Espejos. Capítulo 5.

Espejos.

Capitulo 5.

Alucinaciones.

Los días se sucedieron con esa punzada de ansiedad que se tiene en el cuerpo cuando la situación te desborda. Antonio se sentía vigilado por todos y por todo, cada llamada era motivo de sobresalto, cada saludo era una razón para sentirse perseguido, tal era la situación de estrés de Antonio que incluso llegó a perder unos cuantos quilos de peso. Desde aquél fatídico día con la llamada al final de la jornada había cerrado la puerta de la habitación del espejo sin atreverse a entrar en ella tal era el estado de temor que tenía. Incluso llegó a pensar en ir al médico para intentar frenar su dolencia, pero decidió esperar un tiempo para ver cómo evolucionaba su mente. Al cabo de un par de semanas, y viendo que todo funcionaba con normalidad, la ansiedad empezó a disminuir animándose paulatinamente. Volvió a su rutina diaria recuperando la tranquilidad de antaño. Regresó al trabajo de su tesis, y se fue casi olvidando del asunto incluyendo aquella extraña mujer que conoció en la tienda, la memoria tiene recorridos misteriosos.
Pasadas unas cuantas semanas se encontraba en la sala de la olovisión reflexionando sobre su extraña situación.
-Tengo que volver a ver el espejo –pensó para sí–. No puedo dejar que unas simples llamadas me atemoricen, al fin y al cabo me costó mi dinero.
Temeroso se dirigió hacía la habitación del espejo y abrió la puerta. Nada más abrir notó cierto olor a habitación cerrada, se quedó mirando la absoluta obscuridad del cuarto y se decidió a dar el paso. Entró con decisión a la habitación encendiéndose la luz de manera automática, habían pasado más de dos meses desde aquella desagradable situación encontrándolo todo totalmente impoluto, extrañamente limpio.
-… el propio espejo tiene un elemento que repele la suciedad sin ninguna clase de problemas. –Volvieron a su mente las palabras del anticuario-. No hará falta que lo limpie con nada.
-Incluso la habitación debe de tener ese producto porque no se ve suciedad por ningún sitio  Hasta el cristal que defiende el espejo está totalmente pulcro -susurró entre dientes.
Se atrevió a tocar por primera vez el cristal que le separaba de la superficie del espejo notando cierta vibración eléctrica y cierto calambre en la mano. Retiró la mano y observó el espejo. Percibió lo de siempre, el espejo le devolvía una imagen distorsionada de él con el mismo gesto que realizaba, aún así continuaba con ese resquemor. Miró al techo y vio los focos totalmente impolutos, se dio media vuelta y convenciéndose de la normalidad de la situación echó un último vistazo a todo. Salió de la habitación cerrándose la luz detrás de él.

Con el paso del tiempo fue recuperando su vida normal. Visitaba museos y bibliotecas hablando con colegas de profesión, asistía a congresos como oyente y a veces como ponente. Durante esa época logró concluir su tesis doctoral la cuál la presentó ante la Comisión de Posgrado de Estudios Académicos Universitarios Planetarios. Debía esperar el fallo por lo menos en un año, era un hombre feliz. Semanas después de acabar con este formalismo, y estando algo ocioso, llegó a su domicilio una invitación a una celebración académica. La celebración o fiesta consistía en una breve exposición de las tesis de los doctorandos con una posterior celebración o banquete dependiendo de los gustos de cada uno. Aceptó encantado confirmando que iría al evento. Llegado el día se vistió con su mejor traje de ceremonias observándose en el espejo, lo que era ya algo habitual en él. Hacía aspavientos y muecas riéndose de su reflejo, estaba tranquilo y relajado. Salió del domicilio y se fue al sitio acordado donde un vehículo que le recordaba a las limusinas del siglo XX le estaba esperando. Al llegar al vehículo la puerta del pasajero se abrió automáticamente pudiendo Antonio acceder a su interior, una vez dentro y acomodado en el asiento el vehículo se puso en marcha dirigiéndose a su destino.
Llegó sin ninguna clase de contratiempo, todo en condiciones. Una vez allí se dedicó a disfrutar con las ponencias de los otros doctorandos. Cuándo llegó su turno expuso su tesis con una gran soltura y totalmente convencido de ella. Al acabar recibió un correcto y cálido aplauso, pero notó el escepticismo de sus colegas de profesión y demás ponentes. Las tesis sobre historia y las consecuencias de los comportamientos humanos levantaban viejas ampollas del pasado, sobre todo el recuerdo del Occidente que manejó el mundo desde el año 3.000 antes de Cristo hasta el año 2.300 después de Cristo. Un computo en años que ya no se utilizaba aunque las fechas bailasen bastante de unos ponentes a otros. Al acabar las ponencias pasaron a la sala de celebraciones. Música ligera, ágape para todos, y algún discurso que otro en el atril de algún ponente que le gustaba demasiado llamar la atención aunque no le hicieran el menor de los casos. Entre copa y bocado saludaba a diversos compañeros de estudios charlando de sus vidas y proyectos, aprovecho la ocasión para presentarse ante ciertas eminencias.
-Hay que cuidar las influencias -comentaba a algunos compañeros de profesión.
Todo transcurría con normalidad, se estaba divirtiendo como hacía tiempo no lo hacía. Se dirigió a coger otra copa de cierto licor espumoso que no sabía como llamarlo, cogió la copa y mientras se tomaba un sorbo se dio la media vuelta. Lo que observó le erizó los cabellos, ante él se encontraba una mujer con un vestido de la corte real de algún reino europeo de época del siglo XVII o XVIII, vestido que no estaba en sintonía con el periodo de tiempo en el que él vivía. No le faltaba ningún detalle incluso el peinado pertenecía a la época en cuestión. Cuándo se fijó en el rostro de la mujer la sorpresa fue en aumento, era la mujer de la tienda de recambios. La cara era la misma, los mismos ojos marrones, nariz pequeña y estrecha, labios finos pero marcados. Lo que cambiaba era el peinado y el vestido, pero el resto era exactamente igual. Ella le miraba fijamente con ese típico rostro inexpresivo que tenia como si hubiese estado en ese lugar todo este tiempo observándolo, y él no lo habría advertido. Se miraron los dos fijamente durante unos segundos.
-¡Antonio! -escuchó un grito detrás de él- ¿Qué demonios estás mirando, bribón?
Recibió una palmada en la espalda que le hizo salir del trance, se giró para ver quién le nombraba.
-Doctor Hemmann … bonita velada … -susurró con una sonrisa tonta y de circunstancias cuándo vio de quién se trataba.
Después del saludo volvió a girarse de nuevo dirigiendo la mirada dónde estaba la mujer, pero ya no la encontró. Desconcertado lanzó su mirada por todas partes sin poder hallarla, anduvo por todo el recinto del congreso buscando a esa mujer sin poder dar con ella. Intentó recordar el nombre pero no lo logró, había pasado demasiado tiempo. Se empezó a encontrar ansioso y un poco mareado. Miró la copa que tenía en la mano y decidió dejarla en una mesa.
-Demasiada bebida -pensó.
Se fijó en la hora y decidió que era hora de regresar a casa, se despidió de algunas personas y colegas saliendo fuera del edificio dónde le esperaba un vehículo que le llevaría a su domicilio.
Mientras viajaba en el vehículo se empezó a hacer cábalas sobre lo que había visto y si lo que vio era real o algo figurado.
-Una mujer con ese aspecto no podía pasar desapercibida –pensaba en voz alta–. Además parecía que yo solo la pudiera ver, y nadie más. ¿Por dónde se marcharía después? ¿Por qué se me apareció? ¿Qué me está pasando?
Mientras el vehículo se deslizaba por la autopista cerró los ojos, se sentía mareado. Intentó calmarse, pronto estaría en casa. El vehículo le dejó justo al lado de su domicilio, llegó a él sin ninguna clase de contratiempo. Entró y se desvistió poniéndose ropa más cómoda, el traje lo llevaría al tinte al día siguiente. Las viejas o no tan viejas punzadas de ansiedad regresaron, no era normal lo que había visto en la celebración. Recordando lo ocurrido hace meses se dirigió al estudio, no había llamadas. Era tarde y continuaba mareado, y no por el viaje de vuelta. Así que se fue al mueble de los medicamentos tomándose una pastilla para quitarse el mareo aunque en estos casos las pastillas no sirviesen para nada. Después se fue a la habitación metiéndose en la cama, todo le daba vueltas, por fin acabó durmiéndose.

Se levantó tarde al día siguiente ya que llegó bastante tarde de la celebración. Tenía un mal gusto de boca y le dolía horriblemente la cabeza.
-No estoy acostumbrado a beber tanto –pensó-. Ésto se le llama resaca.
Estaba sentado en la cocina en una banqueta apoyado con los dos codos en la mesa y sujetándose la cabeza con las manos. Estuvo en esa postura un buen rato, cuando creyó que se despejaba se preparó un café bien cargado con algunos pasteles.
-Es la hora del almuerzo pero necesito el café y algo ligero para comer -habló para sí.
Se sentó con el desayuno preparado empezando a comerlo. Cuando ya estaba acabando su frugal desayuno súbitamente y por alguna extraña razón le vino a la cabeza la imagen de la mujer con el traje de época. Se quedó pensativo con la boca llena regresando a la mente todos los hechos acontecidos tiempo atrás. Se sacudió un poco la cabeza queriendo pasar a otros asuntos apurando el desayuno. Retiró los utensilios del desayuno al depósito que hacía las veces de fregadero, cerró el depósito saliendo de la cocina en dirección al estudio. El depósito se encargaría de limpiar los restos del desayuno, era un sistema automático para ahorrar el máximo de agua y de detergente evitando contaminaciones innecesarias y gastos superfluos. Al entrar en el estudio conectó la consola respondiendo a unas cuantas cartas que le mandaron. El dolor de cabeza le empezaba a remitir, al no tener trabajo que hacer salió del estudio dirigiéndose a la sala de olovisión. Encendió la pantalla quedándose un buen rato mirando programas, estaba ciertamente aburrido. Notó que el dolor de cabeza se mantenía así que se acurrucó en la butaca dejando pasar el tiempo.

Súbitamente se despertó en medio de la noche, seguía en la sala de la olovisión con la pantalla encendida.
-Me he debido de quedar dormido. –Se frotó la cara con las dos manos queriéndose despejar-. Me duele todo el cuerpo.
Se incorporó de la butaca sintiéndose mareado, notó esa sensación de irrealidad que sufrió cuando vio aquel fogonazo proveniente de la habitación del espejo. Cuando la cabeza dejó de darle vueltas se dirigió a la habitación del espejo entrando y observando que todo seguía con normalidad. Miró al techo viendo que los focos seguían funcionando en condiciones, se miró en el espejo viendo su reflejo distorsionado, todo normal. Cuando se iba a dar la media vuelta para salir de la habitación observó que había un insecto correteando por la pared de la madera dentro del mueble.
-¡Eh! Pequeño -habló para el insecto.
Intentó tocarlo pero el cristal que le separa del espejo se lo impidió.
-¿Cómo has entrado ahí? ¿Qué haces andado por la madera? Parece una cucaracha, debe de haber abierto algún agujero por la madera para poder entrar.
El insecto se movía sin rumbo fijo por la madera de aquí para allí, Antonio observaba divertido como se desplazaba. En un momento determinado el insecto se quedó quieto, paralizado, no movía ni las antenas. Pasaron unos segundos, y Antonio observó como súbitamente se dirigió directamente hacía la superficie del espejo.
-¡Eh, tú! -Tocó el cristal con el dedo como queriendo llamar la atención al insecto-. No se puede tocar el espejo, ¿a dónde vas, loco?
Finalmente el insecto alcanzó el espejo correteando encima de él como cualquier insecto de cualquier clase aunque misteriosamente se mantenía en los límites del espejo como no atreviéndose a salirse de él. Antonio siguió observando con curiosidad como el insecto se desplazaba por encima de él, iba de un lado para otro.
-¡Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiih! -gritó Antonio totalmente aterrorizado.
Dio unos pasos hacía atrás trastabillándose cayendo de espaldas por toda la habitación, se incorporó sentado mirando al espejo con los ojos abiertos y la cara desencajada. Presa de una gran confusión se arrastró hacia atrás hasta pegar la espalda contra la pared del fondo. Le temblaba todo el cuerpo, tenía convulsiones, no concebía lo que estaba viendo en el espejo. No podía creer la imagen que le devolvía el espejo. La imagen era la de un insecto gigante del tamaño de un ser humano. La cabeza estaba formada por las típicas antenas que se movían independientes la una de la otra, ojos compuestos que miraban fijamente al frente y que parecían que observasen a Antonio, y una boca formada por las clásicas mandíbulas, maxilas y algo parecido a labios humanos que casi todos los insectos tienen todo ello completado de unos pelos por toda la cara que le daban un aspecto asqueroso y temible. Las mandíbulas de la boca se movían una independientemente de la otra lo que hacía que la imagen fuese más tétrica si cabe. Sosteniendo la cabeza se encontraba el resto del cuerpo, un caparazón negro que se hinchaba y deshinchaba como si llevase ritmo respiratorio y a los lados las típicas seis patas que tienen los insectos que en este caso eran más grandes y gruesas de lo normal, el aspecto era dantesco.
A Antonio le temblaba todo el cuerpo empezando a sentir nauseas por la imagen, se tapó la boca intentando no vomitar. Casi sin darse cuenta de ello, tal era el estado de crisis en el que se encontraba, los pelos del cuerpo se le empezaron a erizar. El entorno se empezó a cargar eléctricamente como la vez anterior aunque en esta ocasión la sensación fuese bastante más fuerte. El marco del espejo empezó a brillar en un blanco intenso y cegador, la imagen del espejo parecía que se iba hundiendo más y más hacía dentro del espejo dando la sensación de tener una extraña dimensión. Los focos se apagaron dentro de la habitación quedándose tan solo la luz que provenía del espejo. En un instante todo el espejo empezó a irradiar la misma luz blanca cegadora, y sin esperarlo salió del espejo un potente fogonazo cegador de color blanco brillante sordo que acabó inundando toda la habitación, todo ocurrió como la vez anterior. Antonio gritó de terror quedándose totalmente desmayado.

Cuando despertó ya era de día, se preguntó cuánto tiempo había transcurrido desde su desmayo. Sentía que la cabeza le estallaba percatándose que se había hecho todo encima, y que incluso había vomitado. Miró el espejo con auténtico pánico observando que ya no estaba esa asquerosa imagen. Todo seguía igual, como si no habría pasado nada aunque la sensación de irrealidad no le abandonaba. Intentó incorporarse pero las piernas le fallaban, esperó unos minutos hasta que en el enésimo intento logró ponerse de pie. Totalmente doblado salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí, se dirigió al baño dónde se quitó toda la ropa sucia e inundada de restos orgánicos, y se intentó tranquilizarse. Se duchó, notó que el jabón era distinto pero no le dio las más mínima importancia. Se pasó dos días en la cama sacudido por temblores, no había vuelto a la habitación del espejo por el temor que le suponía encontrase de nuevo con esa imagen o alguna otra peor. Se encontraba lloroso, no sabía qué hacer o a quién acudir, pensaba que se estaba volviendo loco. Lo primero que se le pasó por la mente era deshacerse del espejo ya que todos sus problemas provenían de dicho objeto. Pensó en destruirlo pero se dio cuenta que no sabía como hacerlo ya que solo era un historiador.
-Lo devolveré a la tienda de antigüedades -pensó intentando incorporarse de la cama-. Pero eso será dentro de unos días, no puedo ni levantarme.
Transcurrida una semana después del suceso recobró algo de valor volviendo a la habitación para limpiar los restos que allí dejó, llevaba todo lo necesario para estos casos. Abrió la puerta evitando en todo momento mirar al espejo, y lo que vio le dejó totalmente anonadado. La habitación estaba totalmente limpia, no quedaba ningún resto orgánico de ninguna clase en ella. Estaba todo perfectamente pulcro sin olores ni manchas de ningún tipo. Aquello le dejó más tocado todavía, cerró la puerta con sumo cuidado y precaución, como si el más mínimo ruido perturbase a alguien. Se quedó pensativo en la sala de la olovisión, la pantalla estaba apagada, necesitaba calmarse y pensar. Desde que ocurrió aquel incidente se encontraba extraño y despistado, tenia la sensación de estar en una especie de sueño como si lo que le rodease no fuese real. Le parecía todo igual, pero diferente. Mientras intentaba buscar repuestas a su situación sonó una llamada de teléfono, se sobresaltó ya que no esperaba a nadie y además estaba muy sensible a todo. Cogió el teléfono de la sala de la olovisión poniéndoselo en la oreja.
-¿Dígame? -preguntó, no hubo respuesta.
– ¿Hola? ¿Dígame?
-¿Antonio Tuinwe? -preguntó una voz.
-Sí, soy yo -respondió.
-¿Antonio Tuinwe, licenciado en historia? -volvió a preguntar la misma voz de mujer.
-Sí, sí. ¿Quería usted algo?.
De inmediato colgaron desde el otro lado de la línea. Antonio se quedó pensativo por la llamada, creía que era la misma voz de mujer que la vez anterior aunque no estaba nada seguro ya que no estaba para controlar nada. Se quitó el auricular de la oreja dejándolo encima del teléfono que había en la mesa de la olovisión. Se quedó unos momentos mirando el teléfono no recordando que tuviese esa clase de teléfono ahí.
-Que extraño.
-Mañana iré a la tienda de antigüedades para que se lleven el mueble-espejo –razonó nervioso poco después-. Y si no lo quieren lo quemaré o lo regalaré a la beneficencia.

-¡Quiero devolver el mueble-espejo que les compré! -gritó Antonio presa de una gran ansiedad al anticuario que le miraba con cara de sorpresa.
El anticuario seguía con el mismo aspecto no había cambiado en nada, mismo traje, misma cara, mismos gestos. Le observaba de arriba a abajo como no reconociendo a Antonio para nada.
-Espere un momento señor, miraré en nuestros archivos -comentó el anticuario extrañado.
El anticuario con su típico paso firme se dirigió hacía el fondo de la tienda. Antonio se encontraba apurado y nervioso, miraba todo a su alrededor con asombro. Nada había cambiado de sitio en la tienda ni siquiera la más mínima mota de polvo, pero continuaba con esas sensaciones extrañas desde que vio aquella imagen en el espejo y además se había encontrado en raras circunstancias desde que salió de su domicilio . El anticuario regresó minutos después pensativo y con rostro grave, se detuvo delante de Antonio.
-He mirado nuestros registros de ventas, y no tenemos ninguna clase de archivo de esa venta en esta tienda -habló el anticuario.
Antonio se quedó sorprendido por la respuesta.
-Oiga … no puede ser … -empezó a balbucear Antonio angustiado-. Yo estuve aquí dos veces para comprar ese mueble-espejo … usted personalmente vino a casa a instalarlo con unos obreros y me dio las instrucciones de uso del espejo … me hizo todas esas preguntas extrañas … le mostré por qué quise compralo …
Antonio intentaba razonar con el anticuario, pero este le miraba impertérrito.
-¿Está usted seguro de haber estado en esta tienda anteriormente? -interrumpió el anticuario-. No tenemos ni la más mínima prueba de que hubiese estado usted aquí con anterioridad, y además no hemos tenido nunca ninguna clase de espejo como él que usted me describe.
Sentenció con autoridad el anticuario. Antonio se lo quedó mirando con la boca abierta no dando crédito a lo que estaba escuchando.
-Pero, pero. Yo estuve aquí, ¿qué clase de broma es esta? ¡Oiga! … -Fue lo único que consiguió decir.
Mientras Antonio hablaba el anticuario le seguía mirándolo con firmeza y sin pestañear, Antonio se quedó mudo del asombro. Sin entender nada de lo que sucedía se dio medía vuelta y salió de la tienda arrastrando los pies totalmente abatido.

-Sí, sí, aquí ha estado ese hombre -habló el anticuario por el teléfono de la trastienda-. De alguna manera a logrado activar el espejo. Se encuentra totalmente despistado, me quiso devolver el espejo pero no se lo permití … …  No, no sospecha nada. De hecho creo que no se ha dado cuenta del cambio de lugar … Creo que todavía no sabe lo que tiene entre manos y que además nadie ha contactado con él … porque en caso de contacto no habría venido a vernos … -se tocaba la garganta con una de las manos mientras escuchaba.
-De acuerdo, andaremos con cautela y vigilantes, que sea él el que vuelva a moverse para no levantar sospechas … seguiremos en contacto.
Cuando el anticuario colgó el teléfono la luz mortecina que le iluminaba se apagó quedándose a oscuras en la trastienda.

Antonio caminaba por la calle abrumado por todo lo acontecido y por lo que estaba observando. Veía objetos que creía recordar que antes no estaban, se fijó en el suelo de la acera observando que estaba formado por baldosas distintas de las que él conocía, andando piano piano se percató que había tiendas que antes no estaban. Al detenerse para pasar de acera un tranvía paso justo enfrente de él y se sorprendió por la forma que tenía, era un diseño nuevo y diferente a lo que él conocía. Fue caminando y la intranquilidad cada vez era mayor por lo que observaba, los modelos de los vehículos eran diferentes, las personas vestían de forma distinta.
-¡Hasta la vista, Antonio! -le saludó sonriente una bella y coqueta mujer que pasó junto a su lado.
Antonio sorprendido no la respondió, no la conocía de nada. Se sentía cada vez más agobiado por lo que veía. Aunque fuese todo extrañamente normal había diferencias muy sutiles respecto de lo que él recordaba de su vida. Aceleró el paso y con cara turbada se dirigió hacía su vivienda, llegó con el rostro descompuesto y la respiración acelerada. Abrió la puerta y la cerró de un portazo, echó todos los cerrojos posibles quedándose con la espalda apoyada en la puerta mirando a todos lados y a ninguno. El desconcierto le abrumaba, pero aún así mientras estaba apoyado en la puerta se le ocurrió la idea de reconocer su vivienda y ver si había algo distinto a lo que él recordase. Así que haciendo acopio de valor y con una gran intranquilidad empezó a registrar el piso. Abrió cajones y muebles, recorrió todos los armarios roperos, miró en la cocina, entró en la habitación del mueble-espejo, se recorrió el cuarto de baño, miró en la sala de la olovisión quedándose un rato viendo programas. Tomaba notas de todo, y para finalizar entró en el estudio empezando a analizar su consola … las sorpresas no habían hecho más que empezar.
Se quedó mirando la consola abatido por lo que observaba y por la información que le devolvía la pantalla.
-No es posible, no puede ser -habló con un hilillo de voz.
Según lo que leía no existía su tesis doctoral y además ni siquiera era historiador. Le temblaba todo el cuerpo por todo lo que llegó a encontrar por la casa, objetos que no eran ni remotamente familiares. Los enseres más habituales como cocina, bidés, mesa y demás eran los mismos pero las variaciones estaban en el color y en algunas formas aunque no estaba del todo seguro. La ropa era diferente a lo que él recordaba, y para terminar los programas de la olovisión. Algunos programas los conocía, otros no; algunos presentadores los conocía, otros no; y además ciertos presentadores estaban cambiados de programa, y de éso estaba totalmente seguro. Todo era confuso, extraño, se sentía mareado. Se dirigió turbado a la sala de la olovisión sentándose en la butaca, cerró los ojos echándose las manos a la cara como queriendo salir de esta pesadilla. Unas lágrimas cayeron de sus ojos, se quedó acurrucado en la butaca como un niño indefenso en un mundo que no entendía.

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