Espejos. Capítulo 14.

Espejos.

Capítulo 14.

Vida cotidiana.

Una vez de vuelta al universo de Antonio se instalaron en la misma ciudad, pero en otra vivienda muy alejada de las otras, otro piso franco. Se acomodaron como siempre dejando pasar los días sin llamar demasiado la atención, solo salían lo necesario para la manutención de la casa y de sus vidas. Mientras tanto Antonio aprovechó para ver su situación personal en su mundo y ponerse al día con las noticias de su mundo.
-¿Cómo conseguís estas viviendas? -preguntó Antonio mientras tecleaba en la consola.
-No somos los únicos agentes que estamos aquí. Todos nos movemos por todas partes, tenemos nuestros propio sistema de información. Cuándo lleves más tiempo y vayas conociendo a más compañeros te irás percatando de cómo funcionamos, solamente que los irás encontrando por el camino. No estamos tan solos como tú supones, acuérdate de lo que te sucedió cuándo fuiste a tu casa -respondió Aedeon, Antonio se quedó pensativo.
-Debo de ir a la universidad -dijo mientras leía uno de sus correos.
-¿Por qué?
-Me han concedido el título de Doctor en Historia. ¡Mira! -habló Antonio jubiloso señalando con el dedo la información en la pantalla.
-Felicidades, de verdad. Era lo que querías, me alegro por ti -habló Aedeon susurrándole al odio y dándole un dulce beso en la mejilla.
Antonio se sorprendió por la reacción de ella, no se lo esperaba. Estaba feliz por las esperanzas que le dio Aedeon para seguir en este trabajo, por el cariño de ella y por su doctorado. Debían de preparase para ir a recogerlo, pero también debían de actuar con cautela. Hablaron durante un tiempo de cuándo ir a recoger su título, al final decidieron que los dos pasarían a recogerlo. Ella iría como su novia y acompañante aunque éso a ella no le hiciese la menor gracia. Semanas después cuándo pensaban que todo estaba tranquilo se dirigieron a la universidad. Antonio debía de advertir de su llegada allí, eran las normas.
Al llegar al imponente edificio de la Facultad entraron los dos juntos agarrados del brazo, él sentía cierta excitación por el hecho de recoger su tan ansiado doctorado acompañado de Aedeon. Aedeon dibujaba una sonrisa en su cara aunque en el fondo estaba controlándolo todo. Les llevaron a un enorme despacho dónde estaba el rector esperándolos con una enorme sonrisa, estaba sentado al frente de una enorme mesa llena de papeles y documentos que aparentaba cierto desorden. Antonio soltándose del brazo de su “novia” se dirigió a dar un apretón de manos al rector mientras éste se levantaba de su asiento.
-Rector Estévez, ¿cómo se encuentra? -habló Antonio efusivo mientras se daban un fuerte apretón de manos.
Aedeon miraba detenidamente la escena a corta distancia, estaba alerta.
-Señor Tuinwe, ¿dónde se mete muchacho? -respondió el rector sorprendido-. Nos extrañaba mucho que no viniese a recoger su título de doctor, no teníamos noticias suyas y nadie nos daba explicaciones de su paradero.
Sin más preámbulos el rector se soltó del apretón de manos dirigiéndose a la mesa de su despacho, Antonio observaba sus movimientos. Apartó ciertos papeles de la mesa dejando un espacio libre, dio un paso y abrió un amplio cajón de la mesa, sacó un diploma enorme y algunos papeles que tenía guardado en una carpeta. Lo dejó todo en el espacio libre de la mesa del despacho. Ordenó los papeles ceremoniosamente y cogiendo una pluma estilográfica guardada en un estuche a tal efecto con un gesto invitó a Antonio a firmar el diploma.
-Firme en el diploma, y será doctor en Historia -dijo el rector invitando a firmar a Antonio con una amplia sonrisa.
Antonio dio unos pasos hacía el lugar y cogiendo la estilográfica estampó su firma en el diploma, Aedeon tenía una gran sonrisa en la cara haciendo su papel. Después Antonio firmó varias veces en diferentes papeles que el rector le mostraba, finalmente se quedó Antonio con el diploma acreditativo de su condición de doctor. Al devolver la estilográfica el rector la guardo en el estuche ofreciéndosela a Antonio.
-Tenga la pluma -dijo el rector-. Quédesela como recuerdo de este día, doctor Tuinwe.
-Gracias, gracias, rector Estévez -habló Antonio con lágrimas en los ojos cogiendo el estuche que se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta que le quedaba libre.
Se dio la media vuelta con el diploma en la mano dirigiéndose hacía Aedeon mirándola, ella tenía los ojos abiertos de la emoción. Cuándo se acercó ella le abrazó del cuello dándole un beso húmedo en la boca mirándole a los ojos, incluso llegó a sentir como le metía la punta de la lengua entre sus dientes. Antonio se quedó quieto de la sorpresa saboreando el momento, con el brazo libre que tenía la agarró de la cadera en un fuerte abrazo. Se quedaron besándose unos momentos soltándose con todo el cariño del mundo poco después.
-Rector Estévez, muchas gracias por todo -dijo Aedeon educadamente mirando al rector.
-No hay de qué, señorita. Doctor Tuinwe espero verle por aquí más a menudo, tenemos asuntos que discutir como su plaza en esta universidad. Saludos y que pase un buen día en compañía de su mujer.
Aedeon y Antonio salieron del despacho bajo la atenta mirada del rector. Antonio se encontraba en una nube por el diploma y el comportamiento de Aedeon, sin apenas darse cuenta se encontraba andando de camino a su domicilio. Mientras caminaban a paso lento el uno cerca del otro Antonio observaba a Aedeon preguntándose el por qué de su comportamiento aunque ella ya volvía a tener esa mirada alejada y severa. Cuándo ya veía la entrada de la vivienda, y de improviso, se vieron rodeados de varias personas. Eran humanos, o éso parecía.
-¿Señor Antonio Tuinwe? -le espetó en la cara el que estaba más cerca de él.
-Sí, soy yo -respondió Antonio mientras notaba como Aedeon le tiraba del brazo para que se quedase quieto y no hiciese ninguna tontería.
-Policía -respondió el oficial enseñándole una placa-. Debe de acompañarnos, por favor.
Antonio miró a Aedeon, y esta asintió con la cabeza. Aedeon recogió los diplomas y papeles que le dio Antonio con cara de no entender nada. Aedeon se los guardó quedándose quieta.
Después, le cogieron dos de los varios policías que había allí de los brazos escoltándolo a un vehículo que apareció poco después. Le introdujeron dentro y se lo llevaron, Aedeon estaba quieta mirando toda la escena sin decir nada y sin hacer un solo gesto. Poco después la calle se despejó, y Aedeon con paso tranquilo se dirigió a la vivienda.

Antonio llevaba pocos minutos encerrado en una sala que hacía las veces de calabozo, se acordó de su experiencia en la Central. Los policías que le detuvieron no le dijeron una sola palabra de los motivos de la detención, él tampoco preguntó. El lugar era frio y ligeramente oscuro, estaba sentado en una silla metálica con una mesa delante, tenía las manos entrelazadas encima de la mesa expectante por lo que pudiera suceder. Simplemente lo llevaron hasta allí sin tomarlo declaración y sin retirarle sus pertenencias personales. La puerta se abrió entrando dos policías, no reconoció a ninguno de nada. Los dos se sentaron con cara severa enfrente de él, uno de ellos sacó una carpeta que abriéndola empezó a ojearla encima de la mesa. El otro le miraba fijamente. Pasó el tiempo mientras ojeaba el policía los informes, nadie dijo ni una palabra. Antonio sabía que tenía derechos estipulados por Ley, pero tenía curiosidad por saber qué ocurría o de qué le acusaban.
-Señor Tuinwe -habló finalmente el que leía la carpeta-. Soy el inspector de policía Javier Bueltra. ¿Sabe usted por qué está aquí?
-No -respondió Antonio lacónicamente.
El inspector Bueltra siguió leyendo los informes como si no hubiera oído la respuesta.
-¿No sabe lo qué sucedió en su vivienda hará unos tres meses? -preguntó el otro policía.
-No sé a qué se refiere.
El inspector cerró la carpeta y con cierto desdén la dejó encima de la mesa, observó con ojos de desprecio a Antonio.
-Hace unos tres meses una serie de personas derribaron la entrada de su domicilio de manera muy violenta produciendo una serie de desperfectos bastante serios en la puerta de su vivienda. Avisados por algunos vecinos nos dirigimos hacía el lugar, pero extrañamente no encontramos a nadie -habló el inspector.
El inspector abrió la carpeta enseñando a Antonio unas fotos de la puerta de su casa, Antonio reconoció su vivienda.
-El piso estaba vacío, no había nadie dentro de él -intervino el policía.
-Desconozco lo que ocurrió, llevo tiempo sin ir allí -respondió Antonio.
-¿Por qué? -preguntó el inspector.
Antonio pensó un momento la respuesta.
-Estoy compartiendo mi vida con una mujer, y momentáneamente he decidido vivir con ella en su domicilio. Lo que me comenta sobre mi vivienda lo desconocía, soy historiador y por mi profesión viajo mucho. Nadie me había avisado de ese hecho.
-Entenderá usted que la situación es desde luego extraña. Entran en su vivienda destrozando la puerta, y no se molesta en aparecer cuando ocurren los hechos, y además nos dice que no se entera de nada -comentó el inspector extrañado.
-Ya le he comentado que nadie me avisó de lo sucedido, cuándo me voy de mi vivienda desconecto de todo lo que ocurre aquí. Estoy centrado en mi relación y mi trabajo, por supuesto.
Pasó un momento de silencio entre los tres.
-Por cierto. ¿Me robaron algo? -preguntó Antonio interesado.
-Eso lo tendrá que saber usted. Nosotros no tenemos la menor idea, casi todo estaba en orden. Observamos que nadie había abierto los cajones y que no se habían llevado nada, por lo menos éso creemos. La única excepción fue una habitación con un extraño espejo con un gran cristal roto por el suelo, por lo demás nadie había tocado nada. Éso fue lo que nos pareció.
Antonio sintió un pinchazo en su interior por lo que le decía el policía, se quedó sorprendido por la información recibida. El transportados seguía en su vivienda, debía de comunicarlo rápidamente a Aedeon. Además se dio cuenta de que los policías no sabían de qué trataba el artefacto en cuestión, debían de acceder lo más rápido posible al espejo y neutralizarlo.
-¿Sigue todo igual? ¿Se llevaron ustedes algo? ¿Hay alguien vigilando? -preguntó Antonio intentando disimular su ansiedad.
-¡Nosotros somos los que hacemos las preguntas aquí! -gritó el comisario, Antonio se calló.
Pasaron unos momentos de silencio, los policías le miraban seriamente.
-Creo que tengo derecho a hacer alguna llamada -habló Antonio.
-Sí, desde luego -respondió el inspector que se esperaba esa máxima.
Antes de que Antonio pudiera moverse y llamar a nadie, sin previo aviso y cogiendo por sorpresa a los tres la puerta de la sala se abrió bruscamente entrando un hombre con una tableta electrónica un poco grande en la mano.
-Buenos días señores. Soy el abogado del señor Tuinwe, y lo que le recomiendo desde este mismo momento es que no diga una sola palabra más -habló el abogado mirando a cada uno de ellos.
El abogado cerrando la puerta se sentó al lado de Antonio en otro asiento mirándole con complicidad, Antonio que no conocía de nada a ese hombre y que no tenía abogado personal le dejó hacer su trabajo con un gesto afirmativo de la cabeza. Pensó que se lo mandaban desde la Central. Los policías se movieron intranquilos en sus asientos.
-Todo lo que halla dicho mi cliente hasta este momento no sirve para nada ya que lo ha dicho sin tener ayuda letrada -recitó más que habló el abogado-. Ahora señores me van a comentar de qué se acusa a mi defendido.
Antonio tenía el gesto torcido ya que quería intentar sonsacar más información de la situación de su vivienda y del transportador a los policías, pero no le quedó más remedio que dejar hacer a su abogado.
Los policías se miraron inquietos.
-¿Y bien? -preguntó el abogado.
-No tenemos nada de que acusarle -respondió el inspector-. Tan solo queríamos ciertas respuestas a unos hechos …
-¡Fabuloso! -interrumpió el abogado-. Si mi cliente no está detenido y no se le acusa de nada entonces no hace nada aquí. Nos podemos marchar.
El abogado se levantó del asiento y agarrando a Antonio del brazo le indicó que saliera con él de la sala. Antonio se fijó en los policías que resignados no movieron un solo dedo y haciendo caso a lo que le indicaba el abogado se marchó del lugar dejando a los policías dentro de la sala.
-Gracias -dijo Antonio a su abogado mientras andaban por un pasillo que llevaba a la salida de la comisaria, el abogado mirando al frente no hizo el menor comentario.
-¿Eres de la Central? -preguntó Antonio un poco más tarde mientras alcanzaban la puerta de salida.
-No sé de que me habla usted, caballero. Tan solo soy su abogado defensor de oficio del juzgado. Simplemente hago mi trabajo, y nada más. Por cierto, no se olvide nunca de sus derechos, y la próxima vez que tenga problemas no diga nada a sus interrogadores. Recuerde llamar primero siempre a un abogado -respondió el abogado.
El abogado después de estos breves consejos se sacó una tarjeta del bolsillo que se la entregó a Antonio. Antonio la leyó quedándose sorprendido por lo que ponía. Se despidieron con un fuerte apretón de manos, momentos después el abogado desapareció por una de las puertas del interior y un confuso Antonio con la tarjeta en la mano salió de la comisaría.

-Por lo menos ya sabemos dónde está el transportador -habló Aedeon-, creo que no lo moverán de ahí. Ahora debemos de acceder a tu vivienda para intentar neutralizar el transportador, debemos de conseguirlo al primer intento. Ha sido un imprevisto desafortunado lo de la policía de tu planeta, pero hemos sacado una buena información. Aún así nos vigila demasiada gente, el enemigo, la policía …
Antonio estaba sentado en una de las butacas de la sala de la olovisión de la nueva vivienda mirando a la pantalla de la olovisión que permanecía pagada, todavía se encontraba confuso por lo ocurrido. Aedeon de pie miraba por el cristal de la ventana reflexiva.
-No entiendo nada de lo ocurrido -habló Antonio.
-No hay que entender nada -respondió Aedeon poco después-. Las situaciones más banales suceden, esos policías no saben qué es ese espejo y el abogado que te atendió no era más que un vulgar abogado de oficio que actuó por un simple sentido del deber y de la profesionalidad al igual que los policías, sin más. No estamos rodeados de agentes amigos ni de enemigos por todas partes, seremos en total unas cinco personas para un planeta de unos diez mil millones de seres. El mundo se mueve ignorante de lo que hacemos.
Aedeon se apartó de la ventana dando unos pasos por la sala.
-Tan solo estamos tú y yo para resolver ésto, no hay nadie más. Los demás actúan con normalidad viviendo sus anodinas vidas ignorantes de lo que ocurre, y así debe de seguir. Cuando tú estabas estudiando tu carrera esta guerra ya estaba en marcha, y vivías con toda normalidad.
Aedeon se sentó en la otra butaca de la sala mirando a Antonio que permanecía callado.
-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Antonio.
-Creo que tenéis la costumbre en este mundo de salir a cenar a algún lugar.
Antonio sonrió por la sugerencia de Aedeon, se levantó del asiento de un salto.
-¡Vamos! Conozco un lugar que te encantará.
Aedeon menos efusiva que Antonio se levantó del asiento y ambos cogiendo sus útiles pertinentes, incluido los mandos de cada uno, salieron de la casa a cenar.

Antonio la llevó al local que habitualmente iba él antes de empezar todo este asunto de los transportadores, se sentaron los dos en una pequeña mesa el uno enfrente del otro con todo el servicio encima de la mesa. Miraron en una pequeña pantalla que había en la mesa los platos que podían elegir mandando la comanda desde el mismo sitio, un camarero les traería los platos.
-Te veo intranquilo, Antonio. No es la primera vez que salimos a comer o cenar juntos.
-Pero es la primera vez que tenemos una cita en mi mundo, y más aún en mi ciudad -respondió Antonio riendo nerviosamente.
-No entiendo esa clase de afecto que tienes a los lugares, tienes miles de millones de sitios dónde elegir. Es algo curioso lo que ocurre con los humanos en este universo con esa clase de afectos a los lugares, a los objetos, a los trabajos.
-Sí, pero casa solo hay una.
Al poco tiempo una camarera les fue trayendo los platos solícitamente. Antonio no la observaba, tan solo estaba atento a los movimientos de Aedeon. El tiempo fue pasando mientras disfrutaban de la cena, la charla era bastante banal. En un momento determinado Antonio se dio cuenta que Aedeon observaba demasiado a la camarera, desviando su atención de ella se fijó en la muchacha.
-Suzanne -se dijo para sí.
La camarera era aquella chica que le atendió hace muchos meses en aquella cafetería. Se quedó sorprendido viendo como Aedeon la observaba con una mirada afectuosa que nunca la había visto antes, como si conociese profundamente de algo más a aquella camarera. Se percató también que Suzanne se encontraba emocionada cada vez que traía algún servicio a la mesa, tenían miradas de complicidad entre las dos. Antonio quiso preguntar sobre el asunto ya que se percató del tremendo parecido entre ambas, pero prefirió no hacer ninguna clase de comentario ya que no quería acabar con la química de la cita. Además se acordó lo que ella le dijo sobre sus iguales en los universos que visitaban, pero aún se sentía confuso. Al traer los postres Suzanne miró a los ojos de Antonio sosteniendo la mirada unos segundos dando a entender que sabía quién era, por lo menos eso pensó Antonio. Volvió su mirada a Aedeon que tenía la cabeza agachada, alguna lágrima le caía por el rostro.
-¿Te pasa algo? Estás llorando -peguntó Antonio dándose cuenta de la situación.
-No, no es nada. No te preocupes.
Con cuidado Aedeon se quitó alguna lágrima del rostro, suspiró profundamente y algo más aliviada siguió con la velada. Cuando finalizó la intensa velada Aedeon se fue a despedir de la camarera, se dieron un prolongado abrazo las dos y un par de besos en las mejillas.
-Definitivamente, se conocen de algo. Tendré que ponerla en la nómina de posibles agentes nuestros -pensó Antonio.
Después Aedeon cruzó por delante de Antonio sin decirle una sola palabra mirando al frente. Antonio mirando a la camarera que lo observaba con lágrimas en los ojos se despidió con un gesto, la camarera tan solo lo miró sin hacer ni decir nada. Una vez fuera del local Aedeon le agarró del brazo a Antonio, y de esa modo se fueron andando plácidamente hasta su domicilio. Antonio no preguntó nada disfrutando del momento, ya llegarían las preguntas cuando fuese necesario.

Al día siguiente todo volvió a la más absoluta normalidad, Aedeon actuaba como si no hubiese pasado nada el día anterior. Antonio no se extrañó de la situación, ya estaba acostumbrado.
-Tenemos que entrar en tu vivienda como sea -habló Aedeon.
-Habrá que esperar -respondió Antonio-. Lo primero que tengo que hacer es dirigirme hacía allí para ver cómo está la situación de la puerta, y si podemos entrar. Es mi casa, pero no sé si habrán instalado alguna puerta nueva, o estará precintada, o no habrá puerta. La puerta, por las fotos que me enseñaron en la comisaria, estaba totalmente destrozada.
-No me gusta esa idea, es demasiado peligroso.
-No nos queda otra. No puedo llamar a nadie ni contactar con nadie sin levantar sospechas, además yo soy el que debe dar el primer paso. Iré solo, si me ocurre algo siempre quedará alguien.
Aedeon suspiró ligeramente, asintió con la cabeza como no teniendo otra opción.
-¿Cuándo vas? -preguntó Aedeon.
-Ahora mismo, esperar más seria absurdo.
-Ve con cuidado. Si puedes acceder al interior y neutralizar el espejo no lo dudes. Yo estaré aquí esperando, ya me enteraré de lo que hagas. No te preocupes.
Antonio se levantó del asiento de la consola dirigiéndose a su habitación. Cogió lo necesario y sin decir una palabra, ni siquiera despedirse, se marchó. Aedeon se quedó cariacontecida en la casa, sin que Antonio lo supiera contactó con la Central para comunicar los avances.

Antonio al salir de la casa ya tenía una idea esbozada en la cabeza de lo que debía de hacer. Se dirigió al servicio de buses intraurbano más próximo para que le dejara en la parada más cercana a su vivienda. Una vez dentro del bus se sentó vigilante mirando cautelosamente al interior del vehículo, no había demasiada gente así que se sintió seguro. Cada persona que subía o bajaba en las distintas paradas era analizada con discreción. Unos diez minutos después llegó a la parada que se tenía que bajar, reconoció el lugar a la perfección. Una vez en la calle volvió a observar con reservas toda la zona, anduvo unos pasos cauteloso mirando algunas tiendas y poco a poco se fue acercando a su antiguo domicilio. Se quedó en la acera de enfrente mirando el portal, observó la calle de lado a lado. En una de las esquinas creyó ver a alguien que se escondía, dirigió sus pasos hacía allí pero al llegar no observó a nadie.
-Alguna sombra extraña, o quizás mi imaginación -pensó.
Aprovechó la oportunidad para cruzar la calle y andar hacía el portal. Miró todo el lugar y tembloroso puso su mano en el lector del portal.
-¡Verde! -exclamó sin darse cuenta.
La puerta se abrió pudiendo entrar al interior, subió corriendo por las escaleras hasta que llegó a la puerta de su vivienda. Jadeante se quedó en silencio delante de ella observándola, se veía una puerta destrozada por los marcos y las jambas con una serie de arreglos de albañilería muy ordinarios. La hoja de la puerta se veía sin mácula alguna. Con la mano derecha volvió a hacer la misma operación para abrir la puerta como hizo con la del portal, pero nada ocurrió. El panel no se encendió, ni rojo ni verde. Volvió a poner la mano varias veces en el lector, pero no hubo ninguna respuesta, ninguna clase de conexión.
-¿Pero qué demonios pasa? -se preguntó ofuscado- ¿Por qué no te iluminas maldita puerta?
Furioso y frustrado golpeaba con la palma de la mano el lector sin obtener resultado alguno. Miraba de arriba a abajo la puerta sin entender nada de nada.
-¿Algún problema, vecino?
Antonio se sobresaltó por la pregunta tan abstraído que estaba con su situación. Se dio media vuelta y vio al presidente del edificio de vecinos mirándole con ojos incisivos con las manos a la espalda.
-Mucho tiempo sin verle por aquí. ¿Dónde estaba? -preguntó el vecino mirando a Antonio y a la puerta alternativamente.
-He estado de viaje, y bastante ocupado.
-Sí, desde luego que sí. ¿Sabe usted lo que ocurrió en su casa hará unos tres meses?
-Pues … no -respondió Antonio después de un breve silencio.
El vecino suspiró con gesto de sorpresa explicándole lo ocurrido. Él fue quién avisó a la policía por lo tremendos golpes que hubo aquel día en el edificio. Aunque Antonio sabía el relato le dejó que se explicase, quizás pudiera obtener alguna información.
- … y viendo que no volvía los vecinos del edificio decidimos cerrarle la casa con ese arreglo. -Señaló con la mano los pegotes de la puerta.- Pensamos que cuándo volvería tomaría las medidas oportunas.
-Sí, ya veo -respondió Antonio-. Pero no puedo entrar, no hay conexión.
-Como medida de seguridad decidimos desconectar la llave para que nadie entrase. Ahora que está usted aquí podrá hacerse cargo de los desperfectos y pagarlos, claro está. Cuando arregle la puerta arreglará la llave, y podrá entrar sin ningún problema.
El vecino se echó la mano a uno de los bolsillo de su traje entregándole una tarjeta, Antonio se sobresaltó por el gesto poniéndose tenso.
-Tenga, por si necesita alguien que le arregle la puerta -dijo el vecino ofreciéndole la tarjeta.
Antonio la cogió observándola para guardársela después en uno de los bolsillos de la chaqueta.
-Bueno, señor Tuinwe. Bienvenido de nuevo, y ya nos explicará qué fue lo que ocurrió.
El vecino le miró torciendo un poco el gesto marchándose del lugar, Antonio lo vio desaparecer por el pasillo de la escalera. Después se quedó pensativo unos momentos mirando la puerta. Se le ocurrió empujarla con fuerza, pero no cedió ni un milímetro.
-Todo ésto para nada -dijo para sí, y dándose la vuelta salió del edificio sin percatarse que a la salida era vigilado por alguien.

Una tenue luz iluminaba la trastienda de la tienda de antigüedades, así lo hacían para adaptar mejor su visión. El anticuario se encontraba en el interior de la tienda departiendo con un subordinado.
-El hombre ha vuelto a su casa intentado entrar -informó el subordinado-, no lo ha conseguido. Desconozco que intenciones tenía.
-¿Iba solo? -preguntó el anticuario.
-Sí, no había nadie más. La puerta la colocaron de nuevo, pero por lo visto no funciona. Deberá volver con alguien para arreglarla y poder entrar.
-¿Le seguisteis?
-No, seguimos tus instrucciones. Vimos como cogía un transporte y se marchaba, creo que no sospecha nada. ¿Qué hacemos ahora?
El anticuario se quedó pensativo unos momentos mientras movía el cuello como intentándose relajar.
-Este disfraz de humano es molesto -habló el anticuario-. Seguir vigilando la vivienda del hombre para saber cuándo regresa, la siguiente vez intentar seguirlo sin que se de cuenta para saber dónde tiene su residencia. A partir de ahí y de encontrar a la hembra quizás podamos llegar a localizar el transportador que ellos controlan. No nos interesan los humanos, nuestra preferencia es quitarles el transportador que utilizan. Una vez hecho ésto los que estén en este planeta se quedarán bloqueados para siempre sin posibilidad de rescate, y nos podremos olvidar de ellos.
-¿No pretenderán destruir el transportador de la vivienda?
-No lo creo -respondió el anticuario-. Lo más normal es que quieran controlarlo para tener dos puntos de acceso. Si lo destruyen solo les quedará uno, y se meterán en una lucha interminable por este pequeño planeta. Nuestro transportador está en un lugar muy seguro.
Hubo un momento de pausa.
-Cumple las órdenes y mantenme informado, y no me falléis. Ya sabéis cuál es el castigo.
El subordinado con cierto temblor asintió con la cabeza marchándose del lugar.

Antonio había vuelto al piso franco, encontró a Aedeon esperándole. Informó de todo lo sucedido en su misión.
-Deberíamos de habernos enterado de la situación de tu vivienda, esa puerta si estuviera en condiciones nos habría dado una gran ventaja. Ahora estarán controlando la casa para intentar capturarnos -razonó Aedeon con un gesto de preocupación.
-Yo no vi a nadie sospechoso -habló Antonio.
Aedeon le hizo un gesto despectivo con el brazo por ese comentario tan tonto.
-Seguro qué saben que estuviste allí.
-¿Y por qué no me detuvieron o mataron? -preguntó Antonio abriendo los brazos en un gesto de no entender nada.
-No sabemos cuales son las intenciones del enemigo ni qué pretenden. Como tú comprenderás no estamos en todas partes para saberlo todo. Quizás quieran capturarnos, quizás quieran el transportador que tenemos en nuestro poder, quizás quieran … ¡yo qué sé! Al ser otra clase de seres su mentalidad es distinta.
Estaban sentados en la sala, se quedaron un momento en silencio reflexionando sobre los siguientes pasos a dar.
-Deberé de llamar para que alguien me arregle la puerta para poder entrar -pensó en voz alta Antonio-, y creo que el dinero no será un problema. Deberemos de actuar con cautela sin levantar sospechas de nadie, pienso que en este caso debemos de ir los dos. La policía sabe que mantengo una relación de pareja así que si apareces no se extrañará nadie.
Antonio se sacó la tarjeta que el vecino le había ofrecido y se la entregó a Aedeon. Ella la leyó rompiéndola en varios pedazos después.
-¿Qué haces? -exclamó Antonio sorprendido.
-No te fiarás de una tarjeta dada por alguien que no conocemos del todo, ¿verdad? Desconocemos cuáles son sus intenciones o sus intereses, mejor contactar con alguien al azar. Es menos peligroso.
Antonio se quedó sorprendido por la afirmación de Aedeon.
-Está bien -habló Antonio-. Creo que tienes razón, contactaré con algún técnico que me pueda ayudar a conectar la puerta. Tendré que buscarlo en la consola.
Antonio salió del comedor dirigiéndose a la consola a contratar los servicios de algún técnico.

-Pues aunque no lo creas, se estropean más puertas de las que crees, tío -comentó el técnico.
Antonio le miraba atento bastante tenso por la situación aunque los dos operarios que había allí reparándolo la puerta no se diesen cuenta de ello, Aedeon estaba separada unos cuántos metros mirando también lo que hacían. El operario que le había hablado a Antonio había desmontado el lector y estaba arrancado los cables por todo el pasillo mientras que el otro estaba sacando los cables nuevos que iban a colocar.
-Esta avería es bastante gorda, tío -volvió hablar el técnico-. Ya he desconectado todo y tenemos que poner cableado nuevo desde la toma inicial.
El cableado viejo estaba tirado en el suelo con todo el yeso de la pared, el operario lo apartaba a patadas. Una de las puertas de los vecinos se abrió saliendo una mujer, Aedeon tensa la miró con atención.
-Buenos días -dijo la vecina tímidamente.
-Hola -fueron respondiendo alternativamente Aedeon, los operarios y Antonio mientras la mujer se iba por el pasillo, entró en el ascensor desapareciendo mientras la puerta se cerraba.
Los operarios que se detuvieron brevemente siguieron con su trabajo.
-El otro día, tío, tuvimos que colocar cableado a toda un pasillo de vecinos. Algún vecino cabreado había cortado los cables, tío. También se suelen quemar, ¿sabes, tío?
Antonio gesticulaba con la cabeza impaciente mientras miraba por la salida de los pasillos, Aedeon también vigilaba.
Varios minutos de desesperante espera después por parte de Antonio y Aedeon los operarios colocaron los cables, pero estaban desnudos y sin conexión con un lector. El segundo operario empezó a tapar los cables con cierto engrudo que Antonuio desconocía aunque él no tuviese ni idea de lo que estaban haciendo. El primero se dirigió a su maleta de trabajo, empezó a hurgar en ella.
-¿Dónde estás, tío? -preguntó impersonalmente el operario.
Al final sacó una caja que contenía el lector, esperó a que su compañero terminase el trabajo empalmando el lector con los cables. Lo colocaron todo en la pared tapando todos los cables con el engrudo dejando solo el lector a la vista, Antonio cada vez se aceleraba más mientras Aedeon se mantenía impertérrita.
-Dígame su número, tío.
-Cuatro, seis, cero … ocho, dos, nueve … cero, cero, uno … eme, jota, zeta … -respondió Antonio mientras el operario introducía los datos.
El operario dio un paso atrás apartándose del lector, observó lo que hacía el lector. El lector empezó a emitir pitidos cambiando de colores, Antonio y Aedeon no le perdían ojo. Finalmente se detuvo con un color rojo, apagándose.
-Bueno, ésto ya está tío. Ponga la mano y entre en su casa, tío.
Los operarios empezaron a limpiar y a recogerlo todo como si tal cosa. Antonio se acercó al lector poniendo una de las manos temblorosa encima, el lector segundos después se puso verde abriéndose la puerta. Antonio sorprendido empujó levemente la puerta queriendo entrar, pero sin darse cuenta de ello Aedeon entró antes que él. Antonio pensando un momento se dio media vuelta.
-¿Alguna cosa más, muchachos? -preguntó.
-No, no nada más tío. Limpiamos todo ésto y nos vamos, vaya dentro con su esposa, tío. Veo que tienen prisa -habló el operario guiñándole el ojo.
Antonio sin nada más que decir entró cerrando la puerta echando todas las llaves posibles, y como un poseso se dirigió hacía la habitación del espejo. Caminó por una casa a la que se notaba la falta de limpieza. Allí encontró al transportador, y enfrente de él a Aedeon.
-¿Y ahora qué? -preguntó Antonio descolocado por la celeridad con la que ocurría los acontecimientos.
-¿Ahora? -exclamó Aedeon extrañándose por la pregunta- Ahora vamos a cargarnos este aparato, y volver al transportador nuestro para seguir a por el otro según el plan. ¡Ven aquí y empieza a teclear el mando!
Antonio nerviosos y acordándose de lo que le sucedió la última vez que estuvo enfrente de ese espejo se acercó a ella poniéndose los dos enfrente de él. Sacándose el mando del bolsillo del pantalón empezó a teclear las órdenes.  De vez en vez miraba al espejo observando cómo fluctuaba, tenía la sensación de que el espejo sabía lo que iba a suceder pidiéndole clemencia. Siempre tenía sensaciones raras con esos aparatos, siempre sentía esa extraña atracción …
-¡Deja de mirar al aparato y acaba ya de una puta vez! -chilló Aedeon totalmente nerviosa y con una cara de gran gravedad.
Antonio se sorprendió por la exclamación de Aedeon ya que era la primera vez que la oía hablar en esos términos. En unos dos minutos terminó de teclear las instrucciones.
-¡Ya! -dijo Antonio mirando a Aedeon, y el espejo se activó engullendo a los dos y llevándolos a otro lugar.

-Lo han neutralizado -habló uno de los subordinados del anticuario.
-No le va a gustar nada lo que ha sucedido a los superiores -dijo el compañero poco después mientras observaban el espejo..
-Sí. Pero son ellos los que han fallado en sus predicciones, no nosotros.
Los dos subordinados estaban en la vivienda de Antonio observando fijamente un espejo inservible totalmente ennegrecido que no reflejaba ninguna imagen, parecía que absorbía toda la luz de su alrededor sin emitir ni reflejar absolutamente nada.
-Vayámonos a comunicarlo a nuestros superiores, aquí ya no hacemos nada -dijo uno de ellos dos.
Temerosos e intranquilos por lo que pudiera pasar sin hacer ningún gesto, sin emitir un solo sonido, salieron de la vivienda pausadamente cerrando la puerta al marchar dejando atrás un espejo inútil.

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