar entró un hombre. Llevaba botas de montaña negras con calcetines del mismo color, vestía un pantalón corto de color azul que le cubría de la cintura a la tibia, una camiseta del mismo color, portaba una gran mochila en la espalda. Era un hombre maduro y bastante alto, se acercaba al metro noventa de estatura. Pelo canoso abundante recogido en una coleta, piel morena curtida por el Sol, cuerpo delgado y fibroso de caminante, ojos negros como el carbón. Era un hombre blanco mezcla extraña de diferentes razas, no era muy normal que un viajero de esas características entrase en el local. Por las pintas probablemente estaba realizando el camino de Santiago aunque no sé de dónde saqué yo esa conclusión, al fin y al cabo no tiene porque andar hasta Santiago de Compostela allá en Galicia, pero bueno así lo creí en ese momento. Se acercó a la barra, se quitó la mochila dejándola en el suelo y esperó educadamente a ser atendido. Un rato después Carmen, la otra camarera y compañera de Dolores se dirigió hacía él. 

-Dígame señor -habló carmen. 

-Guagua, per fabor -respondió el caminante con un acento extranjero muy acentuado y extraño. 

-¿Fría o natural? -preguntó Carmen mientras se dirigía a la cámara correspondiente. 

El caminante se le quedó mirando con esa cara que tienen las personas que no entienden nada, Carmen torciendo el gesto y dándose cuenta de que el señor no entendía nada cogió un botellín de agua fría y se lo llevó a él dejándoselo encima de la barra. El caminante miró la botella sorprendido por su pequeño tamaño, y con un gesto con ambas manos preguntó a la camarera si no tenia una botella más grande. 

-Solo tenemos ese tamaño, señor -respondió Carmen. 

El caminante miraba a Carmen no entendiendo nada. 

-Este tío no sabe nada de español – comentó Dolores observando la situación - ¿Por qué no aprenderán un poquito del idioma? ¡Coño! 

Carmen que escuchaba a su compañera suspiró con paciencia y negando con la cabeza le dijo al caminante que no vendían botellas más grandes. El caminante torció el gesto, y enseñando cuatro dedos de su mano izquierda le indicó a Carmen los botellines que quería. Carmen los sacó de la cámara y se los puso encima de la mesa. 

-Son cuatro euros, por favor -dijo Carmen al caminante. 

El caminante abrió la mochila que tenía en el suelo introduciendo la mano dentro de ella. Sacó una cartera que la abrió extrayendo un billete de cincuenta euros, lo puso encima de la barra. Carmen cogió el billete y al de un rato volvió con las vueltas y el tique en un platillo dejándolo todo encima de la barra. 

-Gracias -comentó Carmen. 

El caminante sonrió y cogió las vueltas metiéndolas en la cartera que poco después volvió a guardar en la mochila, no dejó propina. Aprovechando que tenía la mochila a mano guardó tres de los cuatro botellines de agua en unos bolsillos laterales de dicha mochila, supongo que para después poder acceder mejor a ellos cuando saliese de viaje. Sacó un mapa que lo dejó encima de la barra, cerró todas las cremalleras de la mochila bien cerradas. Cogió el botellín de agua que había dejado encima de la barra, lo abrió y bebió un buen trago, dejándolo de nuevo dónde estaba antes. Agarró el mapa, lo desplegó y empezó a buscar direcciones y lugares. 

Al de un rato y mientras yo leía el periódico, bebiendo sorbo a sorbo mi café, el caminante se dirigió a las camareras. 

-Dígame señor -preguntó esta vez Dolores. 

-Jotel Guahb#uj ier@tyu? -preguntó el caminante. 

Dolores se quedó con los ojos abiertos cuando escuchó al caminante. 

-Perdone, no le entiendo nada –respondió Dolores- ¿Puede repetirme, por favor? 

-Jothel Guah&bvae uhi#df? -repitió el caminante bastante peor que antes señalando con su dedo un lugar del mapa que tenia encima de la barra enfrente de él. 

Dolores miró hacía el mapa intentando saber a qué se refería el caminante. 

-Dígame la dirección y podré indicarle mejor -indicó Dolores. 

El caminante no decía nada, y miraba con ojos de no entender nada. Carmen se unió a la conversación intentando echar una mano. 

-A ver qué quiere este guiri – comentó Carmen – No se entera de nada, por lo menos el mapa es de la ciudad … algo es algo. 

Los tres miraban al mapa intentando intentado buscar lo que el caminante decía. 

-Jhotel, jotel -decía el caminante intentando darse a entender señalando con el dedo un lugar del mapa. 

-Sí … sí … -respondió Dolores–. Pero ahí no hay ningún hotel, ni hostal. 

-Anda que me parece que este guiri no se entera de nada -susurró Carmen a Dolores. 

Pasados unos momentos de no entenderse entre los tres un jubilado de un grupo de cuatro que estaban en el local se interesó por el mapa, más bien quería meter las narices en el escote o las caderas de alguna de las camareras. 

-Allí adónde señaláis hay un hotel -empezó a hablar el jubilado. 

El caminante prestó atención con interés a lo que decía el “señor” aunque creo que no entendía ni palabra. 

-Ignacio, no molestes y sigue con lo tuyo. Ya lo encontraremos –le cortó Dolores que sabía de que iba el personaje. 

Ignacio, el jubilado, se acercó al grupito y mirando al caminante siguió hablando. 

-Aquí hace muchos años había un Hotel –señaló con el dedo ese mismo sitio–. Era el Hotel Sagasti, allí trabajé yo muchos años. 

-¡Tú no has trabajado en tu puta vida! -gritó otro de los jubilados del grupo 

-¡Aitor! ¡Qué sabrás lo que he hecho yo hace años! ¡Cállate cabrón! Yo ya trabajaba en hoteles antes de que vinieran los silquen esos de ahora con todos sus modernismos -respondió Ignacio. 

-¡Ni puta idea! -replicó Aitor-. Siempre hablando algún cuento para arrimarte a Dolores. 

El caminante miraba a los dos alternativamente con cara de no entender nada. Seguidamente los dos se encararon uno enfrente del otro empezando a discutir, típico de gente que lleva tantos años ociosa. 

-¡Yo traje los hoteles a Bilbao! -decía Ignacio. 

-¡Tú no has traído nada porque no trabajas nada! -replicó Aitor. 

-¡Franco fue quién inauguró ese hotel!-chilló Ignacio. 

-¡Eso, eso! -contestó Aitor-. Ya salió el facha. ¡Facha! ¡Qué eres un facha! 

-Ya estamos otra vez –comentó Carmen con cara de hartazgo– ¡Halla paz señores, halla paz! 

Y dejando a Dolores con el caminante salió de la barra a aplacar los ánimos que se caldeaban por momentos. 

Dolores y el caminante seguían buscando el hotel mientras este último miraba de reojo la discusión de los jubilados y como Carmen intentaba poner paz entre ambos, no entendía nada. Dolores pedía explicaciones sobre la dirección o que clase de hotel era pero el caminante solo hablaba palabras inconexas y sin ningún sentido. De improviso una señora que estaba tomando un café en una de las mesas se unió a la búsqueda. 

-Déjeme, déjeme que yo conozco muy bien la ciudad –la señora les arrancó el mapa de la barra sin contemplaciones. 

-¡A ver! Veamos lo que busca el señor guiri -dijo la señora mientras manoseaba el mapa. 

El caminante miró alarmado como la señora miraba el mapa para sí sola sin ninguna clase de miramientos y sin ninguna educación. Dolores vio la oportunidad de quitarse de en medio y seguir atendiendo a la clientela. 

-A ver, señor guiri -habló la señora- ¿Usted qué es lo que busca? Porque por aquí, dónde señala usted, no hay ningún hotel ni nada que se le parezca. 

La señora movía el mapa de aquí para allá mientras por otro lado la discusión de los jubilados arreciaba. 

-Paz, chicos paz –decía Carmen como si fuese una Hare Krishna. 

-Yo traje los hoteles a Bilbao. 

-Tú por no traer no traes ni dinero, ¡cabrón! 

-Yo conocí a Franco. 

-Y dale con el tema el fascista este. 

La situación era un sin vivir. El caminante empezó a preocuparse por sus circunstancias, y con cierta inquietud pedía el mapa a la señora. 

-Quite, quite, señor guiri. Yo misma le voy a decir como se tiene que mover y a dónde tiene que ir -decía la señora que sujetaba férreamente el mapa desde las extremidades de la hoja con ambas manos pareciendo que lo iba a desgarrar por la mitad. 

El caminante quería quitárselo de las manos pero lo intentaba con gran timidez como temiendo que se rompiese el mapa. Un hombre que estaba observando la situación de la señora y el caminante dejó el vaso de cerveza a medio acabar encima de la barra aproximándose a la pareja. Le puso la mano en el hombro al caminante intentando aportar tranquilidad. El caminante le miraba desconcertado, no sabía dónde meterse. 

-Tranquilo, tranquilo -habló el caballero-. A ver señora, déjeme ver ese condenado mapa que vamos a ayudar al señor. 

El caballero intentó agarrar el mapa pero la señora no le dejaba. 

-Ché, ché, ché -protestó la señora-. Déjeme, déjeme, no hace falta su ayuda. Quítese de aquí. 

Mientras la señora hablaba no permitía que el caballero tocase el mapa moviendo el papel como si fuese un abanico. El caminante miraba aterrorizado lo que hacían con el mapa porque el papel comenzaba a rasgarse. En uno de esos vaivenes que hacía la señora y el caballero con el mapa observé el mapa callejero desde mi sitio, y me pareció ver que las calles de ese mapa estaban distribuidas en forma de constelaciones popularmente reconocibles por un astrónomo, pero no para los que estaban presentes en el local que no tenían ni idea de estas cosas, yo por suerte sí. 

Aún así, lo que sobraba en ese momento era que yo me metiese en la trifulca. Porque veamos, teniendo en cuenta la situación no creo que sería demasiado correcto inmiscuirme en el asunto. Los jubilados por un lado siguen con su discusión de jubilados porque están bastante aburridos, Carmen entre ellos intentando poner paz. La señora y el caballero importunando con el mapa al caminante que no sabe qué hacer, Dolores que ha empezado a gritar también intentando poner un poco de orden en el local. Nadie la hace el más mínimo caso, y yo mirando divertido todo el panorama, los demás clientes pasando del asunto totalmente. Miré hacía la calle a través de las cristaleras del local, y con cierta extrañeza observé que empezaba a oscurecer. 

-Nubes que llegaban por culpa de este bochorno. No sería de extrañar que empezase a llover, puede que llegue una fuerte tormenta -pensé. 

Seguía bebiendo de mi café aunque empezaba a estar algo frio, el periódico lo había apartado hacía ya largo rato ya que el espectáculo estaba delante mio. El caminante miraba con angustia lo que ocurría con el mapa mientras la señora y el caballero seguían con su discusión. Mientras la tensión seguía aumentando, la señora en un momento determinado dejó el mapa encima de la barra encarándose con el caballero. 

-¡No me toque las tetas! -chilló la señora al supuesto caballero. 

Nadie en el local la hizo ni el menor caso. El caminante aprovechando el “descuido” de la “pareja” agarró su mapa con todo el mimo que pudo y doblándolo delicadamente lo dejó encima de la barra a buen recaudo. El hombre respiraba con ansiedad con una cara de susto que no podía con ella. Todo el mundo seguía en su discusión sin hacer caso al caminante, este sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor cogió la mochila, y se la puso a la espalda. Bebió lo que quedaba del botellín de agua dejándolo vacío encima de la barra. Observó a su alrededor como buscando algo, a mi me miró agachando la cabeza en forma de saludo o de despedida. Por lo visto quería despedirse de alguien y el panorama que había no era el adecuado. Yo le devolví el saludo con un gesto de la cabeza. Cogió el mapa que tenía encima de la barra con una de las manos, y se dio la media vuelta dirigiéndose a la puerta de salida. Casi a mitad de camino antes de llegar a la puerta de salida esta se abrió entrando tres personas muy parecidas a él. Altos, pelo blanco, tez morena, delgados, uno de ellos parecía tener aspecto de mujer. El caminante retrocedió dos pasos pero no noté ningún indicio de miedo o temor. En la calle la negrura era absoluta parecía que nos llegaba la noche a medio día, aunque no caía ni una sola gota de agua. 

Las tres personas que entraron se detuvieron enfrente de él, empezaron a hablar los cuatro entre ellos en un idioma totalmente desconocido para mi. Mientras charlaban, y de vez en cuando, miraban a su alrededor observando el sin Dios en lo que se había convertido el local. Jubilados discutiendo entre ellos, las camareras intentando poner paz, el caballero intentando propasarse con la señora, yo observando y los demás clientes del local ni se inmutaban o ni se enteraban de lo que ocurría a su alrededor. Todo era muy extraño aunque en esos momentos no me daba cuenta de la situación, fue consciente días después. La charla se extendió durante unos minutos, yo el café me lo había apurado ya mientras observaba todo. Cuando acabaron de hablar los cuatro siguieron durante unos minutos en silencio mirando el panorama del local que no había cambiado ni un ápice. 

Poco después la persona extranjera con aspecto más femenino, por lo menos era eso lo que a mi me lo parecía, extrajo de uno de los bolsillo de su pantalón una esfera de color gris con un aspecto parecido al acero. Alargó el brazo extendiendo la palma de la mano mostrándosela a sus compañeros, cuando esto sucedió sus tres compañeros alternativamente fueron poniendo cada uno de ellos su mano izquierda sobre la esfera haciendo una especie de piña entre ellos. Cerraron los ojos y agacharon las cabezas los cuatro a la vez totalmente sincronizados. Instantes después de esto la esfera que tenían entre las manos irradió una luz blanca mate desapareciendo los cuatro en un fogonazo de luces de colores. El mapa que sujetaba el viajero en su mano fue cayendo hacia el suelo lentamente hasta posarse encima de las baldosas del local. Los cuatros extranjeros con el caminante incluido habían desaparecido. 

Automáticamente la situación de locura que había en el local se detuvo saliendo todos, yo incluido, de una especie de sueño o sopor. Todos se miraron no entendiendo lo que había sucedido, ni yo tampoco. Cesaron las discusiones volviendo todo a la normalidad. Los jubilados volvieron a su silencio, las camareras a la barra a seguir atendiendo a la clientela, la señora y el caballero se quedaron quietos unos momentos para luego moverse a los lugares dónde estaban. El día en pocos segundos recobró su luminosidad normal. Sí, todo muy extraño. Sin darme cuenta de lo que había sucedido en ese momento eché mano del bolso cogiendo la cartera. Saqué unas monedas para pagar el café, uno con ochenta euros, y esperé a que la cogiera alguna de las camareras. Fue Carmen quien cogió las monedas, estaba un poco despistada, y bajándome de la banqueta me dispuse a marcharme del local. 

-¡Nos vemos, Manu! -habló Carmen sonriente pero un poco desorientada. 

–Desde luego estos guiris que cosa hacen, ¿verdad? -me preguntó ella. 

-Sí, sí. Desde luego es gente muy extraña. Nos vemos luego Carmen, ¡Dolores hasta luego! -dije despidiéndome del local. 

Cuando me disponía a salir del local me fijé en el mapa que había dejado el viajero, o que se le había caído de la mano. Nadie del local se había percatado de ello. Me agaché y lo cogí, desplegué el mapa y lo observé. No era un plano de las calles de la ciudad, más bien era un mapa que se asemejaba mucho a ciertas constelaciones reconocibles por mi, había unos símbolos acompañando a cada punto que no entendía. Volví a doblarlo, y sin pensármelo lo rompí en varios trozos. Ahora que lo pienso no sé por qué lo hice. Antes de abandonar el bar me puse las gafas de Sol, abrí la puerta del bar, salí a la calle y tiré los restos del mapa a un contenedor de papel, hay que ser ecológicos. Alcé la vista al cielo y vi un día despejado y soleado. Me dispuse a andar tenía tareas que hacer como cualquier otro día. 

-¡Que calor! -pensé.

Publicado en Bilbao el 30 de enero del 2021.

Revisado en Bilbao el 26 de enero del 2021. 

Lo más visto del mes