Espejos. Capítulo 12.

Espejos.

Capítulo 12.

La prisión.

Un instante después se materializaron en otro lugar, Antonio se sentía mareado de lo brusco que fue el viaje. El acompañante también se dobló un poco por la cintura del mareo que sintió instantes después, Antonio se recompuso poco a poco mirando a su alrededor. Se encontraban en una sala enorme, espaciosa y bien iluminada a pesar de no poder ver ninguna clase de iluminaria. Le llamó la atención la altura del techo, muy elevado, altísimo. Todas las paredes eran de una piedra gris pulcramente tallada y perfectamente ajustada, por lo demás sentía mucho frio en esa estancia. Se desplazó un poco por el recinto para observar todo mejor, se percató que no había ninguna puerta de salida, y que el único objeto que había en toda la sala era el espejo a parte de ellos dos.
-No te alejes, nos vamos ahora mismo -ordenó el acompañante ásperamente.
Antonio se fijó con detenimiento en aquel ser humano, porque su rescatador era un hombre. Sus ojos marrones observaban con detenimiento el mando, las grandes manos y delgados dedos tecleaban con gran habilidad las instrucciones necesarias para tenerlo todo bajo control, como un pianista manejando el teclado del piano. Por lo demás era un hombre alto y corpulento, vestía todo de negro.
-Tengo que darte las gracias por lo que has hecho, llegaste en el momento oportuno -habló Antonio.
Su rescatador no respondió ni le miró, ni siquiera se inmutó, tenso seguía manejando el mando.
-¿Cómo te llamas? Porque supongo que tendrás un nombre -preguntó Antonio.
El hombre tardó en responder.
-Bien, parece que no nos sigue nadie -habló en voz alta relajándose notablemente.
El hombre siguió con su labor sin responder a la pregunta, Antonio percatándose de la situación decidió que lo mejor era estar callado, se miró las manos viéndose algún pequeño corte. El acompañante, que no le perdía de vista, se fijó en sus gestos.
-¿Te has cortado? -preguntó.
-No, no. No es nada grave.
El acompañante se dirigió hacía él guardándose el mando en uno de los bolsillos de la chaqueta, le agarró de las muñecas con brusquedad y le observó las manos una a una.
-Sobrevivirás, no es nada serio -comentó el hombre de negro.
Antonio molesto por las formas del hombre se deshizo de su agarre de malas maneras.
-Vale, vale, le trataré mejor la próxima vez … señorita -habló socarronamente el acompañante levantando las palmas de las manos en un gesto burlesco de perdón.
El hombre se apartó de Antonio, se dirigió hacía el espejo sacándose el mando del bolsillo volviendo a su trabajo. Minutos de espera después el hombre con un gesto indicó a Antonio que se acercase, iban a a partir. Antonio así lo hizo, y resignado esperó al lado de aquel hombre. El acompañante sujetó el mando con una mano a lo largo del cuerpo mirando en todas direcciones dentro de la sala comprobando cómo se encontraba el lugar. Cuándo se quedó satisfecho miró un instante de soslayo a Antonio con cierto mirada de desprecio, tecleó las instrucciones en el mando y el transportador se volvió a activar.

El viaje fue menos brusco que la última vez, aparecieron en otra sala tan grande como la anterior pero totalmente distinta. Antonio miró a su alrededor quedándose sorprendido por lo que veía, el cambio de un lugar a otro fue sorprendente. Curiosamente y por primera vez Antonio observó distintos tipos de seres alrededor del transportador lo suficientemente alejados cómo para que no les afectase las activaciones del espejo. Estaban todos de pie realizando ciertos actividades que Antonio  no entendía sin dar la menor importancia a los viajeros que habían aparecido escupidos por el espejo. Antonio miró a su acompañante que en ese momento miraba a su alrededor buscando a alguien mientras se guardaba el mando en uno de los bolsillos que se encontraba en su chaqueta negra.
-¿Dónde estamos? -preguntó nerviosamente Antonio.
El acompañante que no le había dicho su nombre seguía observando.
-Estamos en la entrada de la Central, así llamamos a nuestra organización -respondió-. Para evitar males mayores hemos tenido que ir a buscarte porque era demasiado riesgo dejar que te capturasen. Sabes demasiado, y además no haces lo que debes.
El acompañante cogió del brazo a Antonio con firmeza llevándoselo de la sala, se dirigieron a una puerta que llevaba a un pasillo. El hombre tenía una zancada grande y amplia, y a Antonio le costaba bastante seguir su paso. Atravesaron el pasillo lo que les llevó a otra sala que así mismo llevaba a otros tantos pasillos por otras puertas que permanecían abiertas, Antonio tuvo la impresión de que todo era un laberinto. Al llegar a cierta sala se detuvieron quedándose en el centro enfrente de un mostrador manejado por tres seres que no parecían humanos, nadie decía nada ni siquiera les miraban. Antonio se encontraba desconcertado, se sentía solo y desamparado por primera vez desde que empezó todo … “No puedo ser tu niñera” … recordó las palabras de Aedeon. Hasta ese preciso momento no se dio cuenta de lo que significaban esas palabras.
Antonio turbado y confuso en un arrebato de impotencia salió corriendo del lado de su acompañante hacía uno de las puertas que había en la sala pretendiendo escapar, antes de que llegase a la puerta de una sola hoja ésta se cerró de arriba abajo silenciosamente. Viendo que no podía escapar por esa puerta se dirigió hacía la siguiente, ocurrió lo mismo y así todas las veces con todas las puertas, hasta seis. El acompañante se quedó en el centro de la sala quieto e inmutable observado lo que Antonio hacía, los seres que estaban en el mostrador dejaron brevemente lo que estaban haciendo mirando fijamente a Antonio. Nadie se movió, nadie dijo nada. Antonio se quedó abatido, y con cierto sentido del ridículo.
-¡Ven aquí! -gritó el acompañante autoritariamente.
Antonio dándose por derrotado y respirando aceleradamente se dirigió hacía dónde estaba el acompañante arrastrando los pies. Se colocó a su lado esperando alguna clase de castigo o reprimenda, el acompañante le miraba con los ojos encendidos y furioso. Su pelo rubio oscuro le daba un aspecto bastante fiero, se lo quedó mirando unos momentos buscando las palabras que debía decirle. Los seres del mostrador volvieron a su trabajo mientras los dos hombre esperaban, el acompañante miró hacía el mostrador.
-¿Qué pretendías hacer? -preguntó sin mirar a Antonio-. ¿Quieres escapar? ¿A dónde? ¿Con qué? No tienes ni la más mínima idea de dónde estás, ni por qué estás aquí.
Antonio que tenía la cabeza agachada, no dijo nada. Momentos después y una a una las puertas de la sala se fueron abriendo volviendo a su posición anterior, uno de los seres del mostrador miraba a Antonio esperando alguna reacción. Antonio no hizo nada , ni siquiera levantó la cabeza. El ser dejó de observarle volviendo a los suyo, los dos siguieron esperando. Antonio se impacientaba, sabía que se había equivocado al actuar cómo actuó poniendo en peligro su vida, y quizás la de alguien más.
De vez en vez por las puertas de la sala aparecían distintos seres que se dirigían a otros lugares atravesando la estancia. Nadie decía nada, nadie saludaba a nadie, nadie mostraba la más mínima sorpresa. Minutos después de aburrida espera uno de los seres levantó la cabeza mirando al acompañante.
-Quédate aquí, y no hagas tonterías -ordenó a Antonio, éste asintió con la cabeza.
El acompañante con paso firme se dirigió hacía el mostrador, empezaron a hablar. Antonio desde dónde estaba situado no escuchaba nada de lo que decían, observaba con cuidado todos y cada uno de los movimientos y gestos de los que allí estaban no llegando a ninguna clase de conclusión. La charla entre el acompañante y el ser se alargó durante unos minutos. Al acabar la charla el acompañante, que no soltaba prenda sobre su nombre, se dio la media vuelta con gesto reflexivo mirando al suelo. Había cambiado el paso siendo este más corto, anduvo hasta Antonio quedándose justo enfrente de él. Se quedó quieto un momento, levantó el rostro y miró a Antonio, movió la cabeza en un gesto de desaprobación como si no estuviera de acuerdo con algo.
-Ven conmigo -ordenó.
Antonio sin decir ni palabra y viendo que no tenía ninguna opción mejor se dejó hacer. Anduvieron un buen rato entre pasillos y salas, algunas vacías otras no. Se cruzaron con muchos seres que Antonio desconocía que existiesen, algunos eran seres humanos o éso creía por lo menos. Observaba de vez en cuando a su acompañante para entender que era lo qué pasaba y que era lo qué iba a suceder, pero no decía ni palabra. Cogieron algún ascensor para cambiar de nivel.
-Es un lugar realmente grande -pensó Antonio.
-Tan solo te llevo al lugar dónde permanecerás en este recinto hasta que decidan lo que quieren hace contigo -habló el acompañante sorpresivamente como si leyera los pensamientos de Antonio-. Lo que ocurra contigo no es asunto mio, no es nada personal.
Finalmente llegaron a un pasillo enorme y ancho con multitud de puertas, se detuvieron los dos delante de una de las puerta. La puerta se abrió mostrando lo que había dentro, una habitación sin ventanas y con una sola puerta de acceso, Antonio se dio cuenta que era una celda. Con un gesto del brazo el acompañante indicó a Antonio entrase, Antonio resignado y abatido así lo hizo entrando él solo quedándose el acompañante fuera. Al entrar dentro de la celda la puerta se cerró detrás de él fundiéndose con la pared poco después no quedando ningún rastro de ella. Antonio estaba encerrado en una celda sin ninguna salida, la prisión perfecta. Una vez dentro se sentó encima de la cama que había allí con la cabeza agachada esperando su suerte.

-Nos faltó poco para capturarle -habló el anticuario a otro ser parecido a él-, debemos de ser más rápidos y decididos.
-A pesar de su torpeza se le notaba entrenado, sabía como actuar bloqueando la puerta retrasándonos -respondió el subordinado-. Cuando conseguimos acceder al interior del lugar ya no había nadie, estaba vacío. Alguien llegando desde el transportador se lo llevo, no dejó rastro alguno. Además, nos tuvimos que marchar inmediatamente ya que llegaban más humanos
-Sí, tuvo suerte de que alguien le llegara a socorrer desde el transportador -habló el primero-. No sé como pudo desmontar el cristal que defendía el transportador sin romperlo a pesar de la presión, estos humanos son verdaderamente ingeniosos.
-¿Cómo pudo recibir ayuda tan rápido? -preguntó el subordinado
-Creo que ya lo sabes -respondió con un ademán de aversión-. Si sabes de la existencia de un transportador, y queda desbloqueado para su uso puedes llegar hasta él. Solo es cuestión de que alguien esté controlando ese transportador, y llegar al lugar. Probablemente estarían vigilando, y aunque dejen rastro es mejor no seguirlos.
El subordinado pronunció unos sonidos que no eran humanos.
-¡No hables así! -gritó el anticuario-. Nunca nos pueden descubrir, y toda cautela es poca. Además las órdenes son de no seguirlos ya que si les seguimos a saber que clase de trampas nos pueden llegar a colocar. Ahora debemos controlar a la hembra.
-De éso te quería hablar -habló el subordinado con cierto temor-. La hemos perdido, no sabemos dónde está. Creemos que escapó por otro transportador.
El anticuario al oír la afirmación de su subordinado gritó de una manera terrible pegando un golpe con uno de sus brazos encima de la mesa que había en la tienda de antigüedades partiéndola por la mitad. El subordinado dio un paso atrás evitando cualquier accidente. El anticuario se calmó recuperando la compostura.
-Ha escapado, ¿has dicho? -preguntó el anticuario, el subordinado asintió con la cabeza sin decir nada-. Entonces deben de tener otro transportador aunque encontrarlo será muy complicado, por lo menos aparte del que tenemos nosotros controlamos el de este ser humano, ya son dos de momento. Nunca pensé que llegasen a dar tantos problemas, son impredecibles.
-¿Qué hacemos ahora, señor? -preguntó el subordinado.
-Controlar y vigilar el uso del transportador recuperado, de momento lo dejaremos ahí dónde está. No pueden recuperarlo o destruirlo bajo ningún concepto ¿Queda claro?
El subordinado asintió con la cabeza.
-También debemos de encontrar ese tercer transportador para poder bloquearles en este planeta. Probablemente no se lo esperen, el transportador más cercano fuera de este planeta se encuentra a muchísima distancia en esta galaxia, y ya sabes que no disponen de naves espaciales. Así que, ¡empezad todos!
El subordinado volvió a asentir con la cabeza saliendo de la tienda a cumplir las órdenes. El anticuario soltando un bufido se quedó solo en la tienda pensativo.

Pasaron la jornadas. Antonio había perdido la noción de los días y del lugar, no sabía el periodo transcurrido desde que entró a la celda y menos aún en que universo ni lugar de los universos estaba. Recibía la comida regularmente y dormía cuando tenía sueño, no tenía que hacer nada más. Había una pantalla que se encendía cuando menos se lo esperaba apareciendo seres humanos que no conocía de nada interrogándole sobre cualquier asunto aunque éste no viniese al caso. Pensó que se trataba de alguna clase de tortura mental, se encontraba ciertamente confundido y desorientado. Los hechos sucedidos desde que compró aquel espejo le atormentaban una y otra vez en su mente, había perdido toda esperanza de rescate. La ociosidad que sufría Antonio era total no pudiendo hacer ninguna clase de ejercicio de lo pequeña y estrecha que era la celda. Siempre se tumbaba en la cama mirando al techo intentando apaciguar su cabeza.
Cuando ya no esperaba nada de nada y creyendo que se habían olvidado de él de improvisto la puerta de la celda se fue materializando poco poco. Antonio observó el fenómeno sorprendido, poco después de que la puerta se formase en la pared ésta suavemente y en silencio se abrió. Antonio lentamente se incorporó de la cama poniéndose de pies mirando hacía la salida, había perdido la noción del tiempo y del espacio. No sabía si en el exterior estaban del derecho o del revés si es que él pudiese definir dichas coordenadas. Esperó unos momentos a que entrase alguien pero nadie apareció, decidió andar hasta la salida y desde dentro de la celda mirar hacía afuera. Observo que había alguien afuera esperándolo, no lo reconoció. Asomó la cabeza tímidamente para poder notarlo mejor.
-¿Qué te ocurre? -preguntó el hombre-. ¿No te acuerdas de mi?
Antonio se quedó mirando a aquella persona durante unos momentos y en un instante recordó a aquel hombre, era el acompañante que le llevó hasta la celda.
-Nunca me dijiste tu nombre -habló Antonio que seguía dentro de la celda.
-Manu … Manu García -respondió cordialmente- Tienes que salir y venir conmigo, no hemos acabado todavía.
Antonio se miró a si mismo dándose cuenta del aspecto tan horroroso que tenía, no estaba lavado ni afeitado siquiera. Comparado con Manu que vestía todo de negro como la más profunda de las noches parecía un pordiosero. Antonio le miró preguntando si de esa manera debía de ir.
-No te preocupes por tu aspecto, éso es lo de menos -habló Manu-. Van a decidir qué hacer contigo y acabar con todo ésto.
A Antonio se le formó un nudo en la garganta.
-Creo que lo peor a pasado. Vamos te ayudaré a salir, es duro salir de esa situación. Lo sé -dijo Manu amistosamente.
Manu se acercó a la entrada de la celda tendiendo la mano a Antonio que la miró con desconfianza. Manu acercó más la mano a Antonio ofreciéndosela con firmeza, y con una sonrisa en la cara. Finalmente Antonio asió la mano de Manu que de pronto lo sacó con fuerza de la celda, al salir chocó con el cuerpo de Manu pero éste supo amortiguar el golpe.
-Sí, creo que una buena ducha no te vendría nada mal -habló Manu.
La puerta de la celda se cerró detrás de Antonio que temblaba de la impresión, encogido comenzó a dar unos pasos tímidamente. Manu apoyando una de sus manos en el hombro de Antonio le invitó a caminar indicándole por donde debían de ir, Antonio así lo hizo. Mientras caminaban Antonio se percató del cambio de carácter y de talante de Manu, ya no mostraba esa cara severa y de desconfianza que tenía cuando le rescató en aquel momento de apuro. Por el contrario, se le veía afable y cordial. Esta vez no caminaron tanto, se pararon en una sala enfrente de una gran puerta metálica que permanecía herméticamente cerrada.
-Tranquilo, esta vez no esperaremos tanto -habló Manu mirando a Antonio, él mientras seguía estupefacto.
Como si alguien estuviese escuchando y sin previo aviso un fuerte rechinar metálico indicó que la puerta empezaba a abrirse. La doble hoja de la puerta se fue separando por el centro hacia los lados torpemente aparentando mover un gran peso. Cuando la puerta estaba por la mitad y podía pasar una persona Antonio quiso entrar, pero Manu agarrándole del brazo le retuvo.
-Espera a que la puerta esté abierta del todo -habló Manu-. Eres muy impulso y no demasiado reflexivo.
Antonio se quedó quieto mirando la puerta y esperando. La puerta se siguió deslizando y rozando por todas partes en su movimiento hasta que un gran ruido indicó que se había quedado encajada en los lados de las jambas, después el silencio. Manu empezó a andar con parsimonia hacía la entrada de esa enorme puerta empujando a Antonio por la espalda para que fuese con él, entraron los dos a la vez. Una vez dentro Antonio observó que el centro de la sala estaba iluminado por una potente luz que cegaba todo a su alrededor, no veía nada más excepto ese potente rayo de luz. Llegaron los dos al centro de la luz situándose en el centro de un círculo rojo pintado en el suelo justo del tamaño de la luz. Una vez colocados ahí Antonio vio que la luz que les bañaban no permitía ver nada más de lo que había en ese lugar, cegaba la estancia entera.
-¡Suerte! -le deseó Manu dándole una palmada en la espalda, después se marchó dejando a Antonio solo en el círculo.
Antonio se quedo quieto esperando su sentencia, o eso era lo que él creía. Pasaron los segundos.
-¡Antonio Twinwe! -sonó una voz grave y profunda que venía de todas partes.
Antonio se puso rígido, casi no respiraba.
-Este Órgano Regulador del Consejo Central después de una exhaustiva investigación y amplia deliberación ha llegado al acuerdo de que usted, Antonio Twinwe, no es responsable de ningún acto grave -habló la misma voz con severidad.
Pasó un momento en silencio mientras Antonio sudaba.
-Sin embargo … este órgano le considera responsable de ciertos hechos leves que deben de ser subsanados de la manera más eficiente posible. Su falta de responsabilidad y de cuidado a la hora de realizar ciertas misiones dejan en entredicho su aptitud y actitud para poder acceder a esta organización. De ahora en adelante cada error que cometa será juzgado y severamente castigado -habló la voz.
-¡No es un juicio justo! ¡No he tenido defensa! -gritó Antonio.
Su voz retumbó como un eco por toda la estancia, se quedó asustado por el efecto.
-No tiene derecho a hablar en esta causa ni en ninguna otra que a futuro le corresponda -habló la voz de una mujer-, sus actos son su mejor defensa. Aquí no necesita nada ni nadie que le defienda, así juzgamos en este Consejo. Le trasladaremos a unas instalaciones para que reciba la información pertinente sobre sus actos y poder subsanar las faltas. Le comentamos que en el caso de reincidencia el castigo será mayor y más severo. Éste es nuestro veredicto.
La luz que bañaba a Antonio cambió del blanco a un verde pálido pero con el mismo brillo. Antonio se encontraba derrotado, no sabía que más le podía pasar. Estuvo quieto debajo del foco de luz que no daba calor sin saber que hacer ni a dónde ir. Sin esperarlo Manu apareció de golpe en el centro del foco, no sabía cómo pudo llegar hasta ahí sin verle.
-Venga vamos, yo te llevaré -habló Manu.
Volvió a ponerle la mano en el hombro sacando a Antonio del lugar. Cuándo salieron Antonio escuchó como las enormes puertas se empezaban a cerrar con estrépito, no miró hacía atrás. Cuándo ya estaba por uno de los pasillos andando acompañado de Manu escuchó el estruendo del cierre final como un seria advertencia de lo que podría llegarle a pasar. Los dos andaban por una zona que a Antonio no se le hacía reconocible.
-¿No volvemos a la celda? -preguntó Antonio con un hilillo de voz.
-¿Celda? -respondió Manu sorprendido-. Éso en lo que tú estabas no era una celda aunque así lo pienses, no tienes ni las más remota idea de lo que es aquí una celda … y espero que no lo sepas nunca.
Después de andar por salas y pasillos atravesaron una última puerta que accedía al exterior de la instalación. Antonio se maravilló de lo que vio, un vasto espacio abierto se mostraba ante él. Miró al cielo y observó como una cúpula de cristal lo cubría todo, era tan inmensa la cúpula que no podía lograr ver dónde se iniciaba o dónde se acababa
-¿Qué es ésto? -preguntó Antonio.
-Mi casa, mi hogar y espero que a partir de ahora sea el tuyo -respondió Manu con un nudo en la garganta.
Nada más salir se dirigieron hacía un lugar dónde había varios vehículos aparcados, Manu señaló uno de los vehículos invitando a Antonio a subir a él.
-Por ahí no -habló Manu-, por la puerta del otro lado. Conduzco yo.
Antonio viendo su error se dirigió a la otra puerta del vehículo abriéndola y accediendo a su interior. Le pareció que el vehículo era como cualquier otro vehículo de su universo, Manu entró poco después arrancando el vehículo y poniéndolo en marcha. Suave suave empezaron a moverse.
-Antonio, ¿te gusta la velocidad? -preguntó Manu.
-Pues no … no demasiado -respondió cohibido.
¡Pues a mi me encanta! -chilló Manu pisando una palanca y acelerando bruscamente el vehículo a toda potencia, Antonio se pegó la espalda al asiento del acelerón conteniendo la respiración brevemente.

El viaje duró mucho tiempo, Antonio no pudo calcularlo porque no tenía con qué. A pesar de la velocidad observó ciertas estructuras que parecían urbanizaciones en las que vivían distintos seres, creyó llegar a ver incluso algunos espejos a lo lejos. El vehículo fue bajando de velocidad hasta llegar a una serie de edificios que le recordó a los barrios de su ciudad y su universo. Se sintió apenado al rememorar esos lugares. El vehículo se detuvo en medio de una especie de parque, un lugar lleno de árboles, arbustos, matojos, plantas y otra clase de vegetales que desconocía por completo.
-Ya hemos llegado, salgamos -habló Manu desconectando el vehículo.
Manu salió del vehículo con gran habilidad, Antonio lo hizo con cierta parsimonia. Cuándo Antonio se quiso dar cuenta Manu como una flecha ya le estaba flanqueando el paso. Manu con un gesto le indicó por donde ir, empezaron a caminar. Antonio sentía la brisa del viento y el calor del sol a pesar de estar dentro de una especie de cúpula, de vez en vez miraba hacía el firmamento y veía esa especie de techo acristalado del que no lograba ver dónde se iniciaba o terminaba, le dada la impresión de que todo el cielo del planeta estaba formado por un techo de cristal si es que estaba en un planeta. Andaban por el medio de un parque sin un camino definido, Manu abría la marcha Antonio iba detrás. Sus pasos les llevaron a un conjunto de viviendas que hacía las veces de una especie de barrio residencial. Se veían a seres humanos por el lugar con diferentes quehaceres, cerca de los edificios junto a la entrada había alguien de pies mirando hacia ellos. Los dos siguieron caminado hasta llegar a su lado, Manu le extendió la mano a manera de saludo.
-¿Cómo estás? -preguntó Manu-. Me alegro de verte, mucho tiempo sin saber de ti.
La otra persona le miró, pero no le respondió después se quedó mirando a Antonio con gesto contrariado. Manu apartándose a un lado permitió que se vieran.
-Bueno, aquí lo tienes -habló Manu-. A partir de ahora es cosa tuya, y tú muchacho cuidate … y no hagas tonterías.
Manu dio a Antonio una palmada en la espalda, y se marchó por dónde vino dejando solo a Antonio con su siguiente acompañante. Antonio se quedó mirando a la persona que tenia delante sin decir ni palabra en cierto modo se lo esperaba.
-¿Qué va a pasar ahora? -preguntó Antonio-. No sé dónde estoy, ni el tiempo que ha pasado, ni nada de nada. ¿Qué queréis que haga?
La persona que tenía delante le observo con detenimiento, se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la entrada de los edificios, Antonio agachando la cabeza fue detrás sin rechistar.

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