Espejos. Capitulo 11.

Espejos.

CAPÍTULO 11.

Indecisiones.

Los dos se acomodaron en el apartamento de Aedeon. Se repartieron las habitaciones como era el hábito ya entre ambos, parecía que fuesen un matrimonio de buenas costumbres. Antonio se sentía feliz y algo turbado, Aedeon estaba preocupada.
-¿No hay transportador en esta casa? -preguntó Antonio extrañado.
-No -respondió Aedeon-. Por alguna circunstancia que desconocemos el transportador está en ese sótano, y además hemos decidido no moverlo de allí. Es una manera de evitar que el enemigo sepa dónde encontrarlo, durante el tiempo que llevamos aquí no hemos tenido ninguna clase de interferencia con el enemigo así que suponemos que no lo saben. Por si hay problemas de algún tipo te muestro las maneras de llegar al transportador en caso de emergencia.
Aedeon se dirigió a la sala de la consola, activó la consola y visualizó unos mapas.
-Antonio, ven aquí -ordenó Aedeon.
Antonio se dirigió a la sala dónde estaba Aedeon, se quedó mirando los mapas que enseñaba la consola. Mirando la pantalla recordó que debía de ponerse al día en sus cosas, que aunque no pudiese llegar a su casa podía hacerlo desde ese sitio.
-Siéntate y aprende las rutas necesarias para tu seguridad -habló Aedeon levantándose del asiento.
Antonio se sentó y comenzó a aprender los mapas mientras Aedeon se marchaba de la sala de la consola. Al de un rato apareció Aedeon con uno de los mandos de los transportadores, entregó a Antonio el mando dándoselo en mano.
-Ésto es para ti -habló Aedeon secamente-. Tenlo siempre cerca y a mano, no te separes de él, ya sabes como manejarlo. Yo me quedo con el otro, poco a poco deberás empezar a tomar tus propias decisiones, no soy tu niñera.
Antonio cogió el mando dejándolo delicadamente encima de la mesa de la consola, se encontraba sorprendido. Empezó a darse cuenta que no iba a contar mucho más tiempo con el apoyo de Aedeon. Sintió una punzada de tristeza en su interior, no le agradaba la idea de quedarse solo. Aedeon sin pestañear se dio la media vuelta saliendo de la sala.
Los días fueron pasando sin mucha novedad, Antonio utilizaba la consola para ponerse al día en sus asuntos mientras Aedeon salia y entraba de la casa sin dar explicaciones.
-Solamente han transcurrido siete meses desde que yo me marché -comentó en voz alta Antonio.
-Ya te lo comenté -respondió Aedeon para sorpresa de Antonio-. El espejo ajusta el mejor momento para tu regreso a tu universo, y ese momento es ahora. Si pudiéramos regresar al otro universo, que no podemos, regresaríamos uno o dos días después de nuestra partida.
-Creo que cometí el error de no hacer la maleta y traer algo de ropa -habló Antonio-. Creía que íbamos a ir a mi casa, por eso no cogí nada. Debo de salir a comprar algo.
Aedeon seguía ensimismada en sus asuntos sin hacer demasiado caso a Antonio, él se sentía frustrado con el alejamiento cada vez más pronunciado por parte de ella. Antonio apagó la consola, se vistió y salió de la casa sin decir nada.

Antonio estuvo andando por algunas tiendas de ropa comprando lo que necesitaba pantalones, ropa de vestir, de interior, algo de calzado. Llevando las bolsas observó una cafetería que él no conocía de nada. Se acercó para ver el interior, y el olor tan penetrante a café le embriagó. Recordó que hacía tiempo no se tomaba el café de la manera que tanto le gustaba así que cargado con las bolsas se decidió a entrar. Se sentó en una de las mesas dejando las bolsas en el suelo y esperó a ser atendido.
-¿Qué va a tomar el caballero? -preguntó una de las camareras que se había acercado hacía él.
-Un café doble bien cargado con mucha crema -respondió Antonio sin mirarla, estaba observando el local.
-¿Alguna cosa más? -preguntó de nuevo la camarera en un tono de voz que a Antonio se le hacía familiar.
-No, gracias señorita -respondió Antonio mirando a la empleada.
-¡Aedeon! -pensó Antonio dando un bote en su fuero interno
La camarera sin más se dio la media vuelta yendo a preparar el café sin hacerlo demasiado caso, él no la perdió de vista. Sin duda era ella, pero más jovencita. No entendía nada de nada, ¿cómo era posible encontrar una versión de Aedeon más joven en su universo? Se le empezaron a acumular muchas preguntas sobre lo vivido el año transcurrido. Al de un rato ella volvió con la colación interrumpiéndole sus pensamientos, graciosamente y con una tremenda sonrisa en la boca le dejó el café humeante sobre la mesa.
-¿Seguro que no quiere nada más? -preguntó ella picarona.
-No, señorita -respondió Antonio con un nudo en la garganta, ella se dio la media vuelta para atender a otros clientes.
-Espere un momento, señorita -habló Antonio.
Ella que casi no se había movido del sitio se quedó mirándolo sonriente.
-No es como la Aedeon que yo conozco -pensó.
-Creo haberla visto anteriormente, pero no recuerdo demasiado bien dónde -habló Antonio.
-Sí, ya nos habíamos visto anteriormente -respondió la mujer-. Usted era uno de los ponentes en una reunión de doctorandos hará unos ocho meses. Yo fui disfrazada de mujer de época, usted me vio. Se llevó un buen susto por lo que pude notar, así que cuándo se despistó desaparecí para evitar problemas -rio levemente y con cierta gracia.
-Sí, sí, lo recuerdo bien. Soy doctorando en historia y al verla me sobresalté, no me esperaba tanto realismo -respondió Antonio.
-Por cierto, ¿dónde se ha metido usted durante todo este tiempo? -preguntó ella mientras sostenía la libreta de pedidos como si apuntase algo-. Desapareció sin dejar rastro ni ninguna dirección, los superiores de la facultad están muy extrañados.
-Me tomé unas vacaciones un tanto largas, quería visitar ciertos lugares -respondió Antonio improvisando.
Antonio se fijó en le nombre de la chaquetilla que llevaba.
-Suzanne T. -pensó para si-. La T puede ser de cualquier cosa.
Ella se dio la media vuelta dando por concluida la charla, siguió atendiendo a otros clientes del local.
Antonio pensativo se fue tomando sorbo a sorbo el café, estaba intentando colocar en orden en su cabeza todo este galimatías que había descubierto. ¿Quién era en realidad esa mujer? ¿Quién era quién en esta situación? ¿Cuál era la mujer que había conocido en cada circunstancia? ¿Por qué esta coincidencia? Observaba a la camarera, Suzanne, pensando si podía ser una agente. Era más delgada y fina de lo que él recordaba, también se dio cuenta que era más simpática y alegre que la Aedeon que él conocía. Ensimismado como estaba en sus ideas Suzanne le dejó sobre la mesa un plato con un par de pastelitos.
-Invita la casa -habló sonriente-. Al fin y al cabo no todos podemos llegar a ser doctores como usted -y con una risita juguetona se alejó de Antonio siguiendo con su trabajo.
Antonio comió de los pastelitos entre sorbo y sorbo de café. Se sentía turbado por tanta amabilidad, terminado el aperitivo se levantó pensado en llegar cuanto antes al domicilio de Aedeon, tenía muchas cosas que preguntar. Cuándo casi salia por la puerta se cruzó Suzanne que llevaba una bandeja con ciertas consumiciones, al pasar coqueta le miró a los ojos.
-Vuelva pronto, caballero -dijo Suzanne con un susurro en la voz.
Antonio con las bolsas en las manos le devolvió una sonrisa de circunstancias saliendo del local. Se dirigió derecho y rápido hacia la vivienda.

Cuando llegó no había nadie, así que con tiempo fue sacando sus compras disponiéndolas en los armarios que al él correspondían. La cabeza le bullía de tanta pregunta que quería hacer a Aedeon, o a quién quiera que fuese esa mujer. Algo irritado se sentó en la sala esperándola. Se hizo de noche, y Aedeon no aparecía. No estaba preocupado ya que sabía que ella podía cuidarse de si misma, pero la espera desespera. Finalmente escuchó como entraba por la puerta, se puso de pie y se dirigió al encentro de ella. Ella sorprendida se detuvo al verle ya que no era normal esa actitud.
-Antonio, ¿qué es lo que te pasa? -preguntó Aedeon pasmada.
-Creo que debemos hablar de ciertas cosas que me han ocurrido el último año, y de lo que me ha pasado esta tarde mientras hacía ciertas compras -respondió Antonio.
-Mira, Antonio creo que ya llevamos …
-¡Aedeon! Esto es muy serio, sentémonos y charlemos -habló Antonio en un tono de voz muy autoritario y con cierta desesperación.
-Está bien, como quieras.
Se dirigieron los dos a la sala principal sentándose cada uno en una butaca.
-Mira Antonio, si te refieres a lo que he hecho estos días … -empezó a hablar Aedeon, pero Antonio le cortó con un gesto de la mano.
-No, no se trata de eso -interrumpió Antonio-. Esta tarde cuándo estaba con mis quehaceres entré en una cafetería a tomar un café, y la camarera que me atendió eras tú o alguien muy parecido. Por lo visto debe de haber un doble igual a ti, algo más joven, en este universo.
Aedeon miraba impasible.
-Se llama Suzanne -siguió hablando Antonio-, y fue quién se me apareció en aquella fiesta de fin de doctorandos.
-Creo que éso responde a ciertas dudas que me habías formulado, y de las que yo no tenía la respuesta -comentó Aedeon que seguía impertérrita.
-¿Lo sabías? -preguntó Antonio.
Aedeon tardó en responder.
-Sí, naturalmente. Pero lo que me sorprende es que halláis coincidido, no suele ser muy normal ese hecho -habló Aedeon quedándose ligeramente pensativa, como calculando las probabilidades de que ese incidente aconteciera.
Antonio se quedó sin habla, la miraba sin entender.
-¿Por qué no me lo comentaste? -preguntó Antonio con un hilillo de voz.
-Porque no estabas, y creo que no estás preparado para manejar esa información. Solo hay que verte como te has quedado -respondió Aedeon.
Antonio no sabía como continuar la conversación.
-¿Y qué debo de hacer? -preguntó al final al de un rato Antonio.
-Eso ya es cosa tuya -respondió Aedeon con un gesto despectivo-. Tú verás si la quieres ver más a menudo, o te olvidas de ella. Lo que solemos hacer al llegar a nuevos universos es intentar saber si hay algún homólogo nuestro en ese lugar. Creo habértelo dicho. Además, los homólogos siempre son totalmente diferentes en cada universo porque las circunstancias son distintas.
Antonio se echó las manos a la cara intentando despejarse un poco. Se quedó pensativo en su butaca mientras Aedeon le observaba.
-Te quería explicar que lo que he hecho estos días es comprobar cuál era la situación de todo -habló Aedeon-. Creo que tu apartamento está vigilado, así que habrá que tener cuidado con lo qué hacemos. Nadie nos sigue ni nos vigila, no están corriendo riesgos. Probablemente querrán que demos el primer paso así que debemos de ser precavidos. Antonio, ¿me estás escuchando?
-Sí, sí -respondió Antonio derrotado-. Ya hablaremos mañana, ahora quiero descansar y poner las ideas en orden.
Antonio se levantó del asiento cabizbajo, y sin despedirse de Aedeon se encerró en su habitación. Aedeon lanzó un pequeño suspiro quedándose un rato sentada sumida en sus pensamientos. Pasados varios minutos se levantó de la butaca asomándose a la ventana de la sala. Observó la ciudad dormida con las calles vacías de gente, algunas estrellas titilaban en el cielo nocturno.
-No, no creo que este hombre sirva para el puesto. Es una verdadera perdida de tiempo todo esto -habló para sí en un susurro mientras se abrazaba el cuerpo con un rictus de tristeza.
Se quedó apenada en el frontal de la ventana, seguidamente y con paso lento se retiró a su habitación. Cuándo pasó por el cuarto de Antonio acarició la pared de la puerta como queriendo consolar a alguien que no encuentra su sitio en un nuevo orden universal. Entró en su habitación, cerró la puerta y apagó la luz.

Antonio se despertó al día siguiente con un tremendo dolor de cabeza, los acontecimientos y descubrimientos del día le hicieron dar muchas vueltas a la mente. Se levantó pesaroso como si todo el peso de los universos cayese sobre sus espaldas. Se dirigió al baño mirándose en el espejo del lavabo, no se reconocía a si mismo de tantas vueltas que había dado en el último año. Al salir del baño buscó a Aedeon por la casa, no la encontró. Finalmente decidió vestirse y desayunar fuera, evitó volver a la misma cafetería dónde estuvo la tarde anterior ya que no tenía ganas de volver a ver a esa otra mujer, fueses quién fuese. Eligió un local cualquiera dónde poder desayunar en condiciones, vigiló que no estuviese nadie conocido para estar tranquilo y no dar explicaciones. Una vez elegido el sitio pidió el desayuno tomándoselo con mucha calma, debía decidir que pasos dar se encontraba ciertamente perdido.
Al salir de la cafetería empezó a pasear por la ciudad, llegó a una calle que le era ciertamente familiar. Por un momento se le pasó por la cabeza volver a la tienda de antigüedades, allí fue dónde empezó todo, pero desistió de su empeño al fin y al cabo sabía que le esperaban. No tenía madera de héroe, pero no era tonto. Siguió paseando reconociendo lugares y calles, pasaron las horas.
Sin darse cuenta de dónde estaba se encontró delante de la puerta del portal de su vivienda, miró a todos lados y no encontró ninguna señal de que estuvieran vigilando. Tampoco llegó a notar que le siguieran, así que sin pensárselo dos veces se dirigió al portal. Puso su mano derecha sobre el lector que había al lado de la puerta, y la puerta se abrió deslizándose hacía un lado.
-Todo normal -pensó con cierta angustia en el ánimo.
Pasó al interior quedándose quieto observando la calle por si ocurría algo anormal, no notó nada extraño, ni que nadie le siguiese. Siguió adelante movido por un impulso extraño, llegó a la puerta de su vivienda deteniéndose enfrente de ella. Escuchó y miró cada lugar, cada esquina, siguió sin notar nada extraño. Los ruidos de siempre, los olores de siempre. Pulsó el botón de apertura de su vivienda abriéndose la puerta momentos después con toda la normalidad del mundo. Pasó al interior y cerró la puerta. Una vez dentro de la vivienda siguió andando reconociendo el lugar, era su casa. Caminaba poco a poco como no queriendo despertar a nadie, empezó a moverse por todos las habitaciones de la vivienda. A medida que avanzaba iba reconociendo cada ricón, cada habitación, cuándo acabó de verlo casi todo lágrimas de emoción surcaban su cara. Se sentó en la butaca de la sala de la olovisión acariciando los brazos del asiento como quién saluda a un viejo amigo, cerró los ojos y respiró ese olor tan familiar que desprendía su vivienda. Se quedó quieto unos momentos gozando de la situación hasta que una especie de fogonazo le cruzó la mente.
-El espejo me llama -pensó.
La única habitación a la que no había entrado era la habitación del espejo, se quedó pensativo por qué lo había hecho. Se levantó del asiento y caminando con cierto resquemor se dirigió hacía la habitación, la puerta estaba cerrada. No recordaba si la había cerrado cuándo el espejo se activó. A su mente volvieron los sucesos que sucedieron cuándo huyeron él y Aedeon precipitadamente de aquel universo, y de lo qué se encontró en su habitación. Finalmente temeroso abrió la puerta, la oscuridad era total. Se quedó mirando el interior esperando que algo ocurriese, no sucedió nada aunque no podía ver nada. Dio un paso al frente entrando en la habitación. La luz se encendió automáticamente pudiendo ver Antonio el interior. Todo estaba cómo él lo recordaba, las paredes, los focos, el cristal que defiende el espejo, el transportador. Se quedó aliviado, estaba solo en la vivienda. Se situó delante del espejo o transportador, ya no sabía como llamarlo, cruzándose los brazos sobre el pecho en un gesto de desafío. Ya conocía para que servía, y que era lo qué hacía. Se quedó mirando su imagen reflejada, no sintió ninguna clase de emoción al velo. De repente una idea se le cruzó por la cabeza.
-¿Y si … … ?
Se dirigió al cristal que defendía el espejo y empezó a analizarlo con detalle, notó el magnetismo del transportador, debía de andar con cuidado. Una vez que se hizo a la idea de a qué se enfrentaba se dirigió a la habitación dónde guardaba ciertas herramientas. Al observar los utensilios de trabajo que tenía se decepcionó bastante, recogió todo lo que pudo hallar por la vivienda que le sirviese para lo que pensaba hacer y lo fue introduciendo todo de mala manera en una especie de caja de herramientas llevándolo poco después a la habitación del espejo. Una vez allí se puso manos a la obra.
Poco a poco y con mucha paciencia empezó a desmontar el cristal que defendía el espejo, el trabajo le llevaba su tiempo ya que no tenía las herramientas adecuadas. De vez en vez descansaba un buen rato saliendo de la habitación debido al magnetismo del transportador. El cristal que lo defendía era de una sola pieza lo que dificultaba más aún el trabajo por el peso y el tamaño del cristal. Algunas horas después y cuándo casi había separado todo el cristal disponiéndose a desencajarlo del transportador, empezó a sonar una pequeña llamada en la casa. Antonio se quedó escuchando un momento la llamada sorprendido, soltó las herramientas dirigiéndose a la habitación de la consola. Al llegar tocó la consola para responder a la llamada, pero ésta extrañamente se cortó.
-No era nadie, que raro.
Dejo extrañado la consola volviendo a la habitación del espejo para rematar el trabajo. Minutos después y cuando se afanaba en acabar de soltar el cristal sonó el timbre de la puerta de casa. Por un momento se quedó quieto sin responder, como no escuchaba nada más siguió con su labor. Volvieron a llamar, volvió a parar siguiendo momentos después. Insistieron, y dándose por vencido miró el cristal sudoroso dirigiéndose hacía la puerta.
-Quizás sea Aedeon -masculló.

Se paró delante de la puerta de entrada a la vivienda mirando por el visor, cuando vio quién llamaba dio unos pasos hacía atrás presa del pánico. Volvió a andar hacía la puerta con todo el sigilo que pudo mirando por el visor, tenía el corazón en la garganta.
-Pero, ¿cómo es posible? -pensó alarmado-. ¿La llamada de la consola quizás?
Volvió a retroceder unos pasos en sigilo, debía de pensar con rapidez. Detrás de la puerta se hallaba el anticuario y tres de sus ayudantes, estaba rodeado. No se podía descolgar por la ventana, ni salir por la puerta, ni por ningún otro sitio, no había ninguna clase de escape o salida de emergencia. Solo tenía el espejo, se abalanzó sobre la puerta bloqueándola como Aedeon le había enseñado. Casi a la vez empezaron los golpes a la puerta y las amenazas sibilinas del anticuario como la última vez que se vieron, si es que éste fuese el mismo que aquél. Corriendo y tropezándose por la casa se dirigió hacía la habitación del espejo, y en un gran estado de nerviosismo continuó arrancando más que desmontando el cristal. Con un gran esfuerzo y con algún corte en la mano poco serio con el cristal logró desencajarlo quedándose el transportador totalmente desnudo delante de él.
-¡Maldita sea! -gritó desesperado-. No tengo el mando.
Antonio había salido sin el mando del transportador de la vivienda de Aedeon, estaba verdaderamente en un aprieto. Si tocaba el transportador se trasladaría a un universo elegido al azar por el espejo. Por un lado la puerta ya empezaba a ceder, por otro lado tenía la escapatoria, pero era un tiro a ciegas. Se encontraba en una indecisión muy grave ya que aunque escapase de ese universo no tenía ni la más remota idea de a donde podía ir a parar. Puede que llegase a un sitio controlado por el enemigo, o a otro lugar totalmente desconocido. Guardaba la esperanza de que si se trasladaba a otro sitio Aedeon le fuese a buscar, pero viendo el cambio de comportamiento de ella no podía esperar nada. Metido en esta vorágine de problemas, y sin saber que hacer el transportador se conectó, alguien llegaba. Se sintió rodeado y perdido.
Antonio observaba como el espejo se tornaba en un colo rojo pálido, señal de que alguien venía. Se apartó unos pasos del transportador temiéndose lo peor, no tenía ningún lugar a dónde huir o esconderse. Los golpes y gritos arreciaban sobre una puerta que ya estaba cediendo, y teniendo la única escapatoria bloqueada tan solo le quedaba esperar. Como ya había observado de otras veces un ser se formó delante de él partiendo del transportador.
-¡Pero … ! -exclamó Antonio cuando ese ser acabó de formarse, no le dio tiempo a decir nada más.
Sin más presentaciones y sin decir una sola palabra el viajero le agarró del brazo trayéndole hacía el espejo. Tecleó las instrucciones pertinentes en su mando activando el espejo desapareciendo instantes después de la habitación siendo tragados por el transportador. Antonio y su rescatador se desplazaron hacía otro lugar totalmente desconocido para él.

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