Espejos. Capítulo 4.

Espejos.

Capítulo 4.

Llamadas.

La vida de Antonio continuó sin ninguna clase de sobresalto los días posteriores, se encontraba contento habiendo casi olvidado los problemas con la compra. Se leyó el manual de uso de cabo a rabo detenidamente, tan solo llegó a una conclusión clara … no debía de tocar el espejo bajo ningún concepto. Cuándo tenía algún rato libre entraba en la habitación del espejo y miraba su imagen reflejada. Siempre era distinta a la vez anterior, se veía a si mismo pero con sutiles diferencias. Lo que observaba en el reflejo del espejo era su propia imagen vestido de otras maneras e incluso con otros peinados, el fondo se difuminaba demasiado como para saber que era lo que mostraba la imagen quedando sin formas ni definición. Se divertía viéndose a si mismo vestido con otros ropajes, el único inconveniente es que salía bastante mareado. Recordó que el manual le contaba que no debía de exponerse demasiado al espejo durante muchos días, ni mucho tiempo. Así lo hizo y fue alternando los días de visita al espejo, aquello ya era como un pasatiempo para él.
Varias semanas después recibió una llamada.
-Hola, ¿dígame? -respondió Antonio algo ufano.
Llevaba un auricular con un pequeño micrófono en la oreja, no hubo respuesta del otro lado el silencio era completo.
-Dígame, ¿quién llama? … … ¿Hola? … … -volvió a responder.
Esperó los segundos de cortesía correspondientes y fue a colgar la llamada.
-Tenga mucho cuidado con su última adquisición, le han engañado –escuchó una dulce voz de mujer por el pequeño auricular-. Ese objeto no es lo que cree qué es, se trata de una herramienta muy peligrosa. Tenga mucho cuidado con su uso, y sobre todo no toque el espejo. Le estamos vigilando, no tema. Seguiremos en contacto, confíe en nosotros.
-¡Oiga! ¿Quién llama? -respondió alterado Antonio-. ¿Qué es lo que dice? ¡Oiga! … ¡Oiga!
Antonio esperó alguna respuesta del otro lado de la linea, pero ya habían colgado. Se quedó mirando la pared con la mirada perdida totalmente desconcertado ya que esta clase de llamadas no eran las habituales. Pasó unos días tan temeroso por la llamada que no se atrevía a entrar en la habitación del espejo. Finalmente volvió a entrar en la habitación observando que todo seguía igual olvidándose paulatinamente del asunto.

Unas semanas después de la extraña llamada y cuándo la noche caía sobre la ciudad, se encontraba como cualquier otro día trabajando en el estudio. Le envolvía una música agradable, se hallaba concentrado con el trabajo de su tesis avanzando con paso firme. En cierto momento empezó a notar como poco a poco el vello de la piel e incluso el pelo de la cabeza se le erizaba, se quedo mirando su brazo asombrado por tal extraña situación. Parecía que todo a su alrededor se cargaba eléctricamente, dejó de sonar la música quedando un sospechoso silencio; la pantalla de la consola empezó a fallar, las luces del estudio tintinearon apagándose finalmente. Solamente se mantenía funcionado la pantalla de la consola que permanecía encendida, pero estaba en blanco, el silencio era total. Poco después y sin previo aviso, un fogonazo sordo de color blanco brillante salió de la habitación del espejo. El susto que se llevó Antonio fue brutal. Se quedó momentáneamente deslumbrado, se llevó las manos a la cara frotándose los ojos para intentar recuperar la vista. Segundos después veía con cierta normalidad, tenía el pulso acelerado y la respiración agitada, le temblaba todo el cuerpo. Percibió que todo a su alrededor había vuelto a la normalidad instantáneamente como si no hubiese sucedido nada. La música sonaba, la pantalla de la consola funcionaba perfectamente e incluso las luces iluminaban sin problemas, estaba desconcertado no comprendía nada de lo que había ocurrido.
Sin apenas recuperar la compostura y con cierta dificultad se levantó de la silla de la consola, y con auténtico terror se dirigió hacía la habitación del espejo. La puerta de la habitación del espejo permanecía abierta aunque no recordaba si la había cerrado o no. Encogido por el momento vivido se quedó mirando con cara de pánico el interior de la habitación desde el pasillo, la negrura dentro era total. Dio un paso y apoyándose con un brazo en el quicio de la puerta estiró el otro brazo agitándolo dentro de la habitación para que la luz se encendiese sin entrar dentro, después de varias braceadas se encendió aunque no sin cierto sobresalto por su parte. Miró desde fuera a todas partes de la habitación, y no vio nada que le fuese extraño. Entró a la habitación y miró el espejo, como de costumbre vio su imagen toscamente reflejada en él tal y como habitualmente ocurría cada vez que entraba. Sin entender nada de lo vivido se sentó sobre el suelo entarimado de la habitación encogiéndose e intentando calmarse por lo ocurrido, al fin y al cabo solo era un historiador. Cuándo por fin logró calmarse dejando de temblar casi del todo se puso de pies observando con detenimiento el espejo, no encontró nada que le pareciese fuera de lo normal. Observó todas las paredes de la habitación no encontrando nada extraño, se puso los brazos en jarras levantó la cabeza y miró hacía el techo donde estaban las luces encontrado dos de los focos quemados. Se dobló por la cintura colocándose las manos en las rodillas cogiendo aire terminándose de relajar.
-¡Joder! ¡Que puto susto! -exclamó.
La tensión y el sobresalto le llevó a perder la compostura, se puso derecho y volvió a mirar al techo observando los focos. Estaban fundidos y algo quemados.
-Mañana cambiaré los dos focos fundidos –habló para sí con alivio– Tendré que tener más aplomo, no es para tanto.
Se retiró de la habitación cerrando la puerta algo más aliviado, pero dentro de sí sabía que lo ocurrido no lo provocaban dos focos fundidos.

Al día siguiente todavía con el susto en el cuerpo entró con una escalera a la habitación retirando los dos focos fundidos. Los observó con detenimiento percatándose que estaban quemados por dentro. Se llevó los focos a la mesa de la cocina dejándolos encima, seguidamente volvió a la habitación retirando la escalera guardándola en su sitio. Instintivamente cada vez que entraba en la habitación del espejo miraba su reflejo en él, algo que ya entraba dentro de la normalidad. Una vez retirada y guardada la escalera volvió a la cocina, durante unos minutos siguió analizando los dos focos.
-No son como los demás –pensaba mientras miraba cada foco-, que cosa más extraña.
Tenia cara de sorpresa y de no entender nada. Guardó los dos focos en una bolsa, y se preparó para salir a la calle. Una vez preparado y vestido cogió la bolsa con los focos dentro saliendo de su apartamento en dirección a la tienda de recambios. Debía de llevar los focos fundidos y entregarlos, no podía deshacerse de ellos sin más, hacer lo contrario supondría una fuerte multa.
Andaba por la calle despacio como a él le gusta disfrutando de cada paso que daba, al fin y al cabo un historiador no tiene prisa ninguna. Minutos después llegó a la tienda de recambios, se quedó parado justo enfrente de la puerta de la entrada. Extrañamente se acordó de la tienda de antigüedades comparándola con la que tenía en frente. Observó la tienda, ésta era cómo son las tiendas de su época, nada que ver con la tienda de antigüedades. Limpia, luminosa, aséptica, sin escaparates ni mesas con objetos encima, tan solo el mostrador al fondo de la tienda. Dio un paso hacía la puerta abriéndose lateralmente con un siseo, entró con cierto resquemor no entendiendo el por qué. Al entrar la puerta se cerró tras él con otro siseo. La luminosidad era perfecta, temperatura y humedad ideales reguladas automáticamente, nada de polvo, el contraste entre las dos tiendas era brutal. Se dirigió con paso firme al mostrador del fondo, antes de llegar salió una persona por una de las puertas laterales que estaban detrás del mostrador, era una mujer. Antonio al llegar al mostrador dejó la bolsa encima con cuidado, miró a la mujer con atención.
-Hola, buen día –habló Antonio–. Vengo a entregar estos focos y a llevarme unos nuevos. Por alguna circunstancia se me quemaron anoche y aquí se los traigo.
La mujer le observaba a él totalmente inexpresiva, brevemente dirigió su mirada hacía la bolsa.
-¿Puede enseñarme los focos, por favor? -preguntó la mujer dulcemente.
-Sí, claro -respondió Antonio.
Antonio abrió la bolsa, metió las manos dentro y con sumo cuidado sacó los dos focos de uno en uno dejándolos encima del mostrador. Cuando volvió a mirar a la mujer ella le estaba mirando fijamente con sus ojos marrones. Antonio tenía la sensación de que no le había hecho el menor caso a los focos y que solo le miraba a él, se sintió ligeramente turbado.
-Bueno, señorita -habló Antonio-. Aquí tiene los focos …
Antonio miró la plaquita que tenía la mujer en el uniforme justo encima de su pecho izquierdo aunque la vista se le perdió por los dos.
-Aedeon Marie -susurró mientras leía la plaquita-. Curioso nombre, el mio es Antonio Tuinwe … encantado.
Antonio le extendió la mano a modo de saludo, Aedeon totalmente impertérrita le extendió la suya y se saludaron. Era un mano cálida aunque pequeña y fina, el saludo fue breve ya que Aedeon retiró rápidamente la mano. Aedeon dejó de mirar a Antonio fijando su mirada sobre los dos focos. Cogió uno de ellos con bastante soltura, y sin ningún cuidado, colocándole encima de una plaquita que había encima del mostrador. Se quedó quieta observando el foco mientras lo sujetaba.
-No funciona -dijo impertérrita Aedeon.
Retiró el foco de la plaquita observándolo de cerca con detenimiento, después de analizarlo  miró a Antonio extrañada. Dejó el foco encima del mostrador en un lugar a parte, y con el otro foco hizo exactamente lo mismo. Colocó los dos focos delante de ella observándolos alternativamente. Levantó la cabeza de los focos mirando a Antonio, cierto perfume embriagador le llegó a la nariz a Antonio aunque lo llegó a sentir muy profundamente.
-¿Quiere sustituirlos por otros dos iguales? -preguntó Aedeon cortando a Antonio el momento.
Antonio miraba extrañado a la mujer por la pregunta.
-Bueno, por dos iguales o similares -respondió Antonio-. Yo no entiendo de estas cosas. Solo sé quitarlos o ponerlos, tan solo soy historiador no soy operario de mantenimiento, ¿sabe? -acabó de decir con una sonrisa tontorrona.
-Bien, como quiera -comentó Aedeon que seguía con cara inexpresiva.
Aedeon anduvo un par de pasos hasta la mitad del mostrador, y tecleó en la consola las instrucciones pertinentes. Un cajón se abrió en silencio en la pared del fondo del mostrador, Aedeon introdujo los dos focos en el cajón. Empujó suavemente el cajón cerrándose con un clic, inmediatamente después otro cajón se abrió en silencio justo al lado de Aedeon. Ella introdujo las manos y sacó dos cajas de similar tamaño a las anteriores colocándolas delante de Antonio. Volvió a la consola y siguió tecleando, cuando acabó de teclear regresó dónde estaba Antonio que no la perdía ojo aunque llevase el insípido traje de mantenimiento. Un simple pantalón blanco con chaqueta blanca y zapatillas blancas, todo totalmente limpio y lustroso era lo que vestía Aedeon. Aunque le quedaba holgado como dictaban las normas no disimulaba su grácil cuerpo.
-Tenga señor Tuinwe. aquí tiene sus dos focos –comentó Aedeon-. Recuerde pasar por aquí para devolver el embalaje o para cualquier otro problema que le surja.
Aedeon empujó ligeramente las dos cajas acercándolas a Antonio. Él observó las cajas y una a una las metió dentro de la bolsa con sumo cuidado, cuándo las tuvo dentro cerró la bolsa y mirando a Aedeon se despidió.
-Que pase un buen día, señorita -dijo Antonio.
Aedeon le devolvió la despedida con un gesto de la cabeza sin quitarse la inexpresividad de encima. Antonio con una mezcla de turbación y extrañeza se dio la medía vuelta dirigiéndose hacía la puerta saliendo de la tienda, después encaminó sus pasos hacía su domicilio. Aedeon se quedó observándole mientras salia de la tienda, cuándo le perdió de vista impertérrita entró dentro de la tienda dejando el mostrador vacío.

Ese mismo día durante la tarde Antonio trató de ponerse a trabajar en su tesis, los focos ya los había colocado a la mañana nada más llegar de la tienda de mantenimiento, funcionaban a la perfección. Ya se había olvidado del incidente del día anterior aunque le costaba concentrase ya que tenía un nuevo asunto en la mente … Aedeon. La imagen de la mujer no se le quitaba de la cabeza y ese perfume todavía lo sentía por alrededor.
-Antonio, tienes que salir más -pensó-. No puedes encapricharte con la primera mujer con la que te encuentres.
Intentó seguir con el trabajo, pero le fue imposible. La imagen de la mujer con esos ojos marrones redondos y el pelo corto negro como el carbón mirándole fijamente le volvía una y otra vez. Se levantó del asiento dirigiéndose a la cocina, abrió uno de los armarios sacando la caja de las pastillas de café y una taza. Cogió una de las pastillas de café de la caja echándola a la taza, vertió agua y un poco de azúcar, lo dejó reposar tres minutos y la reacción química le produje un perfecto café caliente. Volvió a coger la taza y cerrando los ojos bebió sorbo a sorbo saboreando el aroma del café.
-No puede ser –pensó–, cierro los ojos y sigo con la imagen de esa mujer en mi mente. La volveré a ver mañana cuando devuelva las cajas de los focos.
Con la taza en la mano se dirigió hacía la habitación del espejo. Abrió la puerta y entró, se encendieron las luces automáticamente. Se colocó delante del espejo volviendo a observar su reflejo por enésima vez. Esta vez la situación se la tomó con más calma acercándose lo más que pudo al espejo, incluso llegó a topar con el cristal que lo separaba de él. Miró al detalle su imagen, era él pero las ropas no, se percató que cuanto más se acercaba más nítida era la imagen reflejada. Estiró el brazo que sujetaba la taza, y el reflejo le devolvía unos ropajes con un recipiente que no era la taza. El fondo de la imagen difuso seguía igual de borroso aunque creyó observar ciertas figuras humanas o así le pareció.
-Curioso que nunca sea la misma imagen –hablaba para sí–. Que espejo más extraño.
Estuvo más tiempo de lo habitual, al salir se sintió muy mareado y como si lo que le rodease no fuese real.
-Tengo que tener más cuidado, ¡que dolor de cabeza! -habló como si alguien le estuviese escuchando.

Al día siguiente cambió su rutina, se quedó en casa trabajando intentando recuperar parte del tiempo perdido, todavía le persistía el dolor de cabeza. Después de comer se recostó en el canapé de la sala de la olovisión mirando algunos programas de distintos canales. Pasado el tiempo y visiblemente enfadado se levantó dirigiéndose a su habitación. Se vistió, cogió las cajas de los focos que tenía que devolver y se dirigió a la tienda de mantenimiento a llevar las cajas. Aunque más bien era para volver a ver a Aedeon, no se la podía quitar de la cabeza. Entró en la tienda como el día anterior, al llegar al mostrador esperó a ser atendido. La puerta de dentro del mostrador se deslizó esperando ver salir la figura de Aedeon, pero en su lugar apareció un hombre
-¡Maldita sea! -pensó-. Quizás solo trabaje por las mañanas.
-¿Qué quiere el señor? -preguntó el dependiente.
-Vengo a devolver estas cajas de unos focos que me cambió ayer su compañera -contestó Antonio mostrándole las dos cajas vacías.
El dependiente miró a las cajas y a él con cara de extrañeza, después se dirigió a la consola del mostrador. Miró la numeración de las cajas introduciéndolas en el sistema de la tienda, observó la respuesta en la pantalla.
-Sí, así es señor -habló el dependiente-. Trajo unos focos quemados que fueron cambiados por otros nuevos, pero aquí hay algo extraño. Está mi nombre en el registro, pero no recuerdo haberle atendido. Que raro, y además fue ayer -siguió tecleando el dependiente buscando más información.
-Su compañera fue la que me atendió –comentó Antonio-. Pregúntele a ella, Aedeon creo que se llama.
El dependiente le miraba con lo ojos abiertos y el rostro totalmente sorprendido.
-Perdone señor pero se confunde. Aquí no trabaja ninguna mujer, ¿no se habrá confundido de tienda, ¿verdad? -le miraba con cierta ironía el dependiente.
-No, no, estoy segurísimo de lo que le digo –respondió Antonio–. Su compañera es una mujer blanca de ojos marrones, pelo corto negro como el carbón …
-Perdone que le interrumpa señor, pero es que aquí no trabaja ninguna mujer. No hay nadie en el rol de empleados de esta tienda. Debe de haberse confundido de tienda, al fin y al cabo ya sabe que todo los registros están en el mismo fichero. Pero no se preocupe todo es correcto, y todo está registrado -acabó de decir el dependiente queriendo pasar del asunto.
Antonio se quedó mudo de una pieza, no iba a ponerse a discutir sobre una persona que además no conocía de nada salvo por lo del día anterior.
-¿Le han funcionado bien los focos que se llevó ayer, señor? -preguntó el dependiente.
-Sí, sí. Perfectamente.
El dependiente tecleó las instrucciones pertinentes abriéndose de nuevo un cajón de la pared del mostrador como la vez anterior. Cogió las cajas y las introdujo en él, el cajón se cerró por si solo. Totalmente satisfecho de su trabajo y con una enorme sonrisa se dirigió a Antonio.
-¿Alguna cosa más, señor? -preguntó el dependiente que no miraba a Antonio.
-No, no. Muchas gracias -respondió Antonio con un hilillo de voz desconcertado.
Totalmente abatido se dio media vuelta y salió de la tienda arrastrando los pies sin entender nada de lo que pasaba.

Después de salir de la tienda Antonio se encontraba totalmente descolocado, la sensación de abatimiento e irrealidad fueron mayúsculas. Incluso llegó a pensar que sufría de alucinaciones.
-Estoy seguro de lo que pasó ayer –pensó–. Tan real como qué estoy por esta calle andando.
Intentaba convencerse a si mismo de lo ocurrido y de que no fuese todo un sueño o alguna clase de desequilibrio mental. Sin percatarse de lo que hacía siguió caminando sin rumbo durante bastante tiempo, y aunque las calles fuesen seguras se encontraba ciertamente intranquilo. Empezó a sentir ciertos temblores en el cuerpo.
-Me encuentro demasiado lejos de mi domicilio –pensó-. Tendré que coger algún tranvía que me lleve a casa, ya se está haciendo de noche.
Se acercó a la parada de tranvía más cercana, miró los números de los tranvías y sus direcciones, y esperó a subirse al que más le acercase a su domicilio. Finalmente accedió a uno de los tranvías sentándose en uno de los asiento, se intentó relajar. Tardó unos quince minutos en llegar a su destino.
-¡Que tarde es! No me he dado cuenta de lo mucho que he caminado.
Se bajó del tranvía ciertamente cansado dirigiéndose a su casa, pero era más la sensación de confusión que le rodeaba lo que le hacía sentirse peor. Al llegar a su domicilio empezó a relajarse ya que era un sitio conocido, lo encontró todo en orden. Miró de reojo a la habitación del espejo no hallando nada fuera de lugar. Se convenció totalmente de que era su domicilio, y que nada había cambiado. Se dirigió a la cocina preparándose algo para cenar, estaba hambriento. Una vez acabado el refrigerio fue al baño, y se dio una larga ducha de agua tan caliente que no hervía, escaldaba. Salió del baño tan solo con la bata de ducha, y con paso lento y relajado anduvo hasta la sala de la olovisión a ver algún programa. Cuando pasó al lado del estudio observó que parpadeaba la luz de llamadas del teléfono. Entró en el estudio y miró en la pantalla de la consola quién había llamado, observó que no se había registrado ningún número. Eran siete llamadas registradas a intervalos regulares de treinta minutos exactos, y no se había guardado ningún número de teléfono.
-¡Esto es imposible!
Empezó a teclear con frenesí buscando los números.
-¡Nada! ¿Cómo es posible? -habló nervioso–. Todas las llamadas se registran, ¿y estas no?
Se encontraba alterado, las circunstancias eran muy extrañas ya que no existían las llamadas anónimas. Todos los números se registraban.
Sin entender nada y con punzadas de ansiedad en su estómago apagó la consola cogiendo el auricular del teléfono que se lo guardó en el bolsillo de la bata. Salió del estudio tambaleándose en dirección a la sala de la olovisión, se sentó en la butaca encendiendo la pantalla de la olovisión intentando olvidar todo lo acontecido esos días. Poco a poco y a duras penas se fue relajando quedándose dormido por el cansancio. Permanecía en una especie de estado de vela dónde se le mezclaban imágenes del espejo, la tienda de antigüedades, Roberto, Aedeon. Todo mezclado y revuelto tal era el estado mental en el que se encontraba Antonio. Cierto tiempo después empezó a sonar el teléfono que le fue sacando poco a poco del sopor a medida que sonaba la llamada.

-¿Dígame? … ¿Dígame? -respondió totalmente somnoliento sin saber apenas dónde estaba.
Seguía sonando la llamada. Intentó tocarse el auricular de la oreja con el dedo, pero no lo encontró. Se fue despejando recordando que se había guardado el auricular en el bolsillo de la bata. Lo cogió de ahí colocándoselo en la oreja.
-¿Dígame? -respondió conectando el auricular con el dedo.
Esperó un momento, pero no hubo respuesta.
-¿Dígame? ¿Quién llama? -preguntó algo alarmado-. Oiga, si esto es una broma no tiene ninguna gracia.
Nadie respondía, seguía el silencio. Antonio esperó unos momentos intentando escuchar el más mínimo rumor.
-¿Antonio Tuinwe? -escuchó por el auricular una voz de mujer.
-Sí, soy yo. ¿Quién llama?
-De momento no importa quién sea yo, pero si le comento que está usted en grave peligro –habló la mujer–. Tenga cuidado con ese espejo, le puede acarrear muchos problemas. Ese objeto que usted a comprado no es lo que parece. Esta vez ha tenido mucha suerte, pero quizás la siguiente no tenga tanta.
-¿Problemas? -respondió Antonio atropelladamente-. ¿El espejo? ¿A qué se refiere? ¡Oiga! ¿Qué clase de broma es esta?.
Antonio se encontraba ciertamente alterado.
-¿Quién es usted? -gritaba como un loco.
-Esto no es ninguna broma -respondió la mujer-. Lo primero de todo cálmese, no se altere. Lo segundo, estamos aquí para ayudarle y sacarle de este aprieto en el que le han metido sin darse cuenta. No está solo, el problema que tiene es largo de contar, y difícil de entender para usted. Ya me comentará que es lo que ha sucedido con el espejo, volveré a contactar con usted dentro de poco, espero toda su colaboración. Ahora descanse y duerma, lo necesita, velamos por usted.
-¿Pero que me está contando? … ¿Oiga? … ¿Oiga? -la llamada se cortó.
Antonio pensó en denunciar esta situación a las autoridades pero llegó a la conclusión de que nadie le iba a creer, así que apagando la olovisión y dejando el auricular en la sala se dirigió a su habitación hecho un manojo de nervios. Se metió en la cama intentando dormir lo que consiguió después de dar innumerables vueltas.

-¡No debiste contactar con ese hombre tan pronto! -gritó desde la pantalla una mujer de edad madura.
-Sé que no es el procedimiento habitual, pero lo creí necesario –respondió con calma–. No es la persona adecuada para manejar ese aparato, y no está ni mínimamente preparado. No entiendo por qué lo compró.
-Nadie es la persona adecuada para manejar éso en ningún lugar de los universos conocidos. Además sabes que esos aparatos siempre eligen a sus victimas, y no al revés. El procedimiento estándar de contacto está por algo y debe de ser respetado y utilizado a rajatabla, y sin ninguna excepción. Tenemos la suficiente experiencia para saber que cualquier contacto fuera de lo normal trae consecuencias muy graves -terminó de hablar la mujer de la pantalla que se encontraba alterada.
-Detecté una subida de la energía del aparato, y llegué a la conclusión de que el transportador se había activado –explicó–. Pensé que lo había usado por algún motivo, incluso inconscientemente. Analicé el rastro que dejó la señal que me llevó a un lugar que no era apto para ningún ser humano, por suerte no me dirigí allí ya que como siempre comprobamos el lugar de destino. Después seguí vigilando percatándome de que ese hombre seguía en el mismo lugar. No logro llegar a entender cómo se activó sin que el hombre que seguimos halla sufrido los efectos del transportador. Es algo extraño, tampoco me comentó nada sobre el asunto.
Se quedó pensativa.
-Es normal que no diga nada, ni a ti ni a nadie -respondió la mujer madura-. Ningún ser humano conoce la existencia de ese objeto en este universo, aún así el daño ya está hecho. Ese hombre sabe que ese transportador es un objeto que no es normal. Hay que andar con más cautela, debemos de seguir el procedimiento habitual para su completa destrucción con el menor daño posible para no levantar sospechas. Sabes de sobra que es muy peligroso intentar destruirlo a la ligera, espero que ésto no vuelva a ocurrir. Siempre nos jugamos mucho y no debemos realizar el trabajo por impulsos. ¿Entendido?
-Entendido, así lo haré -respondió no muy convencida de lo que la decían.
-Mándame un informe de todo lo ocurrido lo antes posible y entérate de lo que ha sucedido con esa activación. Tienes razón, es algo extraño. Ten cuidado -habló la mujer de la pantalla más calmada, momentos después la pantalla se desconectó.
Aedeon se quedó en silencio y a oscuras en su domicilio mirando la pantalla apagada en la quietud de su estudio. Poco después se incorporó y pensativa se dirigió a su habitación a descansar. Tenía por delante mucho trabajo por hacer, y muchas incógnitas que resolver.

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