Espejos. Capítulo 6.

Espejos.

Capitulo 6.

De salto en salto.

Antonio abrió suavemente los ojos, intentó incorporarse pero no pudo. Unos fuertes correajes le mantenían atado de pies y manos a una cama, se preguntaba cómo había llegado hasta ahí, no recordaba nada. Se percató de que estaba siendo analizado en esos momentos por un hombre vestido con una bata blanca sin mangas que le partía del cuello, le parecía un antiguo sacerdote de alguna religión pasada. Le estaba pasando un objeto que él no conocía por la cabeza, no notaba dolor ni ningún malestar. Quiso mover la cabeza pero le fue imposible, estaba también sujeta por fuertes correajes.
-¿Dónde estoy? -preguntó Antonio tímidamente.
El hombre no le hizo el menor caso, siguió con su trabajo.
-¿Qué ha pasado? -volvió a preguntar Antonio mirando a aquél hombre.
Finalmente el hombre se detuvo en su trabajo y se le quedó mirando a los ojos.
-Está usted en el Centro de Salud -respondió secamente-. Le hemos ingresado por el estado nervioso extremo que presentaba y sobre todo por los actos de violencia física contra las personas que ha realizado.
-¿Quién es usted? -preguntó Antonio ligeramente atontado.
-Soy su médico personal, mi nombre no es de su interés, y le estoy analizando para saber que es lo qué le ocurre -habló mientras se separaba de la cama.
Cuando el médico acabó de hablar otra máquina que Antonio no había visto nunca pasó muy lentamente por encima de él irradiando una luz azul pálida, impotente vio como la máquina pasaba varias veces por encima de todo su cuerpo, se encontraba totalmente inmóvil. Cuando la máquina acabó el médico se acercó de nuevo, siguió auscultándolo.
-¿Cómo se siente? -preguntó un rato después el médico.
-Confuso, mareado … -respondió Antonio.
-Es algo normal, son los tranquilizantes que le hemos suministrado -explicó el médico.
-¿Logra acordarse de algo de lo sucedido? -preguntó el médico mientras se quitaba los guantes de las manos.
-No, no -respondió Antonio.
Antonio tenia desmemoria de lo que le ocurrió los días anteriores. El médico sin mirarle lo más mínimo apretó un botón quedándose Antonio profundamente dormido.

-Eso fue lo que vi en el espejo -habló Antonio al psicólogo que le atendía-. Después todo me era y me es extraño, la calle, los vehículos, las personas incluso este hospital. No tengo recuerdos anteriores de este lugar.
El psicólogo que le observaba con cara de incredulidad empezó a teclear algo mientras le hablaba.
-Bien, Antonio -respondió el psicólogo-. Veo que has recuperado la memoria, llegaste en un estado bastante lamentable. Esa es una historia que la repites constantemente. No existe nada de eso, es imposible. Tienes la vida que tienes y está registrada. De todas formas y dada tu evolución, voy a darte el alta ya que no muestras signos de agresividad. Te receto la medicación con las instrucciones de utilización de los medicamentos, vuelve dentro de un mes para ver como avanzas. El médico tardó en teclearlo todo, cuándo acabó le miró con una gran sonrisa complaciente. -Ya puedes irte, cuidate. Si tienes algún problema con el tratamiento pásate por aquí, y si recaes regresa. Ya sabes dónde encontrarnos -comentó el médico.
Antonio sin cambiar su expresión se levantó de la silla, le tendió la mano al doctor al que le dio un apretón de manos. Seguidamente se marchó del centro de salud. Al salir a la calle sintió un gran alivio, vació su mente dirigiéndose a su domicilio. Al llegar a casa se fijó en que todo estaba sucio y lleno de polvo, sin pensárselo dos veces se puso manos a la obra conectando el sistema automático de limpieza. Llegó a entender por qué los restos orgánicos no estaban la vez anterior. No tenía memoria de que existiera ese servicio, pero ya que estaba disponible aprendió a utilizarlo rápidamente. La casa estaría limpia en unas tres horas. Se sentó en la consola, encargó los medicamentos y se aprendió el tratamiento. Después empezó a ponerse al día de lo que pasaba por el mundo, aunque este le fuese totalmente extraño.

Todos los días miraba las noticias en todos los dispositivos electrónicos de los que disponía, extrañaba todo lo que veía aunque ya no perdiese los nervios, poco a poco se iba acostumbrando a su nueva vida. Leía los correos que recibía sorprendiéndose de la vida que llevaba. Ahora no era historiador, era un acaudalado inversor economista. Cuándo comprobó de cuanto dinero disponía dio un autentico brinco en el asiento. Tenía muy claro que esa no era su vida anterior, debía de investigar que era lo qué le había sucedido. Cada vez que iba al cuarto de baño se observaba en el espejo del tocador, todavía no se había atrevido a entrar en la habitación del espejo. Se percató que a parte de la delgadez que tenía había perdido mucho pelo, o por lo menos él recordaba tener más pelo en la cabeza. Por lo demás Antonio era un hombre joven, rondaba ya los treinta años, ojos marrones, cejas gruesas negras y cejijunto lo que le daba un aspecto demasiado serio. Vestía una nariz griega y un cuerpo que desde luego de atlético no tenía nada, más bien todo lo contrario. Se sentía extraño mirándose la imagen en el espejo del cuarto de baño, le costaba reconocer a la persona que tenía en frente. A medida que transcurría el tiempo se fue animando a salir fuera de casa, poseía una situación económica envidiable. Mucha gente le saludaba, y él devolvía el saludo mecánicamente aunque no conociese a nadie. Cierto día decidió dirigirse a un local que solía frecuentar, allí tenía la costumbre de tomar un café y charlar con algún conocido, por lo menos éso era lo que él recordaba de su vida anterior. Andando por la acera que él supuso que era en la que se encontraba el local se percató que dicho local se hallaba en la acera de enfrente. Sorprendido por el hallazgo se dirigió hacía allí, se quedó delante de la puerta del local observando el sitio no encontrando ninguna diferencia respecto de lo que él recordaba salvo por la ubicación del lugar. Tremendamente confundido decidió entrar.
Entró caminado despacio tratando de no llamar la atención, no reconoció los clásicos olores que tienen esta clase de locales, más bien notó que el local no olía a nada. Se sentó en una de las mesas allí dispuestas para ser atendido aparentando decisión e intentando demostrar a un público que no le observaba que sabia lo que hacía. Observó todo lo que pudo de su alrededor, no encontró nada anormal.
-Buenos días, señor. ¿Qué es lo que quiere tomar el caballero? -escuchó una voz amigable de mujer a a su lado.
Una de las camareras del local se había desplazado hacía dónde él se encontraba sentado para atenderle aunque le tratase con cierta displicencia.
-Lo de siempre, por favor -respondió Antonio automáticamente sin mirarla siquiera mientras seguía mirando todo lo que podía.
-Sí fuese tan amable y me pudiese aclarar, qué es lo de siempre, caballero -preguntó de nuevo la camarera.
Antonio despistado miró a la camarera para comentarle lo que iba a tomar cuando al verla sintió una punzada en el estómago, era la mujer de la tienda de recambios que aunque por los acontecimientos se había olvidado totalmente de ella la había reconocido. Leyó el nombre de ella sobre la plaquita que llevaba sujeta en la solapa del chaleco.
-Aedeon M. Sí, ese era el nombre de la mujer -pensó.
-Póngame un café bien cargado, por favor -pidió Antonio con voz mustia.
Ella le observó con esa cara de inexpresividad tan característica que tenía, se dio la media vuelta y moviendo las caderas se dirigió a la barra a preparar el café. Antonio no la perdió de vista ya que llevaba una falda corta hasta medio muslo ligeramente ajustada sin medias, enseñaba unas piernas bonitas y redondas. Llevaba un tipo de calzado deportivo que le llamó la atención ya que no recordaba que estas trabajadoras usasen esa clase de calzado.
-Una sorpresa tras otra -masculló entre dientes.
Al de un par de minutos se fijó que volvía con el recipiente en una bandeja, con cierta gracia le dejó el café encima de la mesa.
-¿Nos conocemos de algo? -se sorprendió Antonio al oírse decir esa pregunta.
-No lo sé, usted sabrá -respondió sin dar más importancia a la pregunta.
Aedeon realizando una especie de juego estudiado se marchó a atender otra mesa dejando a Antonio con la palabra en la boca, y solo con su café. Ese día estuvo bastante tiempo en la mesa observando a la mujer, incluso se le quedó el café frio. Ella realizaba su trabajo con total desenvoltura sin hacerle el más mínimo caso, cuándo creyó que ya había estado el tiempo suficiente se levantó del asiento. Buscó a la mujer para despedirse de ella pero no la encontró, sintiéndose ligeramente abatido salió del local siguiendo con su paseo.
Regresó a su domicilio cuándo ya empezaba a caer la noche. Cuándo entró lo primero que hizo fue dirigirse hacía la consola, observó que tenía varias llamadas. El ritmo cardíaco se le aceleró. Las llamadas estaban hechas de forma regular, cada treinta minutos, y además no había quedado registro del número de la llamada como la vez anterior. Se quedó pensativo y calculó el tiempo que debía quedar para la siguiente llamada.
-Unos diez minutos -pensó-. Deberé de hacer algo más que responder alocadamente.
Fue a coger el auricular del teléfono, pero no lo encontró. Se acordó que no tenía ese aparato y con paso acelerado fue a la sala de la olovisión dónde se sentó en la butaca, encendió la olovisión y esperó. Pasados justos los diez minutos sonó una llamada en el teléfono de la sala, tal y cómo él esperaba. Apagó la olovisión para estar más concentrado, dejó que sonasen todos los tonos, cuándo llegó al último tono de llamada descolgó el teléfono y poniéndose el auricular en la oreja respondió.
-¿Dígame? -Esperó, pero no hubo respuesta.
-¿Hola? ¿Quién llama? -volvió a contestar.
-Es usted un hombre con mucha suerte -habló una voz de mujer.
-Perdone, pero ¿a qué se refiere? -respondió Antonio sin entender a qué se refería la mujer.
-Cualquier otra persona en su lugar estaría probablemente muerto o en algún otro lugar totalmente desconocido –seguía hablando pausadamente la mujer-. En cambio usted ha acabado en un sitio bastante favorable para seguir con su vida. Sí, desde luego que ha tenido mucha suerte.
Antonio la escuchaba detenidamente intentando saber quién era.
-¿Suerte en qué? ¿De qué me está hablando? ¿Quién es usted? ¿Para qué me llama?-preguntó Antonio atropelladamente.
-Supongo que se habrá dado cuenta que su vida ha cambiado totalmente -respondió la mujer-  No tiene nada que ver con su vida anterior, incluso yo diría que es bastante mejor que la que dejó atrás. Creo recordar que era historiador, ahora es un acaudalado hombre de negocios.
-Pero, ¿cómo sabe todo éso? -cortó Antonio alterado-. ¿Desde dónde me está llamando?
-Cálmese, ya nos conocemos. Sé que es una situación extraña para usted, y que no sabe como relacionarme. Le comenté en otro momento que le vigilábamos; que ese espejo qué compró no era lo que creía que era; que no le han contado toda la verdad sobre ese objeto; y que debería empezar a plantearse qué es lo que pretende hacer con ello -comentó la mujer con un gran aplomo en su voz.
Antonio escuchaba con todos los sentidos alerta sin perder una sola palabra de lo que le contaba la mujer.
-Mire, si no me da más explicaciones creo que no merece la pena seguir hablando -espetó iracundo Antonio.
-No se altere, ya nos veremos para aclarárselo todo si es que todavía no sabe quién soy. Muy listo no es desde luego. Confíe en nosotros, y todo saldrá bien -habló la mujer colgando por sorpresa.
Antonio se quedó mirando a la nada intentando recordar quién pudiera ser, pero como le dijo la mujer para este tipo de cosas no era muy perspicaz. Se quitó el teléfono de la oreja y lo colgó en su sitio.
Estuvo un buen rato en la sala pensando que debía de hacer, aunque se encontraba dónde se encontraba en su interior seguía siendo un historiador.
-Iré a la habitación del espejo y me enfrentaré a lo que sea -pensó.
Se levantó con decisión del asiento saliendo de la sala, se dirigió hacía la habitación y cuando agarró el pomo de la puerta sintió como todos aquellos miedos volvían a él. El recuerdo de aquella imagen en el espejo todavía le perturbaba, abrió la puerta con sigilo como no queriendo despertar a los demonios de su interior. Una vez abierta la puerta observó la negrura del interior, con cierto temor entró en la habitación encendiéndose la luces automáticamente. Estaba encogido en el alma, miró a todos lados no encontrando ninguna diferencia, hasta los focos seguían igual. Miró al espejo con resquemor observando su imagen reflejada que como era habitual estaba distorsionada. Recuperó ligeramente la compostura.
-Antonio, no es para tanto -pensó para sí-. Tranquilízate, respira.
Sintió que la seguridad volvía a su ser, se dio media vuelta para salir de la habitación cuando una especie de punzada en la mente le hizo darse cuenta que algo fallaba. Miró hacía el mueble-espejo con detenimiento.
-Algo no está bien con ésto -habló-. Aquí falla algo … ¡Claro! … Falta el cristal que defiende el espejo. Ahora la superficie del espejo está sin defensa posible puedo incluso tocarlo.
Mientras hablaba, y sin darse cuenta, se acercaba paso a paso al espejo. Notaba una vibración eléctrica en su cuerpo, y como la imagen que reflejaba el espejo se iba aclarando cada vez más. Instintivamente tocó la superficie del espejo con los dedos de la mano … … …

… y automáticamente sintió una especie de calambre que recorrió todo su cuerpo. Notó como el espejo en menos de un segundo se iluminaba en un blanco brillante, y sin el menor ruido se sintió lanzado por una especie de túnel con ciertas tonalidades azul verdosas por lo que él llego a percibir. Todo sucedió en un instante, sintió que un inmenso frio interior le atrapaba aunque seguía siendo plenamente consciente de su ser. Después el espejo rechazó su mano trastabillando ligeramente a Antonio hacía atrás, se sintió mareado con cierta sensación de nausea costándole respirar. Cuándo pasaron los mareos miró al espejo aterrado, no sabía lo que pasaba. La imagen que reflejaba estaba muy distorsionada incluso más que las anteriores. Salió de la habitación todo lo rápido que pudo con una gran congoja en su interior.
-¡No puede ser! -gritó alarmado.
Cuándo Antonio salió  de la habitación vio que toda la estructura de la vivienda estaba totalmente cambiada, ninguna habitación estaba dónde debiera estar, incluso los enseres eran totalmente distintos. Desesperado recorrió todas las habitaciones encontrando que nada estaba en su sitio, todo estaba modificado. No reconocía su propia vivienda. Finalmente apoyó la espalda en una pared que estaba en una especie de pasillo en la vivienda intentando tranquilizarse, cerró los ojos ya que la cabeza le empezaba a dar demasiadas vueltas.
-… ese objeto no es lo que usted cree qué es … -le venían las palabras de la mujer a la cabeza- … no toque la superficie del espejo … -ahora eran las palabras del anticuario- … tenga cuidado con lo qué hace …
Se fue sentando poco a poco con la espalda pegada a la pared en una vivienda que le era totalmente desconocida. Se quedó con las piernas recogidas rodeadas por los brazos y la cabeza entre las piernas. Se oyeron sollozos de desesperación.
Antonio estuvo un buen rato en esa postura, intentó comprender qué era lo que sucedía pero la situación le desbordaba. Levantó la cara con los ojos llenos de lágrimas quedándose con la mirada perdida. Observó que de una de las habitaciones entraba una gran cantidad de luz que parecía ser natural. Se secó las lágrimas de la cara, se incorporó y arrastrando los pies con cierta dificultad se dirigió hacía allí. Abrió la puerta totalmente quedándose deslumbrado por la luz que había dentro de la habitación, tuvo que ponerse las manos delante de los ojos para poder ver mejor tal era la cantidad de luz que entraba por una inmensa ventana acristalada.
-¡Qué alguien cierre esa ventana! -gritó-. ¡Quiero menos luz!
Como por arte de magia la luz que entraba por la ventana se fue atenuando hasta que pudo ver con normalidad. Se fijó en la habitación o más bien en la sala ya que era un lugar bastante grande para lo que él estaba acostumbrado, no reconoció ningún aparato todos le eran extraños. Se recorrió la sala con cuidado observándolo todo, al final se sentó en una especie de butaca un tanto peculiar o por lo menos eso era lo que él creía. Le resultó bastante cómodo el canapé y pudo calmarse un poco, delante de él había una pared blanca totalmente desnuda. Miraba a la pared sin mirar.
-¿No hay ninguna pantalla de olovisión aquí? -pensó.
Automáticamente del techo se abrió una ranura imperceptible a la vista de la que empezó a decender suavemente una gran pantalla de olovisión, se detuvo a medio metro antes de llegar al suelo. Antonio estaba empotrado contra el asiento de la impresión, se fijo en el techo y la ranura ya no estaba ni ninguna clase de marca que delatase su existencia. Percibió que la pantalla se sostenía en el aire sin cables ni enganches de ningún tipo lo que a Antonio le llenó de asombro. Se quedó paralizado de la impresión un rato mirando a la pantalla, esta permanecía apagada.
-¿No se enciende? -siguió pensando y la pantalla se activó.
Mostraba un programa dónde había seres humanos realizando una actividad totalmente desconocida para él.
-Otro canal -habló en voz alta y la pantalla cambió de canal-. Otro … otro ….
Antonio se empezaba a dar cuenta que en el lugar dónde se encontraba los objetos respondían a sus ordenes tanto mentales como de palabra. Por un lado le agradaba, pero por otro le preocupaba ya que él sabía que esa clase de tecnología no era posible en el mundo dónde él vivía. -Ya encontraré las respuestas  más tarde, tengo apetito -habló.
Se levantó de la butaca, y buscó algo de comer por la que sería su nueva casa. Las sorpresas continuaban, buscando por la casa entró en una de las salas encontrando alimentos ya preparados y cocinados sobre una de las mesas, justo en su punto y perfectamente calientes. Disfrutó de una buena comida lo que le tranquilizó bastante.
-Por lo menos no moriré de hambre -razonó.
Después del almuerzo regresó a la sala principal. Sentado de nuevo en la gran sala visualizaba los programas no entendiendo demasiado bien lo que ocurría en ellos, todo le era muy extraño y complejo. Se levantó del asiento acercándose a la ventana a observar el exterior, no reconocía nada de nada de lo que él veía. La ciudad, si es que eso era una ciudad estaba totalmente cambiada, no vio ningún edificio que le fuera ni remotamente familiar, no reconoció ningún lugar ni siquiera en la lejanía. El abatimiento y la derrota que sentía era total. Se sentó en la butaca de la sala mirando la pared e intentando comprender que era lo que pasaba, casi sin darse cuenta se quedó dormido.

Durante la vigilia tuvo sueños extraños, se le mezclaba todo en distintas imágenes y las situaciones eran de lo más disparatado; Aedeon; el anticuario; el espejo; el viaje tan extraño que tuvo, todo era confuso e ilógico. Cuándo logró despertarse se encontraba en una de las habitaciones dentro de una cama muy cómoda. Sentía el corazón desbocado y palpitando, y estaba empapado de sudor. Los sueños habían sido muy agitados y duros.
-Yo no estaba aquí cuándo me dormí -pensó mientras se incorporaba-. Me había quedado en la butaca de la sala, ¿cómo demonios he llegado hasta aquí?.
Se levantó de la cama y buscó el aseo, tuvo que tantear entre varias habitaciones hasta que logró encontrarlo. Se miró en el espejo del baño y vio las ropas tan extrañas que llevaba, también miró su imagen reflejada y encontró bastantes diferencias. Ahora tenía un copioso pelo negro en forma de melena que le llegaba hasta los hombros, su complexión era fuerte y vigorosa.
-Tranquilidad, de nada me va a servir ponerme nervioso o perder la cabeza como la vez anterior. Pensemos un poco qué es lo que ocurre y encontraremos las respuestas -habló en plural mientras se empezaba a asear en el baño.
Al acabar su aseo personal se dirigió hacía la habitación del espejo, entró y con más calma y aplomo que el de costumbre empezó a mirarlo todo al detalle, evitó acercarse al espejo lo máximo posible aunque notaba una especie de atracción casi eléctrica hacía él. Una vez realizado este minucioso proceso salió de la habitación cerrando la puerta con sumo cuidado, la quiso dejar sellada pero no encontró con qué. Se quedó mirando la puerta cerrada y queriéndose convencer de qué había hecho lo correcto se dirigió a la sala dónde empezó a organizarlo todo. Buscó y encontró su situación personal y profesional, el mundo que le rodeaba, contactos personales que tenía. Realizó lo mismo que la vez anterior pero esta vez evitó todo contacto con el espejo que aunque no fuese una persona perspicaz se percató que todo tenía que ver con ese objeto. Necesitaba respuestas y por supuesto que las iba a conseguir.

Pasada una semana se habituó al funcionamiento de la vivienda, todo funcionaba mentalmente o de palabra. Tenía habitaciones para el ocio personal, para el trabajo, para el aseo y para su descanso. Podía decidir que hacer por toda la casa a la hora del día que él quisiera, todo estaba a su servicio. Era una vida muy cómoda, pero extraña. Analizó el exterior de la vivienda y su extrañeza era mayor. El Sol brillaba con mucha más fuerza de la que él estaba acostumbrado, calculó que los días eran bastante más largos que las veinticuatro horas normales aunque se percató que su cuerpo no lo notaba.
-Debo de salir a la calle y ver lo que ocurre -pensó-. Cuánto más conozca de todo esto más conclusiones sacaré.
Mientras razonaba lo que iba a hacer empezó a sonar por toda la vivienda una especie de timbre que el desconocía por completo. Sonaba por igual por toda la casa, empezó a buscar de dónde proveía el dichoso ruido, pero no encontró nada que le hiciese pensar o sospechar de dónde venía. No era un sonido cargante, pero si duraba mucho podía llegar a cansar. Cuándo abrió una de las puertas se encontró con un pasillo que culebreaba a lo largo y que se perdía en una curva imposible. Se quedó sorprendido mirando un buen rato lo que era la salida de su vivienda dándose cuenta que nunca la había intentado buscar hasta ese momento, tuvo que cerrar la puerta de los vértigos que le producía la imagen. Mientras, el dichoso sonido seguía aturdiendo.
-¡Que alguien pare ese sonido! -chilló llevándose las manos a los oídos.
El ruido aunque no era muy elevado resultaba cansino.
-¡Pero quién llama! -exclamó desesperado instintivamente.
El timbre se detuvo.
-¿Antonio Tuinwe? -escuchó una voz de mujer que preguntaba por él.
Antonio se quedó sorprendido por la voz que al igual que el timbre venía por todas partes de la casa, acongojado y encogido se movía por las habitaciones buscando. Era la primera voz humana que escuchaba desde que estaba allí.
-¿Quién … quién habla? -susurró con un hilillo de voz.
-Su amiga de siempre -respondió-. Me ha costado encontrarle esta vez más de lo normal, está en un sitio un tanto peculiar. A viajado hacía uno de los extremos más lejanos de uno de los lados de la función que le hace desplazarse allá por dónde va.
-¿Qué me quiere decir con eso? -preguntó ofuscado-. No entiendo nada. ¿Quién es usted?
-Sigue igual de despistado, ¿verdad? Soy la persona que le vigila desde que se hizo en propiedad con ese espejo en su mundo. El que tiene usted ahí ya no es el mismo. Supongo que a estas alturas se habrá dado cuenta de lo peligroso qué es ese objeto -razonaba Aedeon, porque de ella se trataba aunque Antonio siguiese sin enterarse lo más mínimo.
-Sí, sí. Tiene razón -hablaba Antonio-. Todo viene por ese maldito espejo, ya me he dado cuenta de ello.
Se sentó con cuidado en la butaca de la sala.
-Le comenté que tuviera cuidado, y le puedo asegurar que se encuentra en un grave aprieto para su vida en este universo -replicó Aedeon enfadada-. Deberíamos de citarnos en algún lugar aunque para usted le será difícil moverse por este sitio, deberá de hacerme caso para poder encontrarnos sin ninguna clase de problemas.
-¿Universo? ¿Qué me quiere decir con eso? -preguntó Antonio.
-Las respuestas ya vendrán en su momento -respondió Aedeon-. Ahora y por una vez hágame caso y siga mis instrucciones. Le aseguro que cuándo me vea me reconocerá si es que no me ha relacionado todavía.
-Está bien, como usted prefiera -respondió Antonio dándose por vencido-. Dígame que es lo que debo de hacer para encontrarla.
-Bien, escuche atentamente … -Aedeon le empezó a explicar los pormenores del encuentro.

-Lo hemos perdido, ha realizado un segundo salto y probablemente se encuentre en algún lugar al que no hemos llegado todavía -comentó el anticuario angustiado desde el teléfono sin conexión.
Estaba andando por la trastienda dando vueltas alrededor de la mesa mientras escuchaba lo que le decían por el teléfono.
-No entiendo como pudo saltar a otro universo con la defensa del cristal que tenía delante del espejo -hablaba por el teléfono-. Probablemente en el primer salto se dirigió a un universo con otro espejo que no tenía defensa pudiendo llegar a tocarlo.
Siguió escuchando nervioso lo que le contaban por la otra línea.
-¿Contactó con nosotros? -exclamó-. ¿Y por qué no se tomaron las medidas pertinentes? Es un error muy grave, ahora no sabemos a dónde ha ido a parar y las consecuencias pueden ser catastróficas.
Tenía el rostro grave. Se sentó en una de las sillas que allí había con cierta dificultad abatido por lo que escuchaba.
-No quiero llegar a pensar lo que puede llegar a ocurrir si nuestros rivales se encuentran con él. No es precisamente una persona a la que podemos calificar de apta para el uso del transportador, y si saben como mover los hilos podemos dar por perdido a esta persona y a algunos cuantos transportadores más -habló el anticuario.
Volvió a guardar silencio mientras escuchaba la respuesta.
-No, no. No podemos hacer nada de nada, y hasta que no se mueva si es que se mueve o pueda moverse no lo podremos detectar -habló cada vez más alterado- Si está muerto mejor, por supuesto, pero tendremos que esperar. Hay que estar vigilantes. Es poco probable que regrese a este universo a menos que reciba ayuda que en ese caso será muy peligroso para nosotros.
Se quedó unos minutos con la mirada perdida escuchando lo que le decían.
-De acuerdo, así se hará -concluyó.
Se levantó de la silla y dirigiéndose hacía la mesa colgó el teléfono. Se quedó con las manos apoyadas sobre la mesa, los ojos cerrados y la cabeza hundida. Momentos después agarró firmemente la mesa empujándola hacía uno de los lados con un gesto de rabia rompiendo la mesa y algunos enseres situados en esa dirección. Miró al suelo y vio el teléfono roto al que le pego un par de patadas, estaba fuera de sí. Cerró los puños y mirando al techo gritó de rabia, un grito que no era humano.

Al mismo tiempo Aedeon estaba comunicando con su base.
-He logrado contactar con él -habló Aedeon-. Sigue despistado y sin tener ni idea de nada de lo que ocurre, se encuentra en un universo muy peligroso para él.
-Debemos de tener cautela -respondieron desde la pantalla-. Debemos devolverle a su universo y actuar en consecuencia.
Aedeon tan solo cambió su tono de voz.
-Le va a costar asimilar bastante las explicaciones que le debo de dar -comentó-. Espero que se pueda razonar con él, si no consigo que regrese de nuevo a su lugar deberé de eliminarle de cualquiera de las maneras y cerrar todos los transportadores posibles que pueda para que los invasores no consigan nunca acceder a estos universos. Hemos tenido mucha suerte, demasiada.
Se mantuvo un breve silencio en la conversación.
-Eso es una gran ventaja para nosotros, les cerramos el paso sin que ellos sepan de su existencia, ¡bien! De todas las formas si consigues que ese hombre se una a nosotros mejor, cuantos más seamos tanto mejor para todos. Quizás sepas cómo convencerlo, ya sabes -le sugirió a Aedeon. -Este hombre no es ni remotamente mi tipo y tampoco creo que sea adecuado para nuestros fines -respondió Aedeon-. De dónde viene no existe la tecnología ni los conocimientos necesarios para asimilar tanto. No es un problema de atractivo personal, creo yo.
-De acuerdo, cómo tú lo veas pero recuerda que lo principal es la misión. No corras riesgos innecesarios, seguiremos en contacto -la pantalla se ennegreció.
Aedeon guardo su pequeña pantalla en el bolso mientras estaba sentada en un banco de un extraño parque. Un parque vacío de seres humanos y de cualquier otra actividad humana. Se acomodó ligeramente las gruesas gafas que llevaba puestas fabricadas especialmente para mitigar el potente brillo del sol aunque la temperatura fuese perfectamente soportable. Se levantó y con paso calmado salió del lugar.

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