Espejos. Capítulo 3.

Espejos.

Capítulo 3.

La instalación.

Antonio regresó a su rutina habitual después de la descabellada compra del espejo, siguió desarrollando su tesis de carrera mientras esperaba impaciente a que se lo trajeran. Pasadas unas dos semanas de la compra, y totalmente nervioso creyendo que ya no venían o que se habían olvidado de él, sonó el timbre de su domicilio. Se dirigió a la puerta algo sobresaltado por el timbrazo y miró por la pequeña pantalla que tenía a modo de mirilla, era el anticuario. Venía él solo o por lo menos eso le pareció en un primer momento, no llegó a ver a nadie más. Antonio con cierta precaución por su parte le abrió la puerta.
-Buenos días, señor Tuinwe -habló el anticuario extendiéndole la mano a manera de saludo. Antonio le devolvió el gesto dándose los dos un fuerte apretón de manos.
-¿Puedo pasar? -preguntó Roberto.
-Sí, sí, claro … pase … pase … -respondió Antonio un tanto sorprendido por la visita.
El anticuario entró a la vivienda portando una enorme sonrisa satisfecho con el mundo y consigo mismo, llevaba la mismo ropa que tenia en la tienda de antigüedades algo que llamó la atención a Antonio, Antonio cerró la puerta. Roberto se detuvo en medio de la entrada mirando con curiosidad todo el apartamento que tenía a la vista.
-¿Ya tiene una idea de dónde quiere colocar el mueble espejo? -preguntó Roberto desviando su mirada hacía Antonio.
- Sí, sí -respondió un poco atropelladamente Antonio–. Mire, aquí mismo, en la entrada del apartamento.
Antonio le señaló el lugar dónde quería colocar el mueble-espejo, un hueco vacío justo en la entrada del apartamento con la pared libre. Roberto observó el sitio con detenimiento.
-No me parece un lugar adecuado -dijo el anticuario–. Deberemos colocarlo en un sitio más resguardado, no es un espejo para visitas o para acicalarse delante de él.
El anticuario había puesto cara de desaprobación por lo que veía. Antonio muy extrañado por el comentario no entendió nada, pero conociendo el asunto y lo que ocurría con Roberto no hizo ninguna pregunta.
-Tengo una habitación que quizás nos pueda servir –comentó Antonio-. Sígame, se la mostraré.
Roberto sin perder un ápice de compostura asintió con la cabeza.
-¡Pues vamos! ¿A qué estamos esperando? -habló Roberto animoso.
Antonio le llevó por la casa señalándole una habitación que tenia la puerta cerrada. Abrió la puerta entrando, la luz se encendió automáticamente. La habitación era un cuarto sin ventanas con solo una puerta de acceso al interior.
-Esta habitación es el cuarto oscuro o por lo menos yo la llamo así – habló Antonio. Roberto atendía a las explicaciones de Antonio observándolo todo desde fuera de la habitación. Finalmente se decidió a entrar en el cuarto para poder analizar mejor la habitación desde dentro.
-Este parece ser un buen sitio –habló con cara de satisfacción–. Lo colocaremos al fondo, lejos de la puerta para evitar equivocaciones o malas interpretaciones.
Roberto con los brazos gesticulaba haciendo ademanes de estar colocando el mueble-espejo. Antonio se preguntaba que clase de accidentes o equivocaciones podría traer un espejo, pero no comentó nada.
-¿Qué le parece? -preguntó el anticuario dejando de gesticular mirando a Antonio.
-Bien … bien … -respondió Antonio–. Usted es el experto, lo que considere oportuno … ¿Pero es que ya traen el mueble-espejo? - preguntó Antonio sorprendido.
-Pues sí caballero –respondió Roberto con gran satisfacción– Hoy es el gran día, ¡manos a la obra!
Roberto exultante salió de la habitación dirigiéndose velozmente, y sin confundirse, a la puerta de la entrada del apartamento saliendo de la casa. La puerta del apartamento se cerró sola detrás de él. Antonio se quedó en la habitación de una pieza mirando hacía el pasillo de la casa sorprendido por la reacción del anticuario. Sin tiempo de razonar volvió a sonar el timbre de la casa.

Antonio que prácticamente no había salido de la habitación se dirigió a la puerta y miró por la pequeña pantalla, se quedó asombrado por lo que vio. Cinco hombres con buzos azules estaban esperando a que les abriera la puerta, el anticuario estaba detrás de ellos. Antonio tímidamente abrió la puerta hasta ver al conjunto de trabajadores.
-Bueno, Antonio –habló Roberto-. Aquí estamos todos para empezar el trabajo.
La cara de satisfacción a Roberto no se le borraba, aún así, hubo un momento de espera por parte de Antonio ya que no esperaba todo este grupo de gente.
-¿Todo este personal para colocar un mueble-espejo? -preguntó Antonio sorprendido.
-¿Y el mueble-espejo? ¿Dónde está? -preguntó mirando por el rellano de la escalera no observando nada.
-No sé preocupe por el espejo –respondió Roberto-. Lo tenemos bien resguardado, será lo último en llegar. Mientras tanto vamos preparando la habitación. ¿Qué le parece?
Antonio seguía mirando al grupo desconcertado.
-Bien , bien. Pues pasen todos, pueden empezar -dijo Antonio abriendo la puerta del apartamento de par en par.
Uno a uno los obreros fueron entrando en una especie de desfile perfectamente sincronizado, se dirigieron en absoluto silencio en fila de a uno a la habitación, casi ni se les oían los pasos. Roberto fue el último en entrar quedándose con Antonio en la entrada del apartamento, Antonio cerró la puerta del apartamento.
-Tantos obreros, ¿para qué? Si solo es un mueble, no entiendo nada -comentó Antonio.
-No se preocupe Antonio –respondió Roberto–. Ya verá como todo va todo sobre ruedas, mientras tanto dejemos trabajar a los profesionales.
Mientras Antonio y Roberto intercambiaban pareceres dos de los obreros salieron de la habitación pasando entre ellos, abrieron la puerta del domicilio y salieron al descansillo. Breves momentos después volvieron a entrar con el material necesario para empezar su trabajo, plafones de madera, listones del mismo material entre otros elementos y los aperos correspondientes que debe de tener cualquier profesional de la construcción. Cuando los obreros entraban en la habitación con el material Antonio se asomó al descansillo viendo que allí estaba acumulado y perfectamente ordenado todo el material necesario para el trabajo.
-Pero, pero, ésto no estaba antes aquí. ¿De dónde sale todo ésto? -preguntó Antonio desconcertado no dando crédito a lo que veía
-Oiga no hemos hablado de todo ésto -protestó Antonio-. No he acordado con ustedes que me cambien la habitación, ni a realizar ninguna clase de obra en mi casa.
Roberto sin perder la compostura, y con una enorme sonrisa, sacó de uno de los bolsillos de la chaqueta del traje una tableta electrónica. La encendió y tecleó con la soltura que le caracteriza sobre ella.
-Mire Antonio, en el contrato de compra firmado por usted –Roberto mostró la pantalla de la  tableta a Antonio-. Está esta clausula que nos autoriza a realizar las modificaciones pertinentes en dónde se vaya a colocar el mueble-espejo. En este caso las modificaciones se realizarán en la habitación. ¿Ve?
Antonio leyó la clausula del contrato y apartó la mirada.
-Está bien -habló Antonio resignado -, hagan lo que crean conveniente pero no rompan nada. Antonio finalmente se fue de la entrada del apartamento al estudio dejando solo a Roberto, recordó haber dejado la consola encendida. El anticuario apagó la tableta guardándosela en el mismo bolsillo de la chaqueta del traje, y con paso calmado se dirigió a la habitación dónde estaban los obreros.

Antonio seguía con su trabajo en la consola mientras pasaba el tiempo. De vez en vez solía ver pasar a algún obrero cogiendo material del descansillo en un silencio absoluto, parecía que no hubiese nadie trabajando. Pasada una hora aproximadamente se asomó Roberto a la entrada del estudio dónde estaba Antonio trabajando.
-Todo va de maravilla –habló Roberto sonriente–. Pronto estará todo concluido.
-Bien … bien … -mascullaba Antonio entre dientes sin perder de vista la pantalla de la consola, ni se molestó en mirar al anticuario.
-Por cierto -comentó Roberto-, ¿por qué al final decidió comprar este objeto? Tardó cierto tiempo en decidirse.
Antonio dejó de mirar a la pantalla quedándose pensativo, finalmente y con un gesto invitó a Roberto a entrar, éste aceptó. Tecleó ciertas órdenes en la consola y le enseñó el vídeo dónde creía haber visto el espejo. Antonio amplió la imagen correspondiente señalando con el dedo el objeto de la pantalla.
-¿Lo puede ver? -preguntó Antonio con cierta ansiedad-. Es idéntico al espejo de la tienda. Cuándo vi esta imagen me decidí a comprarlo. Este vídeo es de hace casi doscientos años o más, y el espejo que le muestro es similar al que he comprado. No tengo la menor duda que deben de ser los mismos.
El anticuario se quedó al lado de Antonio observando la imagen señalada en la pantalla.
-Sí, sí -habló en voz baja-. A simple vista parecen idénticos.
El anticuario se quedó observando la imagen un buen rato, y de golpe y sin previo aviso salió del estudio dirigiéndose hacía dónde estaban los obreros. Antonio que empezaba a estar cansado de todo estas actitudes resopló y volvió a lo que estaba haciendo sin decir una sola palabra.

Transcurrió otra hora. Antonio que estaba concentrado en su trabajo no se percató de que Roberto estaba en la puerta de la habitación mirándole, Antonio se sobresaltó.
-¿Cuánto tiempo llevaba ahí? -se preguntó Antonio para sí.
-¿Y bien? -preguntó algo desconfiado Antonio ya que tanto ajetreo y sobresalto le empezaba a sobrepasar.
-Hemos concluido con las modificaciones de la habitación –habló Roberto-. Ahora le traeremos el mueble-espejo.
Antonio observó que algunos de los obreros empezaron a llevarse las herramientas de su trabajo de la casa, la ansiedad le empezó a invadir. Se levantó de la silla de la consola y junto con Roberto se dirigió a la entrada. Todos los obreros salieron cerrando la puerta quedándose Antonio y Roberto dentro del domicilio. Antonio se quedó hipnotizado mirando la puerta de la entrada esperando a que se abriera, Roberto estaba detrás. Sonó el timbre de la puerta, Antonio sintió que el mundo se le venía encima, no pudo moverse. El timbre volvió a sonar, Antonio ni se movió.
-Tendrá que abrir la puerta si quiere que los obreros introduzcan el mueble-espejo -le susurró el anticuario a Antonio al oído por detrás.
-Sí, sí … claro -respondió Antonio reaccionando toscamente.
Moviéndose temeroso se dirigió a la puerta abriéndola. Algún obrero desde fuera empujó la puerta para que se abriese del todo, Antonio se hizo a un lado para que no le golpease la puerta al abrirse. Tres de los obreros entraron mirando hacía el descansillo, Antonio se fijó que llevaban unos guantes un tanto extraños.
Antonio y Roberto observaban con todo detenimiento el trabajo de los obreros, cuando sin previo aviso un cajón grueso de madera cayó sobre los obreros sujetando los tres el peso del objeto. Los obreros cogieron en volandas la caja y poco a poco entre los cinco fueron introduciendo el cajón en la casa. Paso a paso atravesaron la entrada y lo llevaron casi sin ningún esfuerzo a la habitación designada por Antonio. Antonio les seguía hipnotizado, la puerta de la entrada se cerró detrás de él aunque no se percatase de ello. Finalmente el cajón entró en la habitación llevado por los obreros situándolo al fondo del cuarto. Antonio no perdía ojo de nada de lo que se hacía, se encontraba entre nervioso y excitado. Roberto estaba detrás de él aunque no se diese cuenta. Los obreros sujetaron el embalaje hasta que este quedó perfectamente vertical, después se separaron ligeramente de él. Uno de los obreros cogió un martillo y una cuña, y fue golpeando las juntas de la madera de la caja para ir separando el embalaje del mueble. Con mucha delicadeza, paciencia y calma fueron quitando las maderas hasta que todo el mueble-espejo quedó libre. Antonio vio desde la entrada de la habitación a su más ansiada reliquia, se encontraba emocionado. Los obreros empezaron a llevarse todos los aperos y los distintos objetos que sobraron de la instalación.
-Bueno, -dijo Roberto–, ya tiene instalado el mueble-espejo. Ahora salgamos un momento y dejemos que los obreros acaben de rematarlo todo. Mientras tanto hablemos de la funcionalidad del espejo.
Roberto cogió del hombro a Antonio que se encontraba fascinado por el espejo saliendo los dos afuera de la habitación, que a partir de ese momento seria la habitación del espejo.

Los obreros perfectamente coordinados fueron retirándolo todo mientras Roberto le hablaba a Antonio del cometido del espejo.
- … hemos colocado un cristal transparente en el frontal del mueble para que no logre tocar el espejo, no retire ni rompa el cristal -comentó Roberto a Antonio- … en caso contrario deberá de evitar cualquier contacto físico con el espejo, y llamarnos para reponerlo. No debe de tocarlo bajo ninguna excusa, y tampoco deberá enseñárselo a nadie …
Roberto le explicaba con sumo detalle todo lo referente al espejo aunque Antonio totalmente abstraído por el objeto y el momento no escuchase demasiado.
-Pero de vez en cuando habrá que limpiarlo -interrumpió Antonio la explicación.
-No será necesario limpiarlo -respondió Roberto-, el propio espejo está fabricado de una clase de  material que repele la suciedad sin ningún tipo de problemas. No hará falta que lo limpie con ninguna clase de producto o utensilio. La habitación es perfecta para tenerlo ahí, y está perfectamente acondicionada para que sea más cómodo para usted la utilización del mueble.
Un obrero se colocó justo al lado de ellos interrumpiendo la charla y entregando a Roberto un pequeño libro, Roberto lo cogió.
-Gracias. ¡Ah! Que ya habéis concluido -habló con el obrero delante de Antonio sin que el obrero dijese una sola palabra.
-Este libro que le ofrezco totalmente gratuito son las instrucciones de uso y mantenimiento del espejo –habló Roberto- Léalo detenidamente e incluso apréndaselo de memoria si es necesario, y no habrá problemas.
Roberto le ofreció el pequeño libro que Antonio lo cogió instintivamente. Antonio se quedó mirando embobado al libro que sujetaba con las dos manos. Poco después, los obreros salieron de la casa dejándolo todo perfectamente limpio y en orden. Roberto se acercó a la habitación, y estirándose más todavía se quedó mirando y analizando el interior de la habitación del espejo quedándose plenamente satisfecho por el trabajo.
-Magnífico, magnífico -susurraba Roberto para sí mientras veía la habitación.
Se dio la media vuelta y se dirigió hacía la entrada dónde estaba Antonio, le agarró por sus dos manos que sujetaban el libro de instrucciones despidiéndose efusivamente de él.
-¡Antonio! Un verdadero placer hacer negocios con usted –habló exultante el anticuario-. Espero volverlo a ver pronto, si tiene algún problema venga a vernos o si desea comprar alguna antigüedad más pásese por la tienda, ya sabe dónde encontrarnos.
Antonio le miraba hipnotizado sin llegar a articular palabra alguna. Finalmente Roberto le soltó las manos, y con paso firme salió de la casa. La puerta se cerró detrás de él quedándose solo Antonio en su domicilio. Se quedó unos minutos aturdido mirando el libro de instrucciones, se encontraba como en una especie de nube como si lo vivido no fuese real. Se dirigió a la habitación del espejo pasito a pasito a ver el mueble, entró en la habitación como él que entra en un templo con respeto y temor.
Al entrar en el interior lo vio todo cambiado, habían pintado el techo de color blanco y las paredes las habían cubierto de listones de madera del color del mueble, se quedó en el centro de la habitación viéndolo todo. Todo le daba vueltas y vueltas, hasta que sin percatarse se encontró mirando el espejo. Tenia el libro pegado al pecho sujetado con las dos manos, veía su imagen reflejada en él pero como ocurría en la tienda de antigüedades la imagen estaba ligeramente distorsionada, el reflejo no era él mismo. Sintió un pinchazo en su mente y volvió en sí. Despertó, como el que despierta de un sueño encontrándose ligeramente mareado. Miró todo a su alrededor preguntándose que había sucedido y salió de la habitación, la luz se apagó detrás de él. El libro de instrucciones lo dejó encima de la consola y abrió la ventana, necesitaba algo de aire.

-Todo según lo previsto … pagó puntualmente … ni se enteró de la firma del recibo tan abducido que estaba aunque éso es lo de menos … -habló el anticuario por el teléfono- Por lo que he llegado a indagar el cliente es historiador, y resulta que creyó ver el espejo en una entrevista realizada a otro ser humano hará unos docientos años.
Roberto estaba en la trastienda de la tienda hablando por el teléfono iluminado por esa luz amarillenta mortecina tan característica y peculiar.
-Por supuesto que no es el mismo objeto ni ningún otro similar a éste, no tiene nada que ver lo uno con lo otro -siguió hablando-. Siempre tenemos controlados todos los espejos, … transportadores, … transportadores … he querido decir transportadores, perdón, perdón …
Agachó la cabeza mientras comentaba esto último aunque no le viese nadie arrepentido por el error, seguía escuchando con atención con gesto grave y preocupado.
-No lo sé, no sé que es lo que va a hacer este hombre –respondió-. De todas formas debemos estar atentos a lo que ocurra, por desgracia no podemos vaticinar el futuro. Todos los demás universos y mundos ya están advertidos, o por lo menos los que controlamos ya que sabéis que no llegamos a todos los universos. Debemos de tener cuidado para que no contacte con nuestros rivales, hemos perdido ya demasiados transportadores y no podemos permitirnos el lujo de perder muchos más. Sí, el cristal que evita el contacto ha sido instalado, pero aún así debemos de ser cautos y vigilar. Si algo llega a fallar será complicado encontrarle, son millones de combinaciones. Aunque él tenga este transportador tenemos en nuestro poder alguno más en este planeta, y que sepamos hay otro controlados por el enemigo. Debemos de extremar las precauciones, hasta la siguiente conexión.
El anticuario se quedó con el teléfono en la mano pensativo, momentos después con suavidad colgó el auricular dirigiéndose hacía su asiento. Mientras tanto en otro lugar de la ciudad un hombre dormía plácidamente sin ser consciente lo más mínimo de lo que le habían instalado en una de sus habitaciones. Un objeto diseñado para una finalidad que él desconocía por mentes de otros lugares que ni siquiera él sabía que existían.

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