Espejos. Capítulo 15 y final.

Espejos.

Capítulo 15.

El golpe final.

Aedeon y Antonio se encontraban de nuevo de vuelta en el universo de Antonio dispuestos a rematar la misión. Después de haber ido a la Central y de haber dado parte de lo ocurrido Antonio se hallaba eufórico, se sentía como si pudiese acabar con todos los enemigos de todos los universos conocidos y desconocidos, se encontraba inquieto en la casa dando vueltas por aquí y por allí.
-Cálmate un poco, y no te lo creas demasiado -habló Aedeon-. Todavía te queda mucho que aprender y hacer. Ya he recibido la información de dónde se encuentra el espejo del enemigo, y debemos de partir a otro lugar del planeta.
-¿No está en esta ciudad? -preguntó Antonio extrañado.
-No. ¿Qué te piensas? ¿Qué todo va a estar al morro nuestro? Además tu doctorado de historiador nos viene muy bien para movernos sin levantar sospechas, y como yo soy tu mujer te acompañaré a dónde tú vayas.
Antonio se quedó muy contrariado por la explicación que le dio Aedeon recordando el beso que le dio cuando fue a retirar el doctorado. Todo no era más que una pantomima para seguir con el plan, se sintió defraudado cómo cualquier hombre se sentiría ante una vana esperanza que se disuelve en un instante. Se quedó taciturno en silencio un momento.
-¿Cómo sabemos la localización del otro espejo? -preguntó poco después Antonio.
-Otros compañeros han hecho ese trabajo mientras nosotros hacíamos el nuestro. Funcionamos individualmente, cada uno conoce su operación, pero no la de los demás. Solo la Central y el agente conocen la misión, puede que tengamos a algún compañero cerca y que no lo sepamos ni él ni nosotros. Cada uno hace su trabajo, y no se preocupa del trabajo de los demás. Actuamos, acabamos, y vuelta a empezar. Solo cuando ves a otros agentes sabes que están vivos.
-¿Ni si quiera se comunican las bajas?
-No -respondió Aedeon compungida.
Antonio se quedó reflexivo sentado en el diván de la sala principal de la casa.
-Lo que me dices es que somos como células independientes las unas de las otras. Si alguien cae prisionero solo puede hablar de su misión, y nada más. Si alguien desaparece es sustituido, y continuamos -reflexionó Antonio en voz alta.
-Sí, es algo así. Más o menos, Antonio. Más o menos.
Transcurrió unos minutos de silencio entre ambos, mientras Aedeon empezaba a hacer las maletas Antonio se levantó caminando hacía a Aedeon. Se detuvo delante de ella observándola el rostro y el cuerpo, Aedeon se quedó quieta mientras observaba lo que hacía Antonio.
-Cuando hace algunos meses entrantes en mi vivienda por aquel espejo en aquel universo, estabas mucho más avejentada que ahora -comentó Antonio-. Ahora tienes los ojos azules, y la piel más joven. Te recuerdo con ojos marrones y algo más madura, y con el pelo más canoso. ¿Cómo es posible si el tiempo solo avanza hacía adelante?
Aedeon dejó de mirale a los ojos, se separó de él dándole la espalda siguiendo con lo suyo.
-Hay infinidad de universos con infinidad de técnicas médicas como podrás llegar a comprobar, si sobrevives -respondió Aedeon-. Algunas técnicas médicas se pueden adaptar a tu organismo, otras no. Aunque seamos humanos los dos tenemos evoluciones diferentes, tú no puedes regenerar tu tejido ni tus órganos, yo sí. Pero no te creas que todo es una ventaja, mi vejez y mi muerte llegarán rápido porque cada vez que me regenero voy agotando mi capacidad vital, no es un proceso eterno. Mi tiempo de vida depende de las veces que me regenere, es un proceso voluntario. Vivo menos tiempo, pero con más calidad de vida que tú.
Antonio se quedó sorprendido por la respuesta de Aedeon.
-Creo que voy a empezar a hacer las maletas -dijo Antonio dirigiéndose a su habitación.

En otro universo en un lugar difícilmente descriptible para el ser humano se encontraba el anticuario. Allí no era posible distinguir ninguna forma física, todo eran luces caóticas de distintos colores que iban y venían sin ningún orden aparente. Él se encontraba flotando rígido, cómo sujeto por una fuerza invisible que le aprisionaba todo el cuerpo. Estaba con cara grave y gesto de dolor, de vez en vez abría la boca boqueando fuertemente. Transcurrieron unos minutos en tiempo humano de esa manera y totalmente rígido. Pasado un tiempo que él no pudo cuantificar por su estado empezó a sentir como la presión que le ejercían en todo su cuerpo comenzó a ceder, poco a poco se fue relajando. Su rostro se calmó enormemente, pero seguía sujeto por esa fuerza invisible. Una voz que no era humana empezó a sonar por la estancia en un idioma totalmente ininteligible para la raza humana. El anticuario escuchaba con atención.
-Sí, asumo toda la culpa -habló el anticuario cuándo dejo de sonar esa voz-. No llegué a pensar que esos seres quisieran destruir el transportador, lo hice todo según lo aprendido. Esos humanos son del todo imprevisibles … ¡No, no! … ¡Más, no!
Sintió de nuevo cómo le volvían a apretar con esa fuerza invisible por todo el cuerpo en una especie de castigo o tortura. Pasó unos momentos con la cara rígida para minutos después volver a relajarse.
-No volverá a ocurrir, tomaré las medidas oportunas para que no vuelva a suceder. No volveré a fallar -habló en tono de súplica.
Instantes después un coro de sonidos musicales empezó a sonar por la estancia, el anticuario abrió los ojos aterrado mientras estaba en esa posición. Comenzó a girar sobre si mismo dando vueltas mientras sonaba la música, se encontraba dominado por el pánico. Estuvo dando vueltas durante varios minutos mientras sentía cómo el calor le invadía el cuerpo. La música cesó volviendo a escucharse esa indescriptible voz, el anticuario escuchaba.
-Sí, así lo haré -respondió con voz queda cuando llegó el silencio al lugar.
Las ráfagas de luces cesaron quedando una especie de bruma lechosa a su alrededor. Poco después de ésto y sin previo aviso la fuerza que le sujetaba le soltó cayendo al suelo con gran estrépito, se quedó inmóvil unos momentos. Intentó incorporarse, pero no pudo. Un par de formas dantescas aparecieron caminando de entre la bruma, le agarraron de los brazos llevándolo con fuerza y arrastrando los pies se alejó del lugar. Tenía los ojos abiertos y la mirada perdida.

Antonio y Aedeon ya se encontraban en el pueblo dónde se hallaba el transportador, así lo creían según la información recibida. Llevaban ya varios días controlando el lugar y calculando las posibilidades para poder realizar su misión tanto de ejecución como de posible escape. Pensativos y relajados caminaban juntos agarrados del brazo por la alameda del pueblo.
-Me dijiste que iríamos a una ciudad, no a esta especie de pueblo de montaña de granjeros-habló Antonio con cierto tono despectivo.
-No te dije que fuese una ciudad, te dije que era otro lugar del planeta. Lo de otra ciudad lo supusiste tú -respondió Aedeon mientras caminaba agarrada del brazo de Antonio-. Además, ¿cuándo aprenderás que el lugar es lo de menos? Lo puedes poner en un desierto o en una casa aislada que al final no es más que un transportador. Debes de olvidar ciertas ideas tontas de tu mundo.
-Y, ¿dónde está escondido? -preguntó Antonio poco después.
-Todo a su debido tiempo, no hay una señal dónde indica el lugar en el qué está situado. Nadie de este lugar sabe de lo qué se trata, supondrán que es un espejo cómo tú lo denominas. Estará en algún lugar resguardado y vigilado.
Siguieron caminando unos metros cuando Antonio mirando hacía una de las callejuelas que acababan en la Alameda que transitaban observó unas figuras que le pusieron en alerta. Sin previo avisó, y sin decir una palabra, tiró del brazo a Aedeon saliendo los dos a la carrera perdiéndose entre otra de las callejuelas que había unos metros más adelante. Las personas que estaban por el lugar les miraron extrañados y sobresaltados. Se quedaron quietos los dos en una esquina mirando hacía el lugar dónde Antonio había observado lo que le alarmó.
-¿Qué has visto? -preguntó Aedeon en tono susurrante.
Antonio al que le caían ciertas gotas de sudor por la cabeza miraba con precaución, no decía nada. Al de poco rato tres figuras a paso pausado salieron a la alameda de la callejuela que había observado Antonio anteriormente. Eran tres ayudantes diferentes entre sí, pero lo suficientemente parecidos para darse cuenta de la apariencia.
-¡Mira! -señaló Antonio con el dedo sin que les vieran.
Aedeon se hizo un hueco al lado de él mirando hacía el lugar que le señalaba Antonio. El rostro le cambió por completo volviendo a esa severidad que era costumbre en ella.
-Son solo tres -susurró Aedeon.
Se quedaron quietos observando los movimientos del trío enemigo que se dirigía hacía una plaza situada en la acera de enfrente de la alameda. Los vieron pararse justo al lado de un monumento que había casi en el centro de la plaza. Se quedaron los tres en un perfecto círculo dándose las espaldas, vigilantes. Poco después, y del otro lado de la plaza, aparecieron otros tres ayudantes que avanzaban con la misma cadencia de paso. Ninguno de los tres que había al lado de la estatua hizo ademán alguno, siguieron a lo suyo. Cuándo se juntaron los seis dos de ellos intercambiaron varios sonidos durante un buen rato mientras los otros cuatro vigilaban. Mientras esos dos hablaban y los otros vigilaban, uno de los vigilantes dirigió la mirada hacía la callejuela dónde estaban medio escondidos Antonio y Aedeon. Ellos al ver la mirada del vigilante se alarmaron echándose hacía atrás escondiéndose, esperaron unos momentos con la respiración agitada. Aedeon se quedó observando el otro lado de la callejuela por si acaso se asomaba alguien no deseado dando la espalda a Antonio. Mientras, Antonio se asomó con toda la precaución que pudo a la esquina. Observó que seguían vigilando a su libre albedrío, no les habían visto. Antonio siguió observando notando como el cuerpo de Aedeon se le arrimaba sumándose a la observación.
-Son seis -susurró Aedeon al oído de Antonio-. Probablemente habrá muchos más, son demasiados.
Antonio siguió quieto en esa postura vigilando. Los dos ayudantes ya habían acabado de hablar entre ellos, uno de ellos dirigiéndose hacía el grupo ordenó algo que Antonio no logró escuchar.
-¿Qué crees que hacen? -preguntó susurrando Antonio.
-No lo sé. No esperaba tantos ayudantes, estarán vigilando el transportador. Probablemente habrá algún cerebro entre ellos.
-Nuestro anticuario -respondió Antonio.
-Recuerda que no lo es, y qué además puede que no sea el único.
Cuándo acabó de hablar el último de los vigilantes se volvieron a dividir en dos grupos de tres saliendo los dos grupos en distintas direcciones caminando pausadamente. Antonio no sabía si eran los mismos componentes de inicio de cada grupo, pero al poco se percató de que éso daba igual. Los dos grupos se perdieron entre la alameda y alguna callejuela, al verlos desaparecer se relajaron apartándose de la esquina.
-¿Y ahora qué? -preguntó un ofuscado Antonio.
-Debemos de tener máxima precaución. Nosotros sabemos que ellos están aquí, pero ellos no saben que nosotros estamos aquí. Tenemos que andar vigilantes para evitar no cruzarnos con ellos. Recuerda que la única escapatoria que tenemos hasta llegar al transportador son los medios habituales de transporte, lo que nos hace estar en una situación muy delicada.
Antonio tenía cara de no saber que hacer, Aedeon conocía muy bien esa clase de mirada. Ya la había visto antes en otros compañeros. Salieron del callejón dónde se encontraban caminando pausadamente, y con cierto nerviosismo y vigilantes se dirigieron hacía el piso franco que tenían en ese pueblo, debían de planificar los siguientes pasos.

Pasaron los días con un Antonio que se encontraba cada vez más tenso, las patrullas de ayudantes eran continuas lo que producía que cambiasen de planes de un día para otro. Finalmente consiguieron encontrar una pauta al comportamiento del enemigo, y gracias a ello planificaron lo que ellos denominaron el golpe final. La noche anterior al golpe Antonio se encontraba tumbado en la cama sin poder dormir pensando en lo que ocurriría al día siguiente. Casi sin percatarse escuchó como alguien entraba en la habitación, unas lineas de luz de la ventana entraban iluminado el cuerpo de Aedeon. Antonio la observó como entraba en su cama abrazándole y acariciándole, notó que un fuerte y penetrante olor a perfume la acompañaba. El perfume penetraba en la mente haciéndole disparar su deseo carnal, quiso abrazarla y amarla, pero extrañamente sintió como se escurría de entre sus brazos. Pretendió alcanzarla, pero notó como cada vez que aumentaba su deseo por ella se alejaba más y más para acabar en un profundo sueño. Al día siguiente se despertó a la hora convenida dándose cuenta que se encontraba solo en la habitación, solo había sido un sueño, ¿o quizás no? Se levantó y se vistió, después se dirigió a la cocina para comer algo encontrando allí a Aedeon como si no habría pasado nada, se encontraba sería y concentrada. Todo estaba dispuesto.

Salieron los dos del piso con todas las precauciones del mundo sin decirse nada, cada uno ya sabía lo que tenía que hacer. Al pisar la calle Antonio se dio cuenta que todavía no había amanecido y que unas gruesa gotas de pertinaz lluvia caían de un cielo totalmente encapotado. Iban a paso rápido y en silencio, al llegar al sitio pertinente se separaron. No se miraron para nada, ni siquiera se despidieron. Las calles permanecían vacías y sin nadie a la vista, cuantos menos testigos mejor. Al poco rato los dos se perdieron de vista.
-Por separado tendremos más posibilidades de lograrlo -pensó Antonio para sí.
Antonio sintió como le latían las sienes de la tensión notando cierto sabor a sangre en la boca y nariz aunque no sangraba. La lluvia arreciaba por momentos, se empezaba a sentir empapado y con algo de frio. Cuando llegó al lugar desde dónde podía ver el edificio en el que  supuestamente estaba el transportador decidió agacharse detrás de un pequeño muro que había a cierta distancia, observo alrededor y se percató que estaba en un pequeño cementerio. Agachado detrás del muro asomó la cabeza para poder observar con detenimiento el lugar, logró ver la puerta de acceso al interior del edificio que se encontraba extrañamente despejada. Sin fiarse lo más mínimo fue caminado detrás del muro acercándose los más que pudo a la puerta de la entrada observando con detalle las cercanías. Al llegar al extremo del muro que le dejaba al descubierto se detuvo, miró el edificio que se encontraba sin luces en el interior. Se percató que el edificio desentonaba con las otras edificaciones que había alrededor, mientras que las demás edificaciones se notaban que eran las clásicas casas de pueblo este otro edificio era un típico edificio de oficinas de gran ciudad. Le recordó brevemente la tienda de antigüedades dónde empezó todo, que también desentonaba de todo a su alrededor.
-Parece que tienen un modus opernandi típico -pensó.
Se agachó un momento relajándose, se metió mano al bolsillo tocando el mando para estar seguro de todo y se levantó decidido. Comenzó a andar con paso firme hacía la entrada mirando a todos lados, la respiración se le aceleraba por momentos y la ansiedad también. Ya le quedaban pocos metros para llegar a la puerta cuando de improviso todas las luces del interior del edificio se iluminaron, un sorprendido Antonio se detuvo de golpe observando todo el inmueble. Parado casi en mitad de la calzada una tenaz lluvia que no cesaba le empapaba más todavía si cabe. Escuchó una serie de voces y gritos indescriptibles que salían del interior del edificio, y con muchas dudas empezó a correr hacía la puerta de la entrada pegándose a ella. Intentó abrirla repetidas veces sin conseguirlo, de improviso un ruido de cristales rotos que venía de encima de su cabeza le detuvo. Sin esperarlo un ser que no había visto nunca cayó sobre el asfalto de la acera formando un gran socavón, estaba desconcertado y aterrado. Siguieron las voces y los golpes. Escuchó un grito humano que le pareció de mujer y pensó en Aedeon.
-Está en apuros -pensó.
Olvidándose de todo abrió la puerta tal y cómo Aedeon le enseñó entrando en el edificio. Nada más entrar vio a un ayudante que estaba de espaldas a él, le empujó de tal manera que le golpeó la cabeza brutalmente contra una especie de hierro que salía de la pared dejándole inconsciente. Aquello le envalentonó más todavía, y memorizando el plano se lanzó a la carrera a lo loco hacía donde debería de encontrar el espejo o transportador, a esas alturas el nombre le daba igual. Agarrando el mando y quitándose todo la ropa que no necesitaba entró como un poseso en la lonja dónde estaba el espejo.

Al entrar en la lonja la imagen dantesca que vio a su alrededor le aterró en sobre manera. Ciertos seres que no sabía lo que eran salían de un transportador más grande de lo normal, por lo visto alguna especie de invasión comenzaba. Había ayudantes, pero no vio ningún anticuario como él los denominaba. Nadie se percató de su llegada así que se escondió rápidamente entre unas cajas que había al fondo del piso esperando su oportunidad. Cuándo acabaron todos de salir del espejo esperó los instantes necesarios para poder activarlo de nuevo y mandar a casi todos los seres allí congregados al mismísimo infierno, si es que pudiera hacerlo y si existiera tal infierno. Así que cogió el mando y tecleó las instrucciones, el transportados se activó con un resplandor rojo aniquilando a todo lo que había a su alcance. A pesar de ello el resplandor del espejo le cegó por unos momentos.
-¡Maldita sea! -murmuró.
Al recobrar la vista miró por la zona, el transportador había vuelto a su funcionamiento normal. Se había llevado al infierno a casi todos los seres allí presentes, otros estaban tirados por el suelo inconscientes o muertos. Tenía que actuar con rapidez, decidido se dirigió hacía el transportador dispuesto a inutilizarlo …
-Antonio … -escuchó una débil voz que le llamaba desde una parte de la lonja que tenía una serie de desperfectos.
Antonio se detuvo y allí encontró a una muy mal herida Aedeon, tenía una serie de heridas poco profundas en los muslos y el torso del cuerpo que sangraban, la cara estaba llena de magulladuras y golpes.
-Cierra el transportador y vete de aquí, hazlo -habló ella con un susurro en la voz.
-No, tú vendrás conmigo.
Antonio la cogió en brazos llevándola consigo al frente del espejo, a duras penas empezó a teclear las órdenes al mando con Aedeon en brazos.
-Déjame y vete … -dijo Aedeon enormemente debilitada.
Cuando ya quedaba poco para partir Antonio sintió un tremendo golpe en uno de sus costados que le hizo perder el mando y a Aedeon que quedó tirada por el suelo de mala manera. Antonio que quedó ligeramente aturdido por el golpe alzó la vista y vio a sus atacantes, el anticuario y dos de sus ayudantes. Después miró hacía dónde había caído Aedeon que aunque no se movía le miraba con ojos de súplica. Uno de los ayudantes empezó a andar en dirección a Aedeon con la probable intención de rematarla, Antonio se levantó de golpe embistiendo al ayudante. Consiguió derribarlo sin que éste llegara a tocarla, cogió un objeto contundente que había en el suelo y le golpeó repetidamente en la cabeza sin conseguir aparentemente nada. Aún así el ayudante quedó inmóvil en el suelo, desesperado buscó dónde había caído el mando. Llegó a verlo lanzándose hacía él, el anticuario al verlo lanzo un rugido y con su ayudante se lanzaron los dos hacía dónde estaba el mando. Antonio lo cogió primero, pero aún así recibió un fuerte golpe por la embestida de los dos rivales. El mando voló por los aires en dirección a la puerta de la entrada de la lonja quedándose en el suelo, Antonio que se resentía de los golpes se lanzó contra el anticuario al que le notó con menos fuerza de la esperada.
El anticuario lanzó un grito pidiendo ayuda a sus ayudantes por la embestida de Antonio, el que estaba en el suelo se incorporó ligeramente aturdido por lo golpes mientras que el otro estaba ya ayudando a su jefe. Forcejeando Antonio contra los tres rivales se llegaron a desplazar hacía las cercanías del espejo. Mientras tanto Aedeon se arrastraba desesperada a por el mando, cuando casi lo tenía al alcance de la mano observó como unos zapatos negros de mujer de tacón alto aparecieron subitamente colocándose al lado del mando y como una mano delgada y con las uñas perfectamente pintadas se estiraba para coger el mando del suelo. Aedeon alzó levemente la cabeza del suelo mirando a la recién llegada.
-¡Hija! -dijo Aedeon débilmente con un tremendo esfuerzo.
La recién llegada alzó la vista viendo el forcejeo entre Antonio y los rivales cuando uno de los ayudantes le dio un zarpazo en la espalda produciéndole graves heridas, Antonio acusó el golpe. Seguido el anticuario le clavó la garra el el cuello quedando Antonio pálido, paralizado y con la mirada perdida. Los tres enemigos miraban a Antonio agarrando con firmeza a un hombre ya inerte y sin percatarse de la llegada de la mujer. La mujer sin decir una palabra tecleó las órdenes pertinentes activando el transportador tragándose el espejo a los tres enemigos más Antonio que se fue para siempre. Aedeon gritó desesperada. Solo quedaban en la lonja las dos mujeres y algunos despojos de los enemigos.
-Vamos mamá, debemos marcharnos ya -habló la mujer con una voz dulce no exenta de firmeza.
La mujer cogió a Aedeon de las muñecas de los brazos y a duras penas la arrastró hasta las cercanías del espejo. Se puso de rodillas al lado de Aedeon y empezó a teclear las instrucciones.
-Ese hombre … era tu padre … -habló Aedeon.
-Mamá, no hables, estás muy débil -respondió la mujer-. Además sabes de sobra que ese hombre no es mi padre. No por encontrar a otro similar en otro universo va a ser mi padre, mi padre habría cumplido la misión sin contemplaciones y sin tantos errores. Ese hombre no servía para ésto, lo sabías desde el primer momento en que lo viste. Ahora está muerto, y no por nuestra mano. Acabemos de una vez.
Finalmente Suzanne miró a Aedeon a la que le acarició cariñosamente la cara, observó los alrededores para cerciorarse de todo y pulsó la tecla de activación. El espejo las tragó quedando después inutilizado, el golpe se había completado.

Aedeon abrió los ojos encontrándose con la cara de un hombre, su hija Suzanne estaba sentada en una silla al lado de ella. Sentía dolores por todo el cuerpo, a la mente le volvían los hechos acontecidos hace poco.
-¿Cómo estás, pequeña? -preguntó Manu.
-Creo que saldré de ésta.
-Ya conozco los pormenores de lo ocurrido. Felicidades por el éxito, el golpe que le hemos dado a esos desgraciados ha sido grande. Están bastante cabreados por lo conseguido por nosotros aunque todavía nos queda mucho trabajo.
Aedeon desvió la mirada entornando los ojos en un gesto de tristeza, Suzanne la observaba.
-No te culpes de lo qué pasó a ese hombre, creo que ésto era demasiado para él -habló Manu-. Ahora nadie puede hacer nada por él, era un buen tipo. A decir verdad me caía bastante bien. Aunque nunca llegamos a entender porque actuaste de esa manera con ese hombre, lo fácil habría sido eliminarlo y …
-¡Manu, cállate! -gritó Suzanne.
Manu calló inmediatamente, se quedó mirando a Aedeon.
-Bueno, tengo que seguir. Tómatelo con calma y regresa en condiciones -habló Manu.
La dio un beso en la frente a Aedeon y haciendo un gesto de despedida a Suzanne salió de la habitación. Unas lágrimas rodaron por el rostro de Aedeon, Suzanne la miraba con ternura.
-Mamá, sabes que no era él. Mi auténtico padre murió cuándo se sacrificó por nosotras y algunos más quedándose en nuestro universo. Murió precisamente para que estuviésemos vivas. Gracias a él conseguimos vivir, no encontraremos nunca a nadie como él en ningún otro universo y nadie debe saber nunca por qué has hecho ésto.
Aedeon suspiró ligeramente.
-Sí, creo que tienes razón -habló Aedeon girando la cabeza mirando a su hija-. Me equivoqué pensando en que podía reencontrar a tu padre, y ese hombre lo pagó con su vida. La culpa es solo mía …
Un sonido empezó a sonar por todas partes, Suzanne se levantó dando dos besos a su madre saliendo del lugar. Algún problema había y necesitaban a todos los agentes posibles. Aedeon se quedó sola en la habitación descansado y recuperándose de sus heridas dispuesta a seguir con la lucha.

En Bilbao el 4 de julio del 2.019.

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